Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 1 de enero de 2016

Claudia...

Estaba sentado en la oscuridad, con aquel relicario entre sus manos. Sus ojos verdes estaban perdidos en algún punto de la habitación. Una habitación revuelta, con cientos de libros apilados en todas partes, con papeles arrojados en un montón cerca de la puerta y flores marchitas en varios jarrones. Olía a polvo, humedad y moho. Los muebles tenían la madera hinchada, los cojines estaban desfilachados y el sillón donde se hallaba, de alto respaldo y forrado en cuero marrón, estaba a punto de hundirse por su peso.

No era la primera vez que lo encontraba en una situación similar. Muchas veces buscaba refugios así de mugrientos, como si deseara pudrirse como todo lo que les rodeaba. No dijo nada. Ni siquiera cruzamos la mirada. Parecía absorto en sus pensamientos, tan lúgubres como la vestimenta elegida aquella noche.

Me senté a su lado, en una silla podrida como el resto de enseres, y guardé silencio. Esperaba que él dijera algo, lo que fuese, pero no lo hizo. Carraspeé para llamar su atención, estiré mis piernas y crucé mis piernas a la altura de mis tobillos. Eché hacia atrás la cabeza, agité mis cabellos dorados y me eché a reír. Intentaba sacarlo de sus casillas, pero nada.

—Louis...—dije tras varios minutos.

—¿Qué quieres?—preguntó.

—¿Por qué te has ido de la fiesta? Se supone que todos estábamos disfrutando—comenté encogiéndome de hombros.

—Se supone, tú lo has dicho—musitó.

Sabía en qué estaba pensando. Podía ver en sus ojos todo lo que sentía. La frustración carcomía su corazón y pudría su alma. Él, Louis de Pointe du Lac, buscaba guaridas infectadas por el tiempo, la dejadez y la muerte de sus habitantes para rememorar ese momento. El momento que cambió nuestras vidas. Igual que encendía velas para recordar que la luz existe en la oscuridad, que puede iluminar parte de nuestras vidas, pero que son frágiles y acaba apagándose. Era un metódico, un melodramático y un idiota. Sin embargo, esa filosofía, esas metáforas, me atraían. Era irresistible.

—Claudia hace mucho que ha muerto—dije levantándome.

Las maderas del suelo se quejaban, chirriaban como si fuesen a ceder bajo mi peso. Él al fin se dignó a mirarme. Tenía el rostro lleno de lágrimas sanguinolentas. Mi corazón se contrajo, mi aliento se congeló y mis manos temblaron. Deseé tomarlo de la chaqueta, levantarlo de allí y besarlo. Sin embargo, sólo me incliné con un pañuelo de seda blanco, para luego limpiar sus lágrimas y besar su frente despejada.

Louis aún la amaba, como yo lo hacía. Claudia siempre estaba en nuestro recuerdo. Jamás se iría aquella niña, esa muñeca mágica, que se movía con elegancia y una especie de dulzura macabra. Aquella perfecta asesina, esa dulce muerte, que parecía un ángel descendido del cielo con todo el encanto de un demonio.

Casi podía sentirla allí, contemplando la escena, sonriendo encantadora con crisantemos blancos en sus pequeñas manos. Una pequeña criatura vestida de satén azul, con un encantador lazo en sus revueltos cabellos rizados, contemplándonos como si fuéramos dos marionetas.

—Un nuevo año ha empezado, Louis...

—Lo sé—sonrió al fin, como si recordara que debíamos ser felices pese a las desgracias del pasado—. Pero me pregunto si hubiésemos podido ayudarla...

—Eso es absurdo, Louis. No pudimos hacer nada—dije abriendo mis brazos.


Él se incorporó y se cobijó en mi torso. Sentí su cabeza contra mi torso y sus lágrimas correr de nuevo, manchando mi chaqueta y camisa. Dejé que llorara. Permití que lo hiciera como hacía tanto tiempo. Acepté sus lágrimas como nunca.

Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt