Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 13 de noviembre de 2015

Discusiones en mitad del tráfico

Dos no se pelean si uno no quiere y creo que Armand y Marius deberían aprender a no pelear.

Lestat de Lioncourt


—¿Alguna vez te has planteado que el mundo no tiene arreglo y vamos a la deriva?—preguntó apoyado sobre la valla del puente. Miraba con insistencia los coches de la autopista, los cuales se movían precipitadamente dejando atrás una estela de contaminación indecible. Su rostro aniñado parecía conservar la belleza iconoclasta del renacimiento.

—Mantengo la esperanza—respondí con las manos tras la espalda mientras observaba el cielo, en el cual a duras penas podía distinguir alguna estrella. La contaminación luminosa era intensa, cada vez más insistente creando el día en mitad de la noche. Detrás de nosotros, a unos metros, otros vehículos buscaban llenar la ansiedad de sus conductores, con unos motores potentes y un estúpido deseo de llegar antes que nadie. Luchaban contra el tiempo, como si luego hiciesen algo realmente valioso con los restos que quedaban en los moribundos minuteros de sus relojes.

—Yo la perdí hace tiempo, salvo si hablamos de la tecnología—frunció ligeramente su ceño, juntando sus finas cejas castaño rojizas. Poseía una mueca encantadora cuando arrugaba su nariz, ligeramente molesto y pensativo, y torcía sus labios furioso—. Son unos mentirosos. Hacen promesas que no cumplen, viven vidas falsas, son testigos actos crueles y miran hacia otro lado—giró su rostro y me miró directamente a los ojos—. No sé como puedes amarlos. Yo lo he intentado, pero sólo he amado a unos pocos y puedo contarlos con los dedos de mis manos.

—No son tan diferentes a nosotros—dije colocando mis manos en sus hombros, para luego tirar de él abrazándolo contra mí. Contenía su cuerpo, mucho más delicado que el mío en proporciones, para que no se moviera y pudiese así huir con diversas evasivas a mis respuestas—. No estás molesto con la sociedad, sino con alguien que ama tanto a los humanos como yo. Alguien que muestra sus defectos y virtudes. Ese alguien cuyo nombre si lo pronuncio te hará suspirar y cargarte de furia, porque no todo es blanco o negro.

—¡Ni lo nombres!—gritó antes que lo callara, colocando mi mano derecha sobre su carnosa boca.

—. Ah... mírate... por eso buscas insistentemente una víctima hoy. ¿Un hombre maduro que pueda otorgarte lisonjas y mentiras, que te compre con halagos sutiles, para luego matarlo con crueldad? ¿Así te vengarás de él?—pregunté provocando que se alejara, pues logró zafarse de mis brazos de forma violenta. Incluso me empujó y escupió como un niño salvaje.

—¡Déjame en paz!—dijo al borde de las lágrimas—. Dice que me ama, que me cuidaría y salvaría. Sin embargo, hace tiempo que me abandonó a mi suerte y yo, como no, maté todas mis esperanzas—un par de lágrimas sanguinolentas recorrieron sus mejillas blanquecinas, igual que la leche o la nieve más pura.

Entonces una figura apareció por el otro extremo del puente. Era una figura elegante, embutida en un abrigo de cuero negro que llegaba hasta el borde de sus zapatos. Un hombre alto, de complexión fuerte, largos y sedosos cabellos rubios que transitaba con las manos metidas en los bolsillos, como si tuviese frío.

—¿Lo has llamado?—preguntó ofendido.

—No he sido yo—susurré notando como Amel reía bajo, escuchando esa risilla soñadora y maléfica—. Aunque creo que sé quien lo ha hecho...

—Amadeo—pronunció su nombre cuando estaba a pocos metros, sacando sus manos de los bolsillos y extendiendo sus brazos—. Ven, debemos hablar.

—¡Armand! ¡Mi nombre es Armand!—gritó furioso—¡Armand Le Russe! ¡No soy tu Amadeo, no soy el niño perdido en la nieve y ni mucho menos seré tu ángel en tus pinturas!—dijo con rabia.

—¡Ven aquí!—ordenó frunciendo el ceño—. He dicho que debemos hablar y hablaremos.


En ese punto de la discusión, cuando notaba como ambos se desafiaban, opté por resguardarme con las solapas de mi chaqueta de terciopelo roja y marcharme de allí. No me giré hasta pasados algunos minutos, cuando ya me encontraba bajo el puente e intentando cruzar hacia el otro lado, en un pequeño y casi obsoleto semáforo, cuando los vi. Allí, en medio del tráfico, abrazados como si fueran dos pequeñas figuras de una fotografía bucólica y romántica.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt