Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 27 de noviembre de 2015

Nicolas el demonio

Eleni me envió estas notas hace unas noches... Son notas preciadas para mí. 

Lestat de Lioncourt 


Él estaba allí de pie, sobre el escenario, siendo adulado por un par de vampiros que tenían algo más de dos décadas. Acariciaban sus cabellos oscuros y sus prendas ligeramente polvorientas. Durante días había mantenido un silencio casi sepulcral. Su voz, profunda aunque sutil, tenía un acento que podía ser confundido con el del propio París. Había vivido algunos años en la ciudad y regresó al nido de ratas, suciedad y artistas que tanto consumía su alma, a la vez que la alimentaba, con el solo objetivo de morir de inanición en mitad de una noche apasionada.

Era delgado. Recuerdo muy bien su figura esbelta. Tenía una estatura considerable, pero no llegaba a rebasar a su creador. Sus ojos profundos, tan profundos como su voz, eran castaño oscuros y parecían la boca de dos lobos aullando. Un lobo en mitad de un rebaño de almas indecentes. Su boca tenía labios carnosos y una sonrisa pérfida. La tez de su piel estaba un poco bronceada, pero no tenía peca o muesca alguna. Acepto que era una obra maestra aquel vampiro, aunque su alma estaba consumida y destruida mil veces. Podía ver como se retorcía junto a su cuerpo cuando tocaba. Un alma que lloraba y gritaba.

Poseía unos dedos largos, los cuales le daban cierta habilidad pasmosa para tocar rápidamente las cuerdas. En ocasiones no usaba el arco, sino que pellizcaba estas y hacía sonar unas notas intensas, algo depravadas, que te seducían cayendo a sus pies. Como humano nunca habría logrado a ser un gran violinista, ni aunque hubiese seguido con las más excelsas clases de violín. Sin embargo, el Don Oscuro le dio algo más que una vida eterna, modificó sus habilidades y lo convirtió en un genio.

Escuché la pelea con su creador, con aquel joven que nuestro amigo más viejo persiguió por todo París, y fue terrible. Lestat lloró lágrimas sanguinolentas de rabia y frustración, pero él se reía. Escuché como se lanzaban severas acusaciones, crueles frases dignas de una guerra encarnizada y miradas propias de dos amantes heridos. Poco después, cuando Lestat se fue de Francia, logré sentarme a su lado y escuchar su historia.

—Creí que mi idea le haría feliz—dijo acariciando ensimismado su instrumento. Desconozco si él me hablaba a mí o no. Sólo sé que lo escuché. Tuve la delicadeza de apoyar mi diestra sobre la cruz de su espalda, justo donde acababa el último mechón de su pelo, para darle cierto confort—. Siempre quiso conocer los límites del ser humano, romper las reglas y ser temerario. Amaba éste teatro, lo adquirió por algo, y a mí me dotó de vida... ¡Pero eso no lo hizo porque él quería! Deseaba verme morir en medio de la inocencia y la estupidez, sumergido en la oscuridad sin poder siquiera hallar una verdad agradable por falsa que fuese. Miserable... ¡Y me habla de traicionar al mundo! Yo sólo quiero crear arte, acompañarme de lo único que no me ha abandonado, porque mi alma sufre...—se abrazó al violín y lo besó con ternura, para luego abalanzarse al escritorio riendo a carcajadas.

Una nueva obra corría dirigente por las conexiones nerviosas de su cerebro. Estaba alentándole a escribir para olvidar, para no pensar, para no sentir... para no padecer y no caer nuevamente a los infiernos del quizás y el nunca.

Por mi parte, como no, guardé silencio y observé. Quedé allí durante más de una hora mientras él escribía y escribía, reía, se tiraba del cabello y se ponía en pie señalando el papel mientras mascullaba ciertas ofensas a Dios, el Diablo, el destino y la fe. Después, para calmarse, tocaba la melodía que había compuesto mientras recitaba los poemas perversos, las frases ingeniosas y las escenas obscenas que había firmado para nuestro próximo estreno.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt