Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 12 de noviembre de 2015

Oportunidades de amar y desear.

Michael y Rowan son dos seres opuestos que se han convertido en uno mismo. No pueden estar el uno sin el otro. Yo lo sabía cuando la conocí. Acepté eso. 

Lestat de Lioncourt


El aroma de su perfume le perseguía. Era como si estuviese intoxicado por la sensación, fresca y agradable, de su cuerpo desnudo contra el suyo. Cada vez que cerraba los ojos se amontonaban en su mente pequeñas fracciones de segundos, algunas demasiado excitantes, que le decían continuamente que debía volver a encontrarla, yacer una vez más en aquella cama y olvidarse de los demonios que le perseguían. Sin embargo, continuaba su viaje como si fuese un náufrago a la deriva.

Debía regresar a casa, aunque no existiese ya nada que le vinculara con aquella ciudad llena de edificios destruidos por el tiempo, la dejadez y los pesados recuerdos que siempre, siempre, formaban griegas ante sus ojos. La luz parecía diferente, incluso el aire era distinto, cuando paseabas por las tumultuosas calles de Nueva Orleans. No importaba donde miraras. Era una ciudad de mezcla, historia y secretos. Uno de esos secretos era el misterioso sentimiento que tenía hacia una de las viviendas más reconocibles de First Street.

Michael no podía dejar de rememorar el hermoso jardín descuidado, aunque gigantesco y frondoso, donde solía vislumbrar a un hombre que le contemplaba, sonreía y animaba a seguirlo con la mirada. Cuando era niño jamás sospechó que fuese un fantasma, incluso en esos momentos desconocía que era una fuerte presencia que pertenecía a la familia desde hacía siglos.

Cuando salió del taxi y se abalanzó contra la cancela, cayendo a los pies de aquel ser inmutable y maravillosamente vestido, se percató que había hecho quizás el último viaje de su vida. Si tenía que morir sería en aquella ciudad, en ese mismo jardín y comprendiendo al fin la verdad que tantos años había permanecido enterrada, igual que las raíces del gigantesco roble que presidía el camino de la entrada.

Durante los días siguientes aprendió y comprendió mejor a los Mayfair que muchos de ellos. Supo entonces que quizás no fue sólo el destino, sino una mano oculta quien movió los hilos de su vida. Rowan, la doctora Mayfair, no había aparecido por arte de magia. Ella era parte del rompecabezas que le provocaba un terrible dolor en su pecho y en su alma. Había codiciado a esa mujer desde que abrió la puerta de su vivienda en San Francisco. Fue un flechazo directo, sin tapujos, que desnudó su alma dejándola a merced de sus finas manos femeninas.

Había momentos en los que descansaba sus terribles lecturas, dejando a un lado los archivos que habían llegado a sus manos gracias a Aaron Lightner, y cuando lo hacía la imaginaba desnuda, con sus pequeños pezones duros y su escaso vello púbico de color dorado, como su ondulado cabello rubio. La codiciaba bajo su cuerpo, mucho más voluminoso y de piel ligeramente tostada debido a su duro oficio, gimiendo su nombre, enterrando sus uñas en sus omóplatos y moviendo sus caderas con lujuria. Recordaba perfectamente su estrecha vagina conteniendo su miembro viril, completamente henchido y recubierto de gruesas venas que le ofrecían vigor, en un cubículo húmedo, cálido e idóneo para el placer. Incluso podía verse así mismo saliendo de ella, para inclinarse sobre su vientre y bajar hasta aquella boca húmeda que contenía su preciado clítoris. Su lengua se movía en pequeños círculos, retirando la fina piel de aquel punto de placer femenino, para luego introducirse lentamente en su delicioso orificio. Ella estiraba sus manos, metía sus dedos entre sus espesos rizos negros y tiraba de su cabello con fuerza para pegarlo contra ella. Incluso podía escuchar los gemidos, jadeos y palabras sucias que ambos pronunciaban. No dudó en rememorar sus carnosos labios contra su glande, rodeándolo y ansiándolo, del mismo modo que no pudo dejar atrás la imagen de aquella lengua que azotaba con seductoras caricias desde la punta hasta la base de sus testículos. Michael la deseaba como los antiguos griegos deseaban a Afrodita.


Sabía que la próxima vez que la viera tendría que contenerse, pero que en cuanto tuviese ocasión la haría de nuevo suya marcándola con su boca, torturándola con sus manos y apretando sus pechos contra su torso. Deseaba sentir el calor de sus muslos, tan ardientes como acogedores, mientras se impulsaba dentro de ella. Quería escuchar clamar su nombre entre gemidos, jadeos y tortuosos suspiros. Ella debía volver a estar bajo sus dominios, pero también libre subida sobre él provocándole con sus senos al aire, mostrándose decidida y complaciente.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt