Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Para ella

Recuerdo bien a mi madre con la mirada perdida en la ventana, observando los copos de nieve amontonarse en el camino de la entrada. Sus ojos grises parecían cada vez más apagados, como si la luz de la vida se fuese difuminando mientras su agonía, terrible y larga, parecía proseguir haciéndola caminar descalza sobre un valle de espinas. Nunca la vi llorar. Jamás manifestó el dolor terrible que poseía su alma, hecha jirones y sueños muertos por la vida sombría que acabó llevando, pero podía palparse. Tampoco la vi sonreír en demasiadas ocasiones. Siempre parecía pensativa, quizás intentando vivir en sus paraísos interiores donde la enfermedad no la asechaba, y ligeramente molesta.

Cada atardecer teníamos largas conversaciones en mi habitación. Encendía el fuego de la chimenea, avivándolo con leña recién cortada, mientras ella soltaba su larga cabellera para que la cepillara. Los mechones dorados de su pelo rozaban su estrecha cintura, la cual estaba aprisionada por los corsés más terribles como cualquier mujer decente, mientras sus manos, agrietadas por el frío, sostenían libros de poemas que solía leer en voz alta para mí. Yo no sabía leer ni escribir, pero conocía a los clásicos como si los hubiese leído mil veces por mí mismo.

Su piel era pálida, pero solía pellizcarse las mejillas para aparentar buena salud. Una salud que se desquebrajaba cada vez más y que a mis hermanos, como borregos estúpidos, no solían apreciar. Ni siquiera mi padre estaba atento a los cambios en su voz, la cual a veces parecía a punto de perderse debido al dolor que soportaba. Ellos la maltrataban con su dejadez, con el egoísmo brutal que todos tenían hacia ella y, por supuesto, con las manos sucias y ásperas del tullido de mi progenitor. Él era el peor, pero acepté sus disculpas y lloros en su lecho de muerte. Todavía no sé qué me animó a perdonar su maldad desbordante con ella y conmigo, el menor de sus hijos.

Me sentí ruin al dejarla atrás, por eso no era feliz. Pensaba en ella constantemente cuando la noche llegaba, las estrellas brillaban y notaba las manos cálidas de Nicolas sobre mi vientre. Aquella cama de colchón de paja, con sábanas raídas, era mucho más confortable que aquella cárcel húmeda y lóbrega que la mantenía aislada de la luz parisina.

Cuando logré fortuna, a pesar de haber caído en la desgracia de éste Don que puede ser pecado infernal, decidí que debía volver a viajar como cuando era una niña, volver a Italia donde el tiempo era menos cruel y poder, al fin, disfrutar de esas obras de teatro que tanto amaba. Pero ya era tarde. Ella se marchitaba como flor silvestre recién arrancada. Moría frente a mí, frente a las luces de París, y yo decidí darle la vida que se merecía. Una vida eterna. Una vida libre. Una vida donde ella podría decidir quién ser y qué desear. Yo le di las alas que un día le robaron y curé todas sus heridas con un beso lleno de amor.

Amo y amaré a muchos durante toda mi vida, pero jamás amaré a nadie más que a mi madre. Ni siquiera Louis puede comprarse. Ella es mi madre, me dio la luz y grandes lecciones que aún pongo en práctica. Gracias a ella, a mi hermosa Gabrielle, tuve el coraje de vivir porque si ella no se rindió ante sus desgracias ¿cómo podía hacerlo yo ante ocho simples lobos?


Un hombre es el ejemplo de la educación recibida, de los grandes ejemplos que ha tenido a lo largo de su vida, y yo soy un fiel reflejo de quien ha sido y es mi madre. Ojalá yo llegue a ser tan importante para otros como ella lo ha sido para mí.  

Lestat de Lioncourt 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt