Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 17 de noviembre de 2015

Milagro

Tarquin ha dejado por escrito lo que sintió cuando vio a Mona. Habló alguna vez de todo lo que sucedió aquella noche, pero no de ésta forma tan sincera donde desnuda su alma. He encontrado éste documento en su escritorio, entre diversos papeles. Espero que si sigue con vida, como así deseo, no le importe que lo publiquemos.

Lestat de Lioncourt


La observaba sin pudor. Podía recorrer con mis ojos claros, aunque nublados por las lágrimas, cada trozo de su cuerpo desnudo. Era como la Venus que salía de la espuma del mar. Parecía una diosa pecaminosa, aunque también delicada y necesitada de un amor puro, más allá de palabras extravagantes y abrazos sinceros. Sus labios carnosos, pintados de un labial natural rosáceo, cantaban al deseo. Sus ojos, verdes como la esmeralda que debía llevar colgada de su cuello al ser la heredera de los Mayfair, brillaban bajo la tenue luz de mi habitación. Era una mirada indecente la que yo le ofrecía, pero no le importaba.

Su piel parecía suave, como el terciopelo, y sus pecas, que salpicaban diversos rincones de su rostro, torso y brazos, eran demasiado atractivas. Era una de esas muñecas de porcelana que parecen vivas, pero ella estaba viva y no muerta. Aún tenía aroma a flores y muerte. Unas flores que se hallaban regadas por la colcha, el suelo y sus cabellos. Mi Ophelia había sido rescatada de las aguas del Tártaro, dejando atrás a Caronte, porque la Muerte, en forma de atractivo y rebelde vampiro, le había dado la oportunidad que yo había suplicado entre lágrimas.

No sabía qué decir. El silencio era una daga que nos rompía en dos mitades, aunque siempre lo habíamos sido pese a la unión que habíamos formado nada más conocernos. El amor es como un poderoso pegamento, que une por siempre a las almas y las condena a estar nuevamente unidas. Una deliciosa condena, si me permiten decirlo, porque nos ofreció la felicidad que tanto habíamos rogado.

Dejé que mis lágrimas se liberasen de nuevo, manchando mis mejillas, mientras ella acariciaba con cuidado sus mechones rojizos. Esa bendita pelirroja, esa diosa, deseaba ser abrazada por el idiota que no sabía cómo reaccionar ante aquel milagro. Finalmente me armé de valor, me lancé sobre ella y la cubrí de besos. Era mi Mona, mi dulce Mona, la mujer a la cual había dado mi corazón cuando apenas éramos unos niños caminando por el Edén de éste mundo tan cruel.

La envolví entre mis brazos, sentí el calor de su figura delicada y curvilínea, y me sentí un ladrón. Había congelado las manecillas del reloj, asestado una puñalada al destino y robado al ángel que deseaba tener por siempre en su vitrina. No conocería un ataúd, ni escucharía oraciones de su funeral, sino mi voz recitando poemas de amor. Eso, sin duda alguna, lo conocería como un sacerdote conoce todos los rezos y cánticos de una iglesia en sagrada congregación.



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Lestat de Lioncourt