Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 30 de noviembre de 2015

Aún queda aventura

Allí, de pie frente a aquellos jóvenes, comprendí que era la gran esperanza del triunfo. No me creían. Podía ver en sus alocadas mentes que sólo veían a un idiota, un estúpido, con talento y dinero en los bolsillos. Sabían que si me hacían caso llegarían a salir de un garaje, tocar en un estudio y finalmente, como no, lograr su ansiado sueño. Alex, Dama Dura y Larry. Recuerdo bien sus nombres como si hubiese sido ayer mismo cuando me presenté ante ellos, hambriento de sueños y sediento de algo más que sangre. Quería que todos comprendieran la verdad, más allá de las amarillentas y arruinadas páginas de un ejemplar barato de Entrevista con el Vampiro, y me dispuse a escribirla no sólo en canciones, sino también en una novela igual de brillante y magnífica a ojos de cualquier lector.

Recorrí las calles montado en mi Harley, dejé que el viento azotara mi melena y escuché grandes éxitos del rock. Tenía que introducirme en la cultura, sentir la rabia de toda una generación que en los setenta y ochenta se estaban moviendo hacia los acordes mágicos de guitarras eléctricas, bajos de sonido tentador y estruendosas baterías. Sí, debía hacerlo.

Tenía que dejar atrás el silencio, pues Louis lo había hecho. Quebró, sin saberlo, una de las normas básicas de los vampiros. Pero, ¿quién creería que era cierto? Sólo nosotros y Talamasca, por supuesto. El resto de mortales, hombres y mujeres, nos seguirían viendo como los vampiros de las películas de terror. Drácula había hecho más por darse a conocer, por insinuarse, que Louis. ¿Cuántas películas de ese elegante y clásico vampiro existían? Decenas. Por eso yo debía hacerles ver que era real, no la invención de un escritor. ¡Yo era Lestat el vampiro! Y era un vampiro que destacaba por algo más que su melena dorada, su sonrisa cínica y sus gustos sibaritas.

Y ahora, tras tantos años, me siento ante el fuego de mi hogar. Observo con cuidado como se consumen los leños en la chimenea y recuerdo las explosiones de fuego descontrolado, los llantos, gritos y súplicas. Ni siquiera supe qué fue de esos jóvenes que llevé conmigo, arrastrándolos al día del Juicio Final. No. No supe qué fue de ellos ni, la verdad, no me importa demasiado. Si vivieron pudieron observar que no mentía, si no lo hicieron al menos se fueron con la incógnita resuelta a la tumba.

Pero ahí, subido en el escenario, me sentí como Morrison en uno de sus conciertos. Enamoraba con mi movimiento de cadera a lo Elvis, seducía con mi tono de voz y disfrutaba en el escenario más que Hendrix con sus solos. Sí, disfruté. Reconozco que los pocos minutos en los cuales los focos daban de lleno, calentando mi piel y provocando que sudara pequeñas gotas rosáceas, me hicieron felices.

Ahora la duda es distinta. Saboreo otro tipo de necesidades. Me gustaría saber cuántos jóvenes han perecido en las últimas décadas, cuántos de ellos han regresado como espíritus a unirse en una cruzada más allá del tiempo y, por supuesto, querría saber si él sigue vivo. Recuerdo a Tarquin, con sus hermosos e ilusos ojos azules, apoyado en el marco de la puerta de Blackwood Farm invitándome a conocerlo más allá de su historia. Extraño el aroma del pantano, el zumbido de los insectos, y la risa estruendosa de Mona Mayfair. Hay también algo que echo de menos y son las largas conversaciones con Nicolas, aunque él no ha sufrido quema de otros sino la suya propia. Lo condené, pero ¿me odiará como Claudia? Oh, y el fantasma de esa niña que tanto amé, de esa mujer que tanto me odió, ¿seguirá por ahí rogando que me suceda lo peor? No lo sé.

Hay tantas cosas que se han quedado ahí, esperando en algún lugar a ser resueltas, que me niego a pensar que mi aventura ha acabado. Todavía tengo fuerzas.



Lestat de Lioncourt 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt