Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 31 de diciembre de 2015

No quiero otro error

Armand y Daniel... creo que Daniel tendrá que demostrar algo más que "un capricho" para que Armand ceda.

Lestat de Lioncourt 

—Creí que éste lugar estaría olvidado, desértico, y lleno de recuerdos que no tendrían sentido para el común de los mortales—comentó entrando en el apartamento. Era la última planta de aquel moderno y carismático edificio. Las mejores medidas de seguridad, el servicio más esmerado y con las vistas más impresionantes—. Pero sigue siendo un hotel de lujo, con su cuidada atención y con los detalles más pomposos que jamás he visto.

Sus cabellos rubios estaban revueltos, su ropa también. Habíamos volado desde Nueva York, donde se había presentado, intentando que lo trajera aquí. Me había arrastrado tras convencerme. Tuve que dejar atrás a Antoine, que me estaba esperando al pie de la escalera.

Sus jeans desgastados, algo rotos, mostrando ligeramente su ropa interior y esos zapatos deportivos, tan llamativos, me demostraban que seguía siendo un idiota que nunca aprendería a vestir correctamente. Sin embargo, dentro de esa moda absurda de joven atrevido, más allá de esas gafas inútiles porque no las necesitaba, había un hombre muy atractivo. Sus ojos violetas me enloquecían aún, igual que esa piel cálida que se sonrojaba fácilmente tras tomar un trago de sangre.

—No, nunca hubiese permitido tal cosa—contesté.

—Aún recuerdo cuando venía aquí...—dijo riendo bajo.

Se acercó a los gigantescos cristales, miró las luces del puerto y los edificios colindantes iluminados para estas fechas tan llamativas. Las luces navideñas parpadeaban, los fuegos artificiales estallaban llenos de color y estruendo. Después se giró, vino hacia mí y me tomó de los brazos apretando sus dedos por encima de mi cazadora.

Llevaba ropa común y vulgar. Quise salir con mi violinista por la ciudad, pero él nos interrumpió. Sólo quería involucrarme en las zonas donde los jóvenes iban, como cada año, a disfrutar de la ilusión de una fecha cualquiera para nosotros. Sin embargo, estaba con mi único creado, mi imperfecto Daniel, sintiéndome tentado. Deseaba abrazarme a él y llorar.

—¿Logras recordar todas las veces que viniste? ¿Incluso aquellas en las que apestabas a alcohol y tabaco barato?—pregunté con sarcasmo.

—No empieces...—murmuró subiendo sus manos.

Empezó a dejar caricias en mi cuello y mejillas, deslizando las yemas por mi rostro como si fuese un pobre ciego. Cerré los ojos intentando conectar con mis recuerdos, aunque también deseaba huir. Sabía que estaba intentando hacer.

—¿Por qué me has pedido venir aquí?—mi tono se notó quebradizo e impaciente.

—Marius está ocupado con nuevos frescos para nuestro nuevo hogar, en Italia.

No me dijo nada nuevo. Marius me lo había confesado hacía días. Encontró una vieja mansión cerca del Vaticano. Podía desplazarse a cualquier parte del país, disfrutar de Venecia si así lo quería, y parecía ilusionado con restaurar los frescos que poseían los techos de las diversas habitaciones.

—Vaya, el Romano ha regresado a su adorada tierra. Cuan inesperado...—dije con sorna.

—Sí, al parecer desea alejarse unos meses de Brasil. Hemos estado moviéndonos por el mundo, pero sin instalarnos definitivamente—escuché su risa. Una risa que siempre me había provocado miles de sensaciones. Temblé cuando percibí que me había abrazado y no dudé en abrir los ojos para verlo.

Tras esas gafas, de cristales falsos, estaba él. Era un cazador nato. Sabía como atraparme. Sin embargo, yo sólo quería pensar en Antoine. Aquel músico, joven y atrevido, que había logrado que la soledad se apartara con las notas de su violín y la sensualidad de las composiciones a piano que hacía para mi adorada Sybelle.

—Entonces, has recurrido a mí por mero aburrimiento.

Me aparté. Fue un reto, pero lo logré. Di dos pasos hacia atrás y crucé mis brazos intentando oponer resistencia.

—Empezará un nuevo año, Armand—dijo aproximándose de nuevo, inclinando su rostro y rozando sus labios con los míos—. Hemos estado alejados muchos años, aunque durante estos dos últimos nos hemos ido acercando.

Sin duda me estaba seduciendo y yo, como no, caía de nuevo. Él quería jugar al ratón y al gato, convertirme en su presa y tenerme a sus pies. Sabía que lo hacía por orgullo herido, igual que Marius. Quería jugar conmigo porque otro lo estaba haciendo. En ese momento me di cuenta que era lo que me atraía de él. Se parecía demasiado al hombre que me había perseguido en sueños, a mi viejo anhelo, y al demonio de mis pinturas. Él era mi Mesías moderno, un borracho trasnochado que adoraba escribir en su vieja olivetti color rojo y que llevaba a todos lados mi sangre colgada a su cuello, en un pequeño abalorio, como si fuese un amuleto contra el mal imperante.

—Así es—susurré intentando no caer.

Apreté con fuerza mis puños, contuve el aliento e intenté detener mi acelerado corazón. Sin embargo, él me tomó nuevamente del rostro alzándolo, acariciando con sus pulgares mis pómulos y llevando estos hasta la comisura de mis labios. Él jugaba conmigo a la seducción y yo, como no, caía.

—Armand, deseo compartir contigo la noche más vieja del año—sonrió como un maldito canalla y yo intenté no tragarme mi orgullo.

—No tienes que complacerme ya. No necesito que lo hagas—dije apoyando mis manos sobre su torso, intentando alejarlo.

—Deseo tenerte a mi lado una noche, ¿es pecado?—susurró besando mi cuello. Hundía su rostro en el hueco de mi cuello y mi hombros.

—Ya no me interesas de ese modo...

Sus labios eran tentadores, demasiado tentadores. Mis manos no pudieron hacer otra cosa que temblar como una hoja. Cerré los ojos y me dejé llevar por un instante. Los fuegos artificiales se intensificaron, la celebración en las calles era un hecho, todos se felicitaban por la gran noticia de un año entero por estrenar y yo dejé que una lágrima bañara mi rostro. Entonces, como si nada, me tomó de la cintura y deslizó sus manos hasta mis nalgas, apretándolas con ansiedad.

Mi boca atrapó la suya y me dejé perder en un mar extraño. Todo se fundió a negro y sólo quería sentir más placer, más que aquellas meras caricias. Sin embargo, una melodía vino a mi mente. Algo rompió la magia. Era el sonido de un violín. Como si un fantasma se hiciese presente rompió el momento.


Rápidamente le abofeteé y le empujé. Después, eché a correr. Salí de aquel edificio de mi propiedad, corrí por las calles y pedí que mi alma fuese libre. Quería ser libre. No quería contentarme con las migajas de otro.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt