Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 22 de noviembre de 2015

Hambre

Daniel ha decidido dejar por escrito sus pensamientos sobre la sociedad actual. No todos estarán de acuerdo, pero para mí es un punto clave: estamos hambrientos. 

Lestat de Lioncourt 

El ser humano actual está enfermo desde hace décadas. Tiene una enfermedad que carcome su alma y la pudre lentamente. Los primeros casos aparecieron hace más de cincuenta años. La sociedad apenas estaba empezando a sumirse en una profunda oscuridad. Ésta enfermedad del alma es la pérdida del interés por la cultura realmente influyente o que contribuya a un enardecimiento del intelecto. Nos encontramos ante una sociedad que busca un arte fácil de digerir, simple y carente de profundidad igual que la mayoría de las almas que pueblan sus calles. Es un arte desechable, como la mayoría de los enseres, y muy consumista. Lo que valía ayer ya no vale hoy y hay que conseguir nuevos intereses que nos sacien, pero son tan endebles que jamás contribuyen a llenarnos. Nos convertimos en meras máquinas carentes de felicidad.

Hace algo más de cien años ir a un café no era un acto tan cotidiano. Sólo las personas influyentes podían darse el lujo de quedarse amodorrados con el humo del tabaco, el aroma profundo del café y del periódico de primeras horas de la mañana. Los empleados de las fábricas corrían agitados, igual que hormigas, de la casa a la industria y, por supuesto, cuando se asomaban al café introducían sus pensamientos con ahínco y desesperación. El bar, la taberna, los lugares de culto a la conversación se llenaban a media noche con encuentros de todo tipo. Los pensadores, escritores y artistas se camuflaban entre los airados y desesperados. Todos se unían en una mezcla distinta que los invitaba a dialogar. Hoy vas a un bar y pocos están conversando profundamente de temas artísticos o políticos, y quien lo hace no tiene idea de lo que está hablando. Seamos sinceros, la mayoría va a los cafés para tomar algo y ensimismarse en la televisión, la cual te dicta qué debes pensar, comprar e incluso cuantas veces al día debes respirar. Se ha perdido la cordialidad, el respeto al prójimo, la conversación fluida más allá de la manida charla del tiempo y hemos convertido al camarero en máquinas expendedoras. Ni siquiera miramos a la cara a quien nos sirve el café, té o cualquier refrigerio. Pocos son quienes dan los buenos días, tardes o noches. Aún más escasos son los que dejan alguna miserable propina.

Somos terriblemente hedonistas, y cuando digo somos incluyo también a todos los vampiros de éste perverso mundo. Disfrutamos de la diversión, pero ¿es de calidad esa diversión? ¿Se divierte nuestra alma recogocijándose con el arte y las vacías conversaciones de ascensor que se dan en los numerosos cafés? ¿Se ha perdido el impulso revolucionario? ¿Desde cuándo nos conformamos con acumular tiempo que luego malgastamos frente a la televisión? No usamos el tiempo y vivimos contra las manecillas del reloj. Viajamos apresuradamente por las calles y no contemplamos el cielo, aunque si lo hiciéramos veríamos una densa neblina que nos impide ver las estrellas o intentar soñar.

El arte está desapareciendo y el que renace, como si fuese un pequeño brote de esperanza, sólo se mantiene por intereses económicos. Además, como no, nos dicen cual es el más importante, el que debe representar a toda una generación como siempre y no en ser nosotros mismos quienes decidamos cuales son los más influyentes. Nos dejamos deslumbrar por artistas del circo metidos a domadores de espectadores, los cuales van a conferencias ilusionados y atraídos por falsas propuestas de mercenarios industriales. Compramos más de lo que necesitamos en vez de invertir el dinero, tiempo y esfuerzo en algo que realmente merezca la pena.


Los vampiros más jóvenes sufren ésta tendencia insana, pues han nacido en una sociedad capitalista e infame. No digo que el comunismo sea la solución, pero ¿un capitalismo tan salvaje es necesario? ¿Dónde quedó el mirar por la sociedad y sus verdaderas carencias? No, para qué. Es mejor, y más productivo para las grandes fortunas, generar necesidades que nunca se verán del todo cubiertas. Estamos insatisfechos y no lo sabemos, pues es nuestra alma la que clama y eso, señores, no lo pueden llenar los billetes amontonados a la hora del pago en un supermercado. Eso lo hace una conversación amena, un abrazo sincero, un libro que realmente nos cambie y un cuadro que nos recuerde a nuestra infancia... Una película que realmente posea un guión sólido, aunque no sea la típica que veas en una sala de cine. Algo especial, pues somos especiales y no nos pueden vender a todos lo mismo... ¡Pero lo hacen! Por eso estamos desesperados y aceptamos cualquier cosa convenciéndonos que es cierto, pues la desesperación genera que nos involucremos en guerras absurdas, divagaciones inconsistentes y aplaudamos a vendedores de humo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt