Lestat de Lioncourt
Benjamín había reunido a muchos
vampiros entorno a su pequeña mesa de radio en Internet, la cual
había crecido hasta ser una emisora muy solicitada y premiada por
los oyentes. Todavía había humanos que creían que era sólo un
programa de teatro, donde se interpretaban a los distintos vampiros y
seres nocturnos. Más bien, eran mayoría. Sin embargo, Benjamín
confiaba plenamente en hacer llegar sus mensajes a todos los tipos de
criaturas que deambulaban entre el entramado de asfalto, hormigón y
plástico de las habituales ciudades del mundo. Durante semanas
intentó contactar con uno de esos vampiros, uno de los seres más
huidizos de los que había logrado escuchar hablar.
El empeño del joven vampiro había
sido tal, así como su necesidad, que rogó a David Talbot que le
ayudara a encontrarlo. El vampiro en concreto era una hembra, aunque
muchos lo consideraban un hombre, llamado Petronia. Ella era un ser
de rasgos duros, pero su corazón no lo era si lograbas arrancarle la
coraza. Había nacido poco después que Pompeya fuese sepultada por
el volcán, pues ella había habitado sus calles y era uno de los
mejores artesanos de sus barrios más comerciales.
Daniel Molloy estaba ansioso. Él
conocía bien a vampiros muy antiguos, como Marius, e incluso había
convivido con ellos. Conocer a uno más, poder tener la posibilidad
de escuchar su historia, le provocaba cierto nerviosismo que se
aplacaba con el paso de las horas al confirmarse su asistencia. La
ansiedad se debía a la posibilidad de no poder conocerla, pero al
saber que todo ocurriría como deseaban los nervios se fueron
olvidando.
Por parte de Sybelle y Antoine, los dos
jóvenes músicos, se hallaban concentrados en las distintas
partituras que habían logrado componer para aquel momento. Por otro
lado, Lestat, se hallaba pegado a la radio en el otro extremo del
mundo. El Príncipe de los Vampiros había hecho llegar a Benjamín
una pregunta para aquella mujer milenaria, una sola. Era una pregunta
cargada de esperanza y era sobre Tarquin, el vampiro que creó hacía
algunas décadas aquella enigmática criatura.
Cuando llegó, sola y con un traje
oscuro muy sobrio, provocó que todos guardaran silencio. Bajo el
sombrero de ala ancha se ocultaba un rostro ligeramente alargado, de
barbilla estrecha y labios carnosos. Parecía una estatua perfecta,
cincelada con cuidado y cariño, con un tono de piel blanquecino
propio de una criatura tan antigua. Caminó con elegancia haciendo
sonar sus pesadas botas, aunque bonitas y limpias, hasta el asiento
que la aguardaba.
—Hoy, en la Voz de la Tribu, tenemos
el honor de conversar con Petronia. Petronia es uno de esos vampiros
milenarios que todos queremos conocer, pero que también es temida
por su supuesto mal carácter—esas palabras de Benjamín provocaron
que ella lo mirara. Esos ojos oscuros, ligeramente frívolos, se
clavaron en los del muchacho provocando que se encogiera sobre sí
mismo echándose hacia atrás en la silla.
—¿Qué has dicho?—dijo girándose
por completo hacia él.
—No lo culpes, Petronia—intervino
David—. Tarquin Blackwood habló maravillas sobre su arte, pero
también logró despertar en nosotros temor. Suele ser muy violenta
según el joven—indicó intentando ser diplomático—. Aunque un
carácter fuerte no significa violencia, pero es algo que quedó
escrito en...
—Lo sé—contestó—. No tienes que
ser tan zalamero para que te responda, ¿entiendes? Prefiero que el
mequetrefe éste sea directo a que tú, señor elegancia, me dores la
píldora de ese modo—se acomodó la chaqueta y cruzó los brazos,
para luego echarse hacia atrás en la silla.
Llevaba el pelo recogido en una trenza
gruesa, la cual caía por su espalda rozando la punta su cintura. Era
hermosa. Sin duda, Arion había elegido una criatura de rasgos
atractivos y misteriosos, así como un ser de carácter.
Sybelle y Antoine empezaron a tocar.
Ambos vestían de blanco y lo hacían al piano, un dueto muy elegante
y sencillo. Era música suave para alivianar el tenso ambiente. Los
dos se asemejaban a ángeles y ella los observaba de soslayo. Parecía
encantada con aquella música, pero no lo diría. No era una mujer de
halagos fáciles.
—Está bien, está bien—contestó
Talbot con una ligera sonrisa—. Me agradan las mujeres con
carácter.
—A mí no me agradas tú, por favor,
siguiente pregunta—respondió con fiereza.
—El Príncipe de los Vampiros nos
hizo llegar una pregunta, la cual espero que respondas—la voz de
Benjamín volvió a ser la habitual, quizás porque había
comprendido que no tenía nada en su contra y ella, sin más, era
así—. ¿Está vivo Tarquin Blackwood? ¿Podrías darnos su
paradero?
—Ah...—su mirada cambió. Sus ojos
se llenaron de preocupación y una melancolía que no se podía
fingir. Ella quería a ese idiota, su idiota, porque le había tomado
un cariño imposible. No lo hubiese creado de no haberlo amado, de no
haber visto en él algo especial. Su labio inferior tembló, pero su
rostro volvió a endurecerse—. No sé nada de ese cretino. Si
supiera dónde está, después de tantos años sin siquiera una
llamada, iría y le patearía el trasero hasta hacerlo llorar.
—¿Escuchaste a Amel?—preguntó
David.
—Sí, pero no le hice caso. Tengo
cosas más importantes que hacer que quemar a otros, ¿comprendes?
Decidí obviarlo concentrándome en mi trabajo. Arion también lo
escuchó, estuvo algunos días discutiendo con él, igual que yo,
pero nos dejó en paz. Aún así pedimos a Manfred que abandonara
nuestra casa durante esos meses, ahora vuelve a vivir bajo nuestro
mismo techo—explicó sin rodeos—. Me decía que me necesitaba y
yo le dije que había otros, mucho más interesados en pelear, que
yo. Aunque no lo parezca me gusta mi vida tranquila, leer en las
noches y hacer mis diseños basados en historias, leyendas y la vida
misma. Mis camafeos son algo más que joyas, es arte. Yo no podía
dejar de hacer lirios en camafeos, no sabía porqué, pero ahora lo
sé. Él me influía, aunque no logró que corriera por las calles
quemando a jóvenes—bajó los brazos y los dejó sobre los
apoyabrazos de la silla. Sus manos eran delgadas, sus uñas largas y
puntiagudas como las de cualquier otro vampiro, y tenía algunos
anillos de camafeo muy hermosos. La corbata negra era similar a la
que llevaba David.
A decir verdad, tanto David, Benjamín
como ella, Petronia, vestían de forma similar. Eran trajes sobrios,
hechos a medida, de color oscuro y las camisas eran lo único que se
diferenciaban. Petronia había elegido una camisa negra, Benjamín
una lavanda y David optó por la clásica camisa blanca de algodón.
Los tres parecían formar parte de una sociedad selecta, pero en
realidad sólo eran tres extraños que estaban intentando ser
conciliadores y ofrecer información sobre lo ocurrido. Eran
testimonios.
—¿Por qué creaste a
Manfred?—intervino Benjamín—. Sabemos que tenías un pacto con
él, pero pudiste no cumplirlo.
—Soy una mujer de palabra y ese
imbécil, aunque es un imbécil de primera categoría, me cae bien.
Hay algo en él que me agrada y no preguntes qué es. Llevo décadas
intentando saber porqué me cae bien. Supongo que es porque es un
sentimental, y yo también lo soy a mi modo, y tiene un carácter
fuerte aunque termine lloriqueando—explicó con una ligera
sonrisa—. ¿No me vas a preguntar porqué Arion no me acompaña
hoy?
—Tu amado maestro—indicó David
Talbot.
—¿Te estás burlando de mí?—increpó
Petronia girándose hacia él. Parecía amenazadora y, por supuesto,
provocó que el viejo hombre de Talamasca tragara saliva y se pusiera
nervioso.
—No, pero así lo llamabas o
llamas...—susurró.
—Sí, pero tú no lo llames así. Tú
no tienes derecho a llamar así a mi Arion. Tú no—aclaró
señalándolo con el dedo índice de su mano derecha—. ¡No!—dijo
tocando el torso de David, para luego acomodarse de nuevo en la silla
y cruzar las piernas. Unas piernas largas, enfundadas en un pantalón
elegante y tan sobrio como su chaleco y su chaqueta—. No ha venido
porque no es su turno, además no siempre vamos los dos juntos. Si
siempre estuviéramos juntos, ¿crees que podríamos contarnos lo que
hemos hecho? No sería divertido, ¿no crees? Sería muy
aburrido—sonrió cómplice, como si recordara algo agradable—. Es
un imbécil, pero le admiro.
Las últimas palabras de Petronia
hicieron reír a Daniel Molloy en la cabina, y Petronia rápidamente
lo escrutó. Él no mostró miedo alguno, pues le guiñó y siguió
redactando lo que estaba observando.
—¿Tienes alguna tienda de camafeos?
¿Dónde los vendes? Si es que los vendes...—preguntó David Talbot
llamando de nuevo su atención, provocando que ella lo mirara con
cierto orgullo.
—Por supuesto que los vendo. Son
exclusivos y muchos coleccionistas, hombres y mujeres, se sienten
tentados con mis hermosas criaturas. Son mis pequeños—levantó sus
manos y las mostró—. Hago anillos, broches, pendientes e incluso
otros objetos como el mango de algún bastón recubierto de camafeos.
Son arte puro y para nada baratos, pero sigo vendiendo incluso en
éstos años de crisis—explicó con bastante orgullo—. ¿No crees
que son hermosos? Dígale a su amiguito, ese Príncipe de los
Idiotas... Disculpa... Príncipe de los Vampiros, el mocoso ese que
llora tanto en sus libros, que puede comprarme los que quiera. Sé
que le gusta éste tipo de arte.
David se echó a reír. Aquella mujer
era incorregible. Sin duda, sabía vender su trabajo y mostrarse
firme. Sin embargo, se iban acercando peligrosamente a una pregunta
que podía ser incómoda. Benjamín terminó por hacerla intentando
tener tacto.
—¿Cómo te consideras? Te hemos
visto vestir como un hombre, actuar como tal, pero también hemos
leído sobre tu belleza a la hora de vestir como una mujer. Vistes
como una mujer para Arion, fuiste una esclava que tuvo una vida
horrible como gladiadora y luego prostituyendo tu cuerpo, pero ¿eres
una mujer o eres un hombre?—aquello provocó que ella guardara
silencio durante varios minutos—. Petronia...
—Cállate, mocoso—dijo apoyándose
en la mesa, dejando que el micrófono no estuviese muy lejos de sus
labios. Entonces, en tono confidente, habló—. Tuve una vida
horrible, todos me consideraban un monstruo y mi fuerte carácter
surgió después que Arion apareciera. Me convertí en su compañera
mucho antes que él me convirtiera. Quería que viese a una mujer
hermosa ante él, pero no me importaba vestir como un muchacho vulgar
a la hora de trabajar—sonrió amargamente y se echó atrás en la
silla—. Soy una mujer, me siento mujer, soy mujer... pero en el
mundo de los negocios hasta hace poco no ha sido de las mujeres. Si
bien, ¿por qué tengo que ser una mujer débil? ¿Por qué las
mujeres tienen que ser débiles, llevar faldas y reír como
estúpidas? ¿Eso quién coño se lo inventó?—preguntó echándose
a reír—. Nada más tenéis que ver lo fuertes que son las madres,
¿ellas son débiles? No. Las mujeres somos fuertes, luchadoras,
grandes y sabemos qué queremos. Olviden esas estampas de mujeres
manirrotas. Yo no lo seré jamás. Si no encajo en el concepto de
femenino pues lo siento mucho, pero yo soy una mujer—se giró hacia
Benjamín y sonrió—. No te lo he dicho, pero me agrada tu estilo.
Bonito sombrero, ¿en tu tienda tienes alguno así? Me interesa.
—Sí, son a medida.
Benjamín poseía una tienda de
sombreros, estaba en el centro de Nueva York. Era un lugar donde
solían ir estrellas del celuloide y cualquier neoyorquino. Él
siempre decía que lograba encandilarlos con sus sombreros y, por
supuesto, él solía llevar varios modelos distintos a lo largo del
mes.
—¿Alguna pregunta más?—dijo algo
impaciente—. He dejado a esos dos idiotas solos.
—Sólo si quiere decir algo—comentó
David Talbot.
—Si alguien sabe algo de Tarquin, ese
maldito caballerito, díganselo a estos dos inútiles para que yo
pueda ir a patearlo—provocó que ambos se quedaran impactados,
aunque después se echaran a reír, sin embargo ella ni los miró y
continuó con su discurso—. Tarquin Blackwood... deja de llorar por
los rincones, aparece y permite que tus lágrimas limpien mi suelo de
mármol. ¡Maldito idiota, estoy preocupada por ti!
Cuando acabó se levantó, cruzó la
habitación y dio un portazo. Realmente estaba furiosa porque él no
se había puesto en contacto.
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