Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Todavía

—Acepta la maldad en tu corazón, somos demonios.

¡Su voz! Podía escuchar su voz, sentir su aliento cerca del mío y esa mirada llena de furia. Ojos oscuros, como la noche misma, clavándose en mí con un delirio atroz. Estaba enfermo de odio, rabia y también de un amor que se desquebrajaba hasta convertirse en nada. ¡Cuán miserable me sentía! ¡Cuán terrible quedé!

—¡No somos demonios! Dios no existe y el Diablo tampoco.

Respondí con orgullo. Mi soberbia me cegaba. No atendía a escucharlo. Sí éramos malvados. Debía haberle dicho que creía en otra clase de demonios, pero no en el bíblico. Pude haberlo detenido y callado, abrazado pegándolo a mí, y ofrecido mi consuelo. ¡Pero no! Decidí que gritara con fuerza hasta escupirme todo su veneno, como una serpiente. Culpable, sí. Era culpable... ¡Soy culpable! Todavía su muerte pesaba sobre mis hombros. Aquello que amé, por lo que luché, se convirtió en un ser salvaje que mostraba sus colmillos como los lobos que tuve que sacrificar para poder sobrevivir.

—¡Claro que sí existe el Diablo! ¡Yo soy parte de él! ¡Soy uno de sus miembros! ¡Soy sus ojos en la tierra!

Aquella conversación siguió, como no. Su rabia se incrementó y pude notar como deseaba abalanzarse sobre mí. Tantos días en silencio, tanto dolor, para ser acuchillado aún más por él y su necedad.

—¡Estúpido! ¿Quién te dijo eso? ¡Quién te ha podido infundir tales mentiras!

¡Oh! Santo Dios... pude verme a mí mismo señalándolo, haciéndolo aún más mártir, mientras las tablas del teatro se quejaban y las velas temblaban. Armand, a nuestras espaldas, observaba todo como una estatua de mármol, al igual que mi madre. Allí, reunidos los cuatro junto a los ayudantes del viejo líder de la Secta, vivíamos nuestra última batalla.

—He visto en tu sangre la maldad, esa que predicas como inexistente, también la codicia, el egoísmo y la mentira. He visto en ti lo peor, cuando creía que eras la luz de mi mundo. Te has convertido en tinieblas y has arrasado con mis esperanzas.

Recordé esa conversación como si la viviese en ese mismo instante. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y lancé a las llamas un par de trozos de leña. Allí, sentado en mi sillón favorito, observé como las llamas consumían cada trozo hasta reducirlos a cenizas. Me imaginé su cuerpo danzando sobre las llamas, convirtiéndose en una antorcha en medio de París, y el silencio, al fin el silencio, de su enigmático y caro violín.

Había comprado uno de esos violines extraordinarios, pues pensé que le haría feliz, pero sólo lo maldije aún más. Me comporté como un estúpido. No supe amarlo. Jamás supe apreciar su dolor y la ira que emanaban sus carnosos labios.


¿Cuántas veces me rogó que me quedara? ¿Cuántas veces negué su idea? Me burlé de él. Me reí de sus creencias. Le llamé loco. Mi comportamiento era el de un estúpido. No vi su sufrimiento. Sólo creí que era una reprimenda por haberlo abandonado. ¿Y de haber sido así qué hubiese pasado? Nada. Me lo merecía.  


Lestat de Lioncourt 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt