Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 29 de noviembre de 2015

La voz de la tribu: Emisión 10

Hoy tenemos a Petronia en La voz de la Tribu.

Lestat de Lioncourt


Benjamín había reunido a muchos vampiros entorno a su pequeña mesa de radio en Internet, la cual había crecido hasta ser una emisora muy solicitada y premiada por los oyentes. Todavía había humanos que creían que era sólo un programa de teatro, donde se interpretaban a los distintos vampiros y seres nocturnos. Más bien, eran mayoría. Sin embargo, Benjamín confiaba plenamente en hacer llegar sus mensajes a todos los tipos de criaturas que deambulaban entre el entramado de asfalto, hormigón y plástico de las habituales ciudades del mundo. Durante semanas intentó contactar con uno de esos vampiros, uno de los seres más huidizos de los que había logrado escuchar hablar.

El empeño del joven vampiro había sido tal, así como su necesidad, que rogó a David Talbot que le ayudara a encontrarlo. El vampiro en concreto era una hembra, aunque muchos lo consideraban un hombre, llamado Petronia. Ella era un ser de rasgos duros, pero su corazón no lo era si lograbas arrancarle la coraza. Había nacido poco después que Pompeya fuese sepultada por el volcán, pues ella había habitado sus calles y era uno de los mejores artesanos de sus barrios más comerciales.

Daniel Molloy estaba ansioso. Él conocía bien a vampiros muy antiguos, como Marius, e incluso había convivido con ellos. Conocer a uno más, poder tener la posibilidad de escuchar su historia, le provocaba cierto nerviosismo que se aplacaba con el paso de las horas al confirmarse su asistencia. La ansiedad se debía a la posibilidad de no poder conocerla, pero al saber que todo ocurriría como deseaban los nervios se fueron olvidando.

Por parte de Sybelle y Antoine, los dos jóvenes músicos, se hallaban concentrados en las distintas partituras que habían logrado componer para aquel momento. Por otro lado, Lestat, se hallaba pegado a la radio en el otro extremo del mundo. El Príncipe de los Vampiros había hecho llegar a Benjamín una pregunta para aquella mujer milenaria, una sola. Era una pregunta cargada de esperanza y era sobre Tarquin, el vampiro que creó hacía algunas décadas aquella enigmática criatura.

Cuando llegó, sola y con un traje oscuro muy sobrio, provocó que todos guardaran silencio. Bajo el sombrero de ala ancha se ocultaba un rostro ligeramente alargado, de barbilla estrecha y labios carnosos. Parecía una estatua perfecta, cincelada con cuidado y cariño, con un tono de piel blanquecino propio de una criatura tan antigua. Caminó con elegancia haciendo sonar sus pesadas botas, aunque bonitas y limpias, hasta el asiento que la aguardaba.

—Hoy, en la Voz de la Tribu, tenemos el honor de conversar con Petronia. Petronia es uno de esos vampiros milenarios que todos queremos conocer, pero que también es temida por su supuesto mal carácter—esas palabras de Benjamín provocaron que ella lo mirara. Esos ojos oscuros, ligeramente frívolos, se clavaron en los del muchacho provocando que se encogiera sobre sí mismo echándose hacia atrás en la silla.

—¿Qué has dicho?—dijo girándose por completo hacia él.

—No lo culpes, Petronia—intervino David—. Tarquin Blackwood habló maravillas sobre su arte, pero también logró despertar en nosotros temor. Suele ser muy violenta según el joven—indicó intentando ser diplomático—. Aunque un carácter fuerte no significa violencia, pero es algo que quedó escrito en...

—Lo sé—contestó—. No tienes que ser tan zalamero para que te responda, ¿entiendes? Prefiero que el mequetrefe éste sea directo a que tú, señor elegancia, me dores la píldora de ese modo—se acomodó la chaqueta y cruzó los brazos, para luego echarse hacia atrás en la silla.

Llevaba el pelo recogido en una trenza gruesa, la cual caía por su espalda rozando la punta su cintura. Era hermosa. Sin duda, Arion había elegido una criatura de rasgos atractivos y misteriosos, así como un ser de carácter.

Sybelle y Antoine empezaron a tocar. Ambos vestían de blanco y lo hacían al piano, un dueto muy elegante y sencillo. Era música suave para alivianar el tenso ambiente. Los dos se asemejaban a ángeles y ella los observaba de soslayo. Parecía encantada con aquella música, pero no lo diría. No era una mujer de halagos fáciles.

—Está bien, está bien—contestó Talbot con una ligera sonrisa—. Me agradan las mujeres con carácter.

—A mí no me agradas tú, por favor, siguiente pregunta—respondió con fiereza.

—El Príncipe de los Vampiros nos hizo llegar una pregunta, la cual espero que respondas—la voz de Benjamín volvió a ser la habitual, quizás porque había comprendido que no tenía nada en su contra y ella, sin más, era así—. ¿Está vivo Tarquin Blackwood? ¿Podrías darnos su paradero?

—Ah...—su mirada cambió. Sus ojos se llenaron de preocupación y una melancolía que no se podía fingir. Ella quería a ese idiota, su idiota, porque le había tomado un cariño imposible. No lo hubiese creado de no haberlo amado, de no haber visto en él algo especial. Su labio inferior tembló, pero su rostro volvió a endurecerse—. No sé nada de ese cretino. Si supiera dónde está, después de tantos años sin siquiera una llamada, iría y le patearía el trasero hasta hacerlo llorar.

—¿Escuchaste a Amel?—preguntó David.

—Sí, pero no le hice caso. Tengo cosas más importantes que hacer que quemar a otros, ¿comprendes? Decidí obviarlo concentrándome en mi trabajo. Arion también lo escuchó, estuvo algunos días discutiendo con él, igual que yo, pero nos dejó en paz. Aún así pedimos a Manfred que abandonara nuestra casa durante esos meses, ahora vuelve a vivir bajo nuestro mismo techo—explicó sin rodeos—. Me decía que me necesitaba y yo le dije que había otros, mucho más interesados en pelear, que yo. Aunque no lo parezca me gusta mi vida tranquila, leer en las noches y hacer mis diseños basados en historias, leyendas y la vida misma. Mis camafeos son algo más que joyas, es arte. Yo no podía dejar de hacer lirios en camafeos, no sabía porqué, pero ahora lo sé. Él me influía, aunque no logró que corriera por las calles quemando a jóvenes—bajó los brazos y los dejó sobre los apoyabrazos de la silla. Sus manos eran delgadas, sus uñas largas y puntiagudas como las de cualquier otro vampiro, y tenía algunos anillos de camafeo muy hermosos. La corbata negra era similar a la que llevaba David.

A decir verdad, tanto David, Benjamín como ella, Petronia, vestían de forma similar. Eran trajes sobrios, hechos a medida, de color oscuro y las camisas eran lo único que se diferenciaban. Petronia había elegido una camisa negra, Benjamín una lavanda y David optó por la clásica camisa blanca de algodón. Los tres parecían formar parte de una sociedad selecta, pero en realidad sólo eran tres extraños que estaban intentando ser conciliadores y ofrecer información sobre lo ocurrido. Eran testimonios.

—¿Por qué creaste a Manfred?—intervino Benjamín—. Sabemos que tenías un pacto con él, pero pudiste no cumplirlo.

—Soy una mujer de palabra y ese imbécil, aunque es un imbécil de primera categoría, me cae bien. Hay algo en él que me agrada y no preguntes qué es. Llevo décadas intentando saber porqué me cae bien. Supongo que es porque es un sentimental, y yo también lo soy a mi modo, y tiene un carácter fuerte aunque termine lloriqueando—explicó con una ligera sonrisa—. ¿No me vas a preguntar porqué Arion no me acompaña hoy?

—Tu amado maestro—indicó David Talbot.

—¿Te estás burlando de mí?—increpó Petronia girándose hacia él. Parecía amenazadora y, por supuesto, provocó que el viejo hombre de Talamasca tragara saliva y se pusiera nervioso.

—No, pero así lo llamabas o llamas...—susurró.

—Sí, pero tú no lo llames así. Tú no tienes derecho a llamar así a mi Arion. Tú no—aclaró señalándolo con el dedo índice de su mano derecha—. ¡No!—dijo tocando el torso de David, para luego acomodarse de nuevo en la silla y cruzar las piernas. Unas piernas largas, enfundadas en un pantalón elegante y tan sobrio como su chaleco y su chaqueta—. No ha venido porque no es su turno, además no siempre vamos los dos juntos. Si siempre estuviéramos juntos, ¿crees que podríamos contarnos lo que hemos hecho? No sería divertido, ¿no crees? Sería muy aburrido—sonrió cómplice, como si recordara algo agradable—. Es un imbécil, pero le admiro.

Las últimas palabras de Petronia hicieron reír a Daniel Molloy en la cabina, y Petronia rápidamente lo escrutó. Él no mostró miedo alguno, pues le guiñó y siguió redactando lo que estaba observando.

—¿Tienes alguna tienda de camafeos? ¿Dónde los vendes? Si es que los vendes...—preguntó David Talbot llamando de nuevo su atención, provocando que ella lo mirara con cierto orgullo.

—Por supuesto que los vendo. Son exclusivos y muchos coleccionistas, hombres y mujeres, se sienten tentados con mis hermosas criaturas. Son mis pequeños—levantó sus manos y las mostró—. Hago anillos, broches, pendientes e incluso otros objetos como el mango de algún bastón recubierto de camafeos. Son arte puro y para nada baratos, pero sigo vendiendo incluso en éstos años de crisis—explicó con bastante orgullo—. ¿No crees que son hermosos? Dígale a su amiguito, ese Príncipe de los Idiotas... Disculpa... Príncipe de los Vampiros, el mocoso ese que llora tanto en sus libros, que puede comprarme los que quiera. Sé que le gusta éste tipo de arte.

David se echó a reír. Aquella mujer era incorregible. Sin duda, sabía vender su trabajo y mostrarse firme. Sin embargo, se iban acercando peligrosamente a una pregunta que podía ser incómoda. Benjamín terminó por hacerla intentando tener tacto.

—¿Cómo te consideras? Te hemos visto vestir como un hombre, actuar como tal, pero también hemos leído sobre tu belleza a la hora de vestir como una mujer. Vistes como una mujer para Arion, fuiste una esclava que tuvo una vida horrible como gladiadora y luego prostituyendo tu cuerpo, pero ¿eres una mujer o eres un hombre?—aquello provocó que ella guardara silencio durante varios minutos—. Petronia...

—Cállate, mocoso—dijo apoyándose en la mesa, dejando que el micrófono no estuviese muy lejos de sus labios. Entonces, en tono confidente, habló—. Tuve una vida horrible, todos me consideraban un monstruo y mi fuerte carácter surgió después que Arion apareciera. Me convertí en su compañera mucho antes que él me convirtiera. Quería que viese a una mujer hermosa ante él, pero no me importaba vestir como un muchacho vulgar a la hora de trabajar—sonrió amargamente y se echó atrás en la silla—. Soy una mujer, me siento mujer, soy mujer... pero en el mundo de los negocios hasta hace poco no ha sido de las mujeres. Si bien, ¿por qué tengo que ser una mujer débil? ¿Por qué las mujeres tienen que ser débiles, llevar faldas y reír como estúpidas? ¿Eso quién coño se lo inventó?—preguntó echándose a reír—. Nada más tenéis que ver lo fuertes que son las madres, ¿ellas son débiles? No. Las mujeres somos fuertes, luchadoras, grandes y sabemos qué queremos. Olviden esas estampas de mujeres manirrotas. Yo no lo seré jamás. Si no encajo en el concepto de femenino pues lo siento mucho, pero yo soy una mujer—se giró hacia Benjamín y sonrió—. No te lo he dicho, pero me agrada tu estilo. Bonito sombrero, ¿en tu tienda tienes alguno así? Me interesa.

—Sí, son a medida.

Benjamín poseía una tienda de sombreros, estaba en el centro de Nueva York. Era un lugar donde solían ir estrellas del celuloide y cualquier neoyorquino. Él siempre decía que lograba encandilarlos con sus sombreros y, por supuesto, él solía llevar varios modelos distintos a lo largo del mes.

—¿Alguna pregunta más?—dijo algo impaciente—. He dejado a esos dos idiotas solos.

—Sólo si quiere decir algo—comentó David Talbot.

—Si alguien sabe algo de Tarquin, ese maldito caballerito, díganselo a estos dos inútiles para que yo pueda ir a patearlo—provocó que ambos se quedaran impactados, aunque después se echaran a reír, sin embargo ella ni los miró y continuó con su discurso—. Tarquin Blackwood... deja de llorar por los rincones, aparece y permite que tus lágrimas limpien mi suelo de mármol. ¡Maldito idiota, estoy preocupada por ti!


Cuando acabó se levantó, cruzó la habitación y dio un portazo. Realmente estaba furiosa porque él no se había puesto en contacto.    

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt