Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 28 de noviembre de 2015

Conversaciones Padre e Hija

—¿Por qué miras así?—dijo despejando sus ojos del grueso libro de poemas que leía.

Mis manos se movían ágiles por el piano, pero no prestaba atención a las partituras. Las mismas partituras, con sus elegantes anotaciones, que Antoine me había obsequiado tras noches de borrachera infinita. Él estaba empezando a despejarse, alejándose del vino y las tabernas, para introducirse a la demencia de crear las mejores composiciones para mí. Y, aquella que tocaba, me recordaba a ella. Era una melodía amarga, rabiosa y triste. Tenía algo tenebroso y sensual que la hacía hermosa e idónea para acompañar los movimientos refinados de Claudia.

—Es porque eres bonita—respondí.

—Siempre lo he sido—contestó cerrando el libro, para dejarlo sobre los pliegues de su vestido—. Tú siempre me has dicho que soy hermosa.

Era cierto. Siempre lo había dicho. Jamás había afirmado lo contrario. ¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Qué ganaba yo mintiendo? Ella era absolutamente hermosa. Había admirado su belleza infantil como síntoma de inocencia y maldad, una maldad pura que nacía desde lo más hondo de nuestras almas. Aunque seguía creyendo que la maldad era sólo un punto de vista, que Dios no podía condenarme por haberla convertido en una niña eterna ya que ni Marius, aquel poderoso y milenario vampiro, me había castigado por ello.

—Tu belleza va más allá de la perfecta maldad que cubren tus actos, del veneno frívolo de tus caros gustos, y de tus adorables y falsos llantos—dije dejando de tocar, para levantarme del piano y caminar hacia la ventana.

Miré la lluvia cayendo desoladora sobre los tejados adyacentes, las calles empapadas, la oscuridad perturbadora y las tintineantes velas encendidas en algunas viviendas. Sí, también veía el humo de las chimeneas y escuchaba el ruido de los cascos de unos caballos lejanos, de algún cochero que quizás recogía a alguien de la ópera.

—¿Por qué me dices ésto?—dijo moviendo sus pies. Parecía una niña, pero no lo era. Por mucho que se mostrara ante sus víctimas como tal, que las atrajera por su rostro de porcelana fina y sus rizos perfectos. No. No era una niña.

—Porque hace tan sólo unos días que me percaté que ya no eras una niña, que hace décadas dejaste de serlo y que te comportas como una mujer amargada, sola y triste. Sin embargo, esa tristeza te dota de una belleza amarga muy atractiva. Cuando te miro a los ojos veo el alma de una mujer chillando desconsolada, pero tus labios dagas de aspecto infantil y tu cuerpo el de una muñeca mágica.

Aquello la sorprendió, pero ennegreció aún más su mirada. Al girarme vi sus ojos azules convertidos en dos mares profundos, casi insondables, donde las lágrimas querían abrumarla pero ella no lo permitía.

—No me siento triste—comentó cerrando sus pequeños puños.

—A veces la tristeza se confunde con rencor o rabia—susurré caminando hacia ella, para rebasar el sofá e ir hacia la puerta.

—Tú eres el confundido—aseguró.


—No, te aseguro que no.


Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt