Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 23 de noviembre de 2015

Movimiento en los espíritus - Archivo Talamasca

David Talbot y Daniel Molloy nos traen algo más sobre lo que está ocurriendo ahora, en la Tribu.

Lestat de Lioncourt


Corríamos por la ciudad. No lo hacíamos a la velocidad de un ser humano. Jamás me había sentido tan libre. Nunca había probado mis poderes de ese modo. Creo que jamás me había percatado que poseía tales habilidades. Por primera vez me sentía unido a lo que era. Había dejado atrás los deseos desenfrenados de entrar en locales de poca monta y dejarme llevar por la estruendosa, aunque atractiva, música que me hacía bailar durante horas. Vestía ropa cómoda, algo ajustada, y oscura. Él me había pedido que fuese su sombra, o al menos algo similar, porque quería que le acompañara hasta uno de los cementerios más populares de París.

Un París que parecía una bomba de relojería. Las calles se habían llenado de muertos por las políticas del presente y pasado gobierno, por financiaciones que rallaban lo ilegal a organizaciones terroristas, y porque se había fabricado una nueva guerra que dividía, clasificaba y hacía que los buenos fueran muy buenos y los malos terribles. La lluvia caía precipitándose con rabia. El viento agitaba las húmedas banderas a media hasta, las luces seguían tiritando y en algunos locales se escuchaba un himno, lleno de símbolos que alentaban a una pureza de sangre inexistente en una sociedad actual, que unía almas.

Cada pisada era como una liberación. Me sentía libre. Él parecía no disfrutar de aquellos movimientos limpios, medidos y sigilosos. Los míos eran más patosos. Yo parecía un bebé que recién caminaba en comparación con él, un hombre atlético y que se comprometía con la carrera a contra reloj que estábamos teniendo.

Benjamín difundía algunos mensajes en la radio. Hablaba de diversas informaciones que habían llegado de La Orden de Sabios de Talamasca. La Talamasca de David Talbot era muy distinta a la actual, pues habían crecido las medidas de seguridad y ahora realmente la gobernaban humanos para humanos, aunque en las sombras seguían aquellos seres poderosos que se encargaron de engrandecerla y conservarla.

“Queridos hermanos. Se están viviendo cambios. Actualmente no podemos hablaros con claridad de todo lo que está sucediendo. Los espíritus parecen intranquilos. Quizás se está abriendo otra brecha en ésta realidad, la que todos compartimos, y están apareciendo espíritus que desconocíamos. No tengáis miedo. Ahí fuera hay un grupo de talentosos hombres, mortales e inmortales, que están recabando información para todos ustedes. Repito, somos una Tribu y la Tribu se está moviendo. No temáis.”

Se escuchaba el violín de Antoine y el piano de Sybelle. Podía imaginarlos juntos tocando hasta el delirio. Allí estaba Marius, reunido con Armand, mientras Gregory paseaba por las habitaciones conversando con algunos jóvenes vampiros amigos nuestros. Pero ¿y Lestat? Hacía días que no aparecía, ni hacía reuniones y parecía desaparecido. No preguntaba por él, no quería parecer nervioso porque el líder no estuviera y, por supuesto, no deseaba que mi ansiedad preocupara al resto. Sin embargo, mis dudas se resolvieron.

Allí, bajo la fina llovizna, se hallaba Lestat junto a su replica perfecta. Lestat de Lioncourt y Viktor, su hijo, se hallaban de pie vistiendo ropas similares. Viktor era más pulcro, llevaba el pelo recogido y era ligeramente más alto y ancho. Lestat era un poco más menudo, su cabello estaba revuelto y poseía ligeras vetas blancas que hablaba de su exposición al sol de forma reiterada. Ambos llevaban chaquetas rojas con solapas negras, camisas blancas de algodón y jeans desgastados con unas botas elegantes, aunque cada cual llevaba unas botas distintas. Las de Viktor eran más sofisticadas, las de Lestat eran las de una estrella del rock trasnochada.

—Buenas noches, amigo—dijo David abrazándose a él con fuerza y ánimo.

—Buenas noches, David—contestó con tono jovial, como si nada pasara, mientras su hijo parecía inquieto—. Seth me ha enviado con Viktor como escolta, ¿te puedes creer? Mi hijo es quien vigila que no me meta en líos—se echó a reír, pero su risa no era del todo libre. Parecía preocupado. En ese momento me di cuenta que estaba tenso.

—¿Por qué nos has reunido aquí?—pregunté—. ¿Por qué he tenido que venir yo?

—Porque alguien tenía que acompañar a David y él se fía de ti—dijo Viktor. Su voz era tan similar a la de su padre que sentí un ligero escalofrío, pero no tenía acento francés. Poseía un acento que no era de ninguna parte, un acento de miles de países, aunque con un cierto desdén norteamericano. No podía diferenciarlo del todo.

—Podemos discutir todo en el café, por favor—movió suavemente su cabeza señalando una pequeña y coqueta cafetería.

Estaba arrebosar de personas. Sin embargo, parecía que no le importaba que otros escucharan nuestra conversación. Había varios vampiros jóvenes no muy lejos, podía sentir sus miradas y sus deseos de leer mi mente. Por supuesto, como no, tenía la mente cerrada y supongo que el resto también.

Nos movimos hacia el interior y allí, rodeados del aroma a café recién hecho y de distintas viandas, nos sentamos. David pidió un ponche, Lestat hizo lo mismo, Viktor optó por chocolate caliente y yo decidí pedir un café solo. Los cuatro calentaríamos nuestras manos con las tazas y emularíamos que podíamos digerir la bebida. La camarera fue rápida y su sonrisa parecía amarga. Era normal que todos estuvieran tensos por los atentados.

—Hace días que Amel está inquieto—dijo rompiendo el silencio.

—¿Inquieto?—preguntó de inmediato David—. Especifica.

—Sucedió hace unas noches. Teníamos nuestra habitual conversación tras la muerte de una de mis víctimas. Había decidido matar a un estúpido que se pavoneaba imitándome, intentando que todos creyeran que era yo—sonrió ligeramente acariciando la taza y se la acercó a la boca—. Como si eso fuese posible, pues ni siquiera Viktor es capaz de imitarme.

—No soy tan descarado ni irresponsable—contestó su hijo provocando que él bajar la taza y se echara a reír—. Ríete, pero incluso lo dice Seth.

—Seth tiene razón—respondió—. La cuestión es... —se quedó pensativo, como si escuchara a esa voz, para luego continuar—. Oh, sí. Empezamos a conversar sobre mis viejas vivencias y finalmente acabamos hablando de Memnoch. No sé porqué, pero se tensó.

—Sigues creyendo que era un espíritu. Ahora lo crees firmemente—murmuró David.

—Así es. Lo creo—indicó.

—¿Y por qué? Decías que era el diablo...—interrumpí.

—Así se presentó y así me hizo creer, pero pienso que son espíritus que encuentran pequeñas brechas en la oscuridad, esa oscuridad donde viven, y quieren entrar en nuestro mundo. Es como una enorme grieta. Creo que algo, no sé qué es, está sucediendo e intranquiliza a Amel. Puede que tenga que ver con Memnoch y ese lugar, el lugar donde me llevó—susurró lo último sin saber decir un lugar en concreto, pues no lo había.

Entonces Viktor recibió un mensaje y miró a su padre, éste lo observó durante unos segundos como si pudiesen hablar en una lengua inventada, como los gemelos, y ambos se incorporaron. Tenían que irse. Se despidieron rápidamente de nosotros y David fue tras ellos, dejando un par de billetes como propina y pago, mientras yo me quedaba allí sentado, pensando en todo lo que habían dicho y meditando sobre los pasajes de la aventura de Memnoch. En aquellos días yo estaba loco, perdido, desestructurado y hundido. Fueron días terribles. Armand estuvo a punto de morir y Mael estaba desaparecido desde entonces. Algunos decían que el celta estaba muerto, pero Marius decía que no era posible.

—¡Daniel!—gritó desde la puerta David—. ¡Vamos!


Me levanté y fui hacia la puerta acomodándome la sudadera. Ni siquiera me había bajado la capucha, me di cuenta cuando quise subirla al percibir que seguía lloviendo. David Talbot me rodeó con su brazo derecho, pasándolo por encima de mis hombros, para luego pegarme a él intentando darme algún consuelo. Necesitaba ver a Marius. Quería hablar con quien tenía como maestro y vínculo, pero también necesitaba hablar con Armand sobre Memnoch. Yo sabía que David y yo nos trasladaríamos de nuevo hacia Nueva York, donde estaba el resto.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt