Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 21 de noviembre de 2015

Druida

Mael intentó cuidar de Jesse, pero era demasiado joven para hacer caso a un milenario. ¡Ese cuento me lo sé!

Lestat de Lioncourt


Estaba allí de pie. Habíamos regresado del hospital. Huimos entre la alarma de los numersos heridos del concierto. Las salas estaban llenas de jóvenes frenéticos que balbuceaban desconcertados. Muchos médicos pensaban que alucinaban debido a alguna droga vendida en el concierto, la cual los hizo delirar en mitad del humo del incendio. Pero no era así. Había quienes hablaban de vampiros reales, de una diosa en el cielo ejecutando a sus iguales y llamando a filas a su querido Príncipe. ¡Oh, Lestat! ¿Dónde había quedado ese maravilloso vampiro? Sólo recordaba el dolor en mi cuello, la angustia de las lágrimas de Mael recorriendo su rostro blanquecino, el sonido de la ambulancia y el frío de las sábanas almidonadas de mi habitación. Pero, en aquella habitación, sólo había libros. Estaba de pie en mitad de la gran sala de Maharet, de su biblioteca, donde yacían miles de años de historia. Una historia que siempre sería la mía, pues se iniciaba con la terrible unión del cuerpo de Khayman y el de ella. Éramos la semilla, La Gran Familia Humana, y yo era la descendiente más fuerte. Al menos, eso decía la que siempre consideré mi tía.

—¿Alguna vez has amado con todo tu corazón?—preguntó Mael.

No me había fijado en su presencia. Estaba aún sumida en mis pensamientos. La noche me asombraba. Podía ver nuevos detalles que jamás había notado. Era un vampiro y mis sentidos se agudizaban. Percibía aromas intensos de cada libro, incluso de viejas especias que habían estado a su alrededor y de musgo. El musgo de la entrada penetraba fuertemente en mi nariz, ¿o era el musgo de las botas de Mael? No lo sabía.

Él me parecía más hermoso que nunca. Tenía rasgos duros, pero suaves. Parecía un hermoso lienzo que cobraba vida. Aquellos cabellos rubios, casi blancos, caían suavemente sobre su chaqueta de cuero color caramelo y sus jeans, algo arrugados y salpicados por la sangre de otros, parecían más viejos que nunca. Sí, también podía oler la sangre seca, el barro y su colonia. Una colonia casi inapreciable que pertenecía al propio aroma corporal que él poseía. Quería correr a sus brazos, estrecharlo contra mí y decirle que le quería. ¡Le quería más que nunca! Él me había salvado y estaba a punto de darme su sangre, la sangre de un poderoso celta, con tal de no verme sufrir o morir. Pero fue Maharet quien lo hizo, ella decidió darme un regalo tan importante.

—Sí—respondí confusa.

—Pues así te amo yo—admitió aproximándose a mí, tomándome de los brazos con cierta fuerza y mirándome a los ojos como lo haría un hombre dispuesto a besar a su gran amor. Sin embargo, no vi en él un amor apasionado de película romántica, sino un amor incondicional. Era el amor de un padre, un hermano, un amigo... —. Te amo como si fueras parte de mí.

—Mael...—susurré al borde de las lágrimas.

—No debiste desobedecerme—quería ser severo, pero era imposible. Jamás supo ser severo conmigo. Siempre era demasiado bondadoso, como si temiera alejarme de él por ser tan tajante y sincero—. ¿Acaso no pensaste en Maharet o en mí?—preguntó entristecido.

—Yo...

—Ahora la oscuridad se cierne sobre ti, rodeando tu alma hasta asfixiarla, y pronto la sed no te dejará descansar—esas palabras provocaron que abriera los ojos, así como los labios, sintiendo que mi alma se marchaba de mi cuerpo. Estaba tomando conciencia de todo lo que implicaba vivir para siempre, él lo estaba haciendo por mí. Era un consejo, lo sabía, pero me molestaba profundamente. Yo no era una niña—. Siempre serás esclava de ese tormento y a la vez, como no, sentirás que te has liberado de la muerte. Pero no es cierto—puso su frente sobre la mía, la frente despejada y sin arrugas que poseía, y dejó que su ceño se frunciera—. Tú serás la muerte. Te vestirás de ella, con dulce encanto, para ojos de otros.

—Sé que implica ser inmortal—dije colocando mis manos sobre las solapas de su chaqueta.

—Porque lo hayas estudiado, en esa secta de eruditos, no implica que tú, Jesse, sepas que implica éste poder—murmuró tomándome del rostro con aquellas manos ligeramente frías, grandes y dedos largos. Tenía las manos grandes. Unas manos que en los viejos tiempos, cuando era mortal, posiblemente estaban llenas de heridas por recolectar hierbas y usar herramientas tocas. Sin embargo, en ese momento eran suaves, dulces como las de una madre, y sabias como las de un anciano.

—Mael, no soy una niña—dije sutilmente frustrada.

—Para mí siempre serás una niña que no sabía, ni sabrá jamás, lo importante que es para mí y lo terrible que puede ser ver morir a quienes amas, comprender que el mundo cambia y tú no. La inmortalidad es un don muy preciado, pero también un castigo—besó mi frente y me abrazó pegándome fuertemente contra su pecho.

—¿Qué me quieres decir?—susurré.

—Que te amo y que espero que jamás te pierdas en la terrible soledad que une éste lazo.

Pude escuchar su corazón bombeando. ¡Latía! El corazón de un vampiro latía. Un corazón viejo y sabio, que había vivido terribles tormentos, latía y lo hacía al ritmo de su respiración. Quise beber de su sangre, pero no lo hice. Me limité a dejar que me acariciara los cabellos y llenara mi rostro de besos suaves, dulces y entregados. Permití que me amara como si fuese su hija y me besara como si fuese su amante, pues sus labios rozaron los míos y su lengua se hundió en mi boca como una poderosa daga. No me importó que lo hiciera. Deseaba que me besara desde hacía demasiadas noches. Me aferré a su chaqueta y acepté que sus manos viajaran a mi cintura. Era incluso erótico el besar de ese modo, el sentir como sentía, y permitir que me hiciera suya en ese instante con algo tan simple, pero tan profundo, como un beso.


Era Mael, el druida y celta, el hombre que definían como un ser frío a la hora de pensar y bárbaro cuando actuaba. Pero no era cierto. Podía ser terriblemente amable y bondadoso, sobre todo con una chiquilla estúpida que creía conocer todo, aunque no conocía nada.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt