Lestat de Lioncourt
Recuerdo tus brazos rodeándome hasta
el cielo. Mis lágrimas fueron secadas por el aire. Sentí como mi
pequeño cuerpo se estremecía y el dolor, el cual era tan sólo
miedo y tristeza, se desvanecía cuando me sonreías como si nada
sucediese. Jamás se lo conté a nadie. Decidí guardarlo para mí.
Era mi secreto especial y tú eras mi ángel. Te convertiste en
férreo guardián de sueños imposibles.
De no haberte abrazado y, contemplado
durante todos los días de mi vida, habría jurado que te imaginaba e
idealizaba. Tu sonrisa siempre en tus labios, esos ojos llenos de una
chispa distinta a la de cualquier otro y tus brazos, fuertes y
amables, atentos a mis necesidades. Recuerdo como susurrabas a mi
oído que todo sería posible si lo deseaba. Añoro mi pequeño
tamaño cuando dormía en tus brazos, acunada como si no pesara nada,
pero amo estar apoyada en tu brazo caminando cerca de la orilla de
una playa casi desértica, con sólo el ruido del mar contra las
rocas, mientras la noche parece beber cada gota de dolor que queda en
nuestro corazón.
Me he convertido en tu hija de sangre.
Soy hija legítima del gran Lestat de Lioncourt. Eres el rebelde sin
causa, el engreído que todo lo intenta y el temerario que sufre en
soledad. Pero para mí seguirás siendo mi tío favorito, el hombre
que me salvó del desastre y la imagen idílica de la bondad. Te
llamas villano, pero has sido demasiado bueno conmigo. Jamás podré
pagar todo lo que has hecho por mí, ni agradecer los consejos y tu
deseo de verme vivir feliz siendo libre. Has arrebatado todos mis
miedos y me has dado la confianza necesaria para ser tu rosa de
sangre.
Nunca me apartaré de ti, pues para mí
simbolizas la inocencia jamás arrebatada y la seguridad de un hogar.
Te amo igual que se ama a un padre, pues eso eres y siempre has sido.
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