Armand y Daniel... creo que Daniel tendrá que demostrar algo más que "un capricho" para que Armand ceda.
Lestat de Lioncourt
—Creí que éste lugar estaría
olvidado, desértico, y lleno de recuerdos que no tendrían sentido
para el común de los mortales—comentó entrando en el apartamento.
Era la última planta de aquel moderno y carismático edificio. Las
mejores medidas de seguridad, el servicio más esmerado y con las
vistas más impresionantes—. Pero sigue siendo un hotel de lujo,
con su cuidada atención y con los detalles más pomposos que jamás
he visto.
Sus cabellos rubios estaban revueltos,
su ropa también. Habíamos volado desde Nueva York, donde se había
presentado, intentando que lo trajera aquí. Me había arrastrado
tras convencerme. Tuve que dejar atrás a Antoine, que me estaba
esperando al pie de la escalera.
Sus jeans desgastados, algo rotos,
mostrando ligeramente su ropa interior y esos zapatos deportivos, tan
llamativos, me demostraban que seguía siendo un idiota que nunca
aprendería a vestir correctamente. Sin embargo, dentro de esa moda
absurda de joven atrevido, más allá de esas gafas inútiles porque
no las necesitaba, había un hombre muy atractivo. Sus ojos violetas
me enloquecían aún, igual que esa piel cálida que se sonrojaba
fácilmente tras tomar un trago de sangre.
—No, nunca hubiese permitido tal
cosa—contesté.
—Aún recuerdo cuando venía
aquí...—dijo riendo bajo.
Se acercó a los gigantescos cristales,
miró las luces del puerto y los edificios colindantes iluminados
para estas fechas tan llamativas. Las luces navideñas parpadeaban,
los fuegos artificiales estallaban llenos de color y estruendo.
Después se giró, vino hacia mí y me tomó de los brazos apretando
sus dedos por encima de mi cazadora.
Llevaba ropa común y vulgar. Quise
salir con mi violinista por la ciudad, pero él nos interrumpió.
Sólo quería involucrarme en las zonas donde los jóvenes iban, como
cada año, a disfrutar de la ilusión de una fecha cualquiera para
nosotros. Sin embargo, estaba con mi único creado, mi imperfecto
Daniel, sintiéndome tentado. Deseaba abrazarme a él y llorar.
—¿Logras recordar todas las veces
que viniste? ¿Incluso aquellas en las que apestabas a alcohol y
tabaco barato?—pregunté con sarcasmo.
—No empieces...—murmuró subiendo
sus manos.
Empezó a dejar caricias en mi cuello y
mejillas, deslizando las yemas por mi rostro como si fuese un pobre
ciego. Cerré los ojos intentando conectar con mis recuerdos, aunque
también deseaba huir. Sabía que estaba intentando hacer.
—¿Por qué me has pedido venir
aquí?—mi tono se notó quebradizo e impaciente.
—Marius está ocupado con nuevos
frescos para nuestro nuevo hogar, en Italia.
No me dijo nada nuevo. Marius me lo
había confesado hacía días. Encontró una vieja mansión cerca del
Vaticano. Podía desplazarse a cualquier parte del país, disfrutar
de Venecia si así lo quería, y parecía ilusionado con restaurar
los frescos que poseían los techos de las diversas habitaciones.
—Vaya, el Romano ha regresado a su
adorada tierra. Cuan inesperado...—dije con sorna.
—Sí, al parecer desea alejarse unos
meses de Brasil. Hemos estado moviéndonos por el mundo, pero sin
instalarnos definitivamente—escuché su risa. Una risa que siempre
me había provocado miles de sensaciones. Temblé cuando percibí que
me había abrazado y no dudé en abrir los ojos para verlo.
Tras esas gafas, de cristales falsos,
estaba él. Era un cazador nato. Sabía como atraparme. Sin embargo,
yo sólo quería pensar en Antoine. Aquel músico, joven y atrevido,
que había logrado que la soledad se apartara con las notas de su
violín y la sensualidad de las composiciones a piano que hacía para
mi adorada Sybelle.
—Entonces, has recurrido a mí por
mero aburrimiento.
Me aparté. Fue un reto, pero lo logré.
Di dos pasos hacia atrás y crucé mis brazos intentando oponer
resistencia.
—Empezará un nuevo año, Armand—dijo
aproximándose de nuevo, inclinando su rostro y rozando sus labios
con los míos—. Hemos estado alejados muchos años, aunque durante
estos dos últimos nos hemos ido acercando.
Sin duda me estaba seduciendo y yo,
como no, caía de nuevo. Él quería jugar al ratón y al gato,
convertirme en su presa y tenerme a sus pies. Sabía que lo hacía
por orgullo herido, igual que Marius. Quería jugar conmigo porque
otro lo estaba haciendo. En ese momento me di cuenta que era lo que
me atraía de él. Se parecía demasiado al hombre que me había
perseguido en sueños, a mi viejo anhelo, y al demonio de mis
pinturas. Él era mi Mesías moderno, un borracho trasnochado que
adoraba escribir en su vieja olivetti color rojo y que llevaba a
todos lados mi sangre colgada a su cuello, en un pequeño abalorio,
como si fuese un amuleto contra el mal imperante.
—Así es—susurré intentando no
caer.
Apreté con fuerza mis puños, contuve
el aliento e intenté detener mi acelerado corazón. Sin embargo, él
me tomó nuevamente del rostro alzándolo, acariciando con sus
pulgares mis pómulos y llevando estos hasta la comisura de mis
labios. Él jugaba conmigo a la seducción y yo, como no, caía.
—Armand, deseo compartir contigo la
noche más vieja del año—sonrió como un maldito canalla y yo
intenté no tragarme mi orgullo.
—No tienes que complacerme ya. No
necesito que lo hagas—dije apoyando mis manos sobre su torso,
intentando alejarlo.
—Deseo tenerte a mi lado una noche,
¿es pecado?—susurró besando mi cuello. Hundía su rostro en el
hueco de mi cuello y mi hombros.
—Ya no me interesas de ese modo...
Sus labios eran tentadores, demasiado
tentadores. Mis manos no pudieron hacer otra cosa que temblar como
una hoja. Cerré los ojos y me dejé llevar por un instante. Los
fuegos artificiales se intensificaron, la celebración en las calles
era un hecho, todos se felicitaban por la gran noticia de un año
entero por estrenar y yo dejé que una lágrima bañara mi rostro.
Entonces, como si nada, me tomó de la cintura y deslizó sus manos
hasta mis nalgas, apretándolas con ansiedad.
Mi boca atrapó la suya y me dejé
perder en un mar extraño. Todo se fundió a negro y sólo quería
sentir más placer, más que aquellas meras caricias. Sin embargo,
una melodía vino a mi mente. Algo rompió la magia. Era el sonido de
un violín. Como si un fantasma se hiciese presente rompió el
momento.
Rápidamente le abofeteé y le empujé.
Después, eché a correr. Salí de aquel edificio de mi propiedad,
corrí por las calles y pedí que mi alma fuese libre. Quería ser
libre. No quería contentarme con las migajas de otro.
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