Arde, sangra y llora París. Mi París.
El París de muchos. El mundo de los bohemios, románticos paseos,
alta cocina, encuentros culturales de todo tipo, seductoras mujeres
que bailan envueltas únicamente en caro perfume, libertades,
verdades, de gritos y leyendas. París de cafés donde se reúnen aún
los jóvenes a salvar el mundo, pues sus ideas germinan entre las
amontonadas tazas y el aroma de un café bien cargado, un ponche
caliente o un té de media tarde. La capital del amor, la libertad y
el arte se ha visto presa de la anarquía, sin razón, sangre y
pólvora.
Cientos de personas se reunían ante el
televisor, otros deambulaban por las calles pensando que era un
viernes vulgar con la diversión habitual desplegándose ante ellos,
deportistas de élite saltaban al terreno de juego para hacer olvidar
a muchos sus preocupaciones cotidianas, empresarios encendían la
radio para deleitar a sus clientes, tiendas bulliciosas comunicaban
que pronto echarían el cierre hasta el lunes, jóvenes aullaban en
una sala de fiestas frente a uno de sus grupos favoritos y una jauría
de indeseables se convertían en lobos hambrientos, con almas de
demonio, a tiros descerrajaban a la paz, la libertad, la bondad, la
diversión, la igualdad, el derecho a la vida y convertían el mundo
en un infierno.
Cuando era joven deseaba viajar a
París. Allí, en sus calles, había artistas que se morían de
hambre, pero su almas se alimentaban de algo que yo codiciaba. Quería
cultura, deseaba conocer y comprender, y la filosofía, política y
arte de esa ciudad, tan encantadora y soñada, parecía un paraíso.
Sigue siéndolo para muchos artistas, jóvenes de todo el mundo que
viajan hasta allí para mejorar su vida y estudios, así como para
los propios habitantes de un lugar atractivo desde la panorámica de
cualquier cámara.
Fue Nicolas quien me habló de París.
Fue París quien me enamoró mucho más que Nicolas. Me dejé
embriagar por sus perfumes, por el aroma a pan recién hecho, sus
cafés nocturnos y sus miserias. No era el mundo que ustedes conocen.
Yo conocí una ciudad que empezaba a ser lo que hoy palpan. Olía a
orines por las mañanas, hacía frío en mi alcoba y la humedad
calaba mis huesos. Pero no me importa. ¡No importaba nada! Abría la
ventana y veía el bullicio del mercado, escuchaba las discusiones
políticas y observaba como todos y cada uno poseían belleza. Me
dejé cegar por París y la hice mi musa, mi amante y fuente de mi
pequeña felicidad. Nunca he sido del todo feliz, salvo en compañía
de mi pequeña familia de vampiros, pero allí palpé algo muy
parecido.
En París cumplí mi sueño, pero ahora
muchos no pueden seguir el suyo. Sus vidas se han detenido como un
reloj que deja de funcionar. Ya no hay segundo para ellos. Muchos
serán enterrados por sus padres, otros llorados por sus hijos y
cientos jamás podrán olvidarlo convirtiéndose sus calles en
pesadilla recurrente. No sólo han herido a París, los parisinos y
sus turistas. Han herido al mundo.
En el mundo, éste sangriento y
estúpido mundo, tiene demasiadas guerras por codicia. Han alimentado
a éstos indeseables, les han mentido sobre su religión llenándolos
de odio hacia la misma sociedad que los mantiene. Estados Unidos ha
logrado su objetivo, ha creado monstruos y éstos monstruos les hace
el trabajo sucio para sus deseos de guerra, petroleo y ocupación.
Ahora alzarán muros en nombre de la seguridad, alejarán a Sirios
inocentes de un futuro próspero sin una pistola en la nuca y
hablarán de odio a sus hijos. Muchos temerán ahora a los
musulmanes, los cuales no tienen culpa de haber sido usados, a ellos
y su religión, para actos tan miserables.
Todas las religiones hablan de paz,
todos los hombres buenos y nobles de esas religiones claman a la no
violencia y el entendimiento. Hay que recordar el emblema de Francia:
Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Ni París, ni Beirut, ni Siria, ni ningún otro lugar del mundo debería ser atacado por la maldad que una religión no posee. La maldad está en las almas y en las armas que apuntan. La religión sólo es su escudo, su mentira, su disfraz para cometer actos criminales.
Lestat de Lioncourt
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