Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 4 de enero de 2016

Fanfic - Regalo de Reyes - Amar es dejarse llevar II

El narrador de ésta historia, quien lo cuenta, es alguien cercano a ambos. Pobre desgraciado... ¡Creo que sólo tiene celos!

Lestat de Lioncourt


Noche lluviosa y fría en Auvernia. Los árboles se quejaban doblándose fuera. La ventisca era intensa, pues tenía ráfagas de aire bastante fuertes capaces de arrancar árboles, aunque no hacía el suficiente frío como para que nevera. Ese año aún no había caído ni un copo. Era extraño ver el paisaje invernal de ese modo, estando a primeros de Enero. Sin embargo, no había nada que hacer. No se podía controlar un tiempo que se estaba destruyendo por culpa de la contaminación del hombre, sus deseos insaciables de destruir el mundo a cambio de monedas y billetes. Nada. Uno no puede hacer nada si el resto camina al contrario.

Semanas atrás había sido casi imposible caminar por París, una ciudad que no estaba muy lejos de donde se situaba el castillo, debido a seguridad tras los atentados y a la gran afluencia turística. Muchos enamorados seguían decidiendo ir a la ciudad del amor, la moda, la alta cocina y robo a mano armada en las diferentes céntricos cafés, restaurantes y terrazas de todo tipo. Aún así el negocio estaba en auge.

Auvernia era muy distinto. Aún era un pueblo olvidado de la mano de Dios. Todavía el turismo no acudía en masa. La ladera seguía teniendo los animales más afortunados de la región, pues nadie los espantaba ni cazaba. El castillo se mostraba siempre imponente, con algunas luces encendidas, convertido en una llama que avivaba el corazón de un pueblo que estaba condenado a ser olvidado. Pero ya no.

Lestat había reconstruido éste piedra a piedra, invirtiendo una gran suma de dinero e ilusiones. El constructor, como todo su equipo, vivía no muy lejos. Todavía quedaban salas por terminar, pero era habitable y él disfrutaba de aquel lugar como nunca.

Louis estaba allí, convirtiendo sus días y noches en algo distinto. Sin olvidar un cachorro de mastín que había adquirido recientemente, fruto del amor de su madre, y el propio Amel que coexistía en su mismo cuerpo. Por así decirlo, Lestat no sentía la soledad en ese momento. Había encontrado lo que necesitaba, lo que siempre había estado buscando.

—Viktor dijo que vendría—murmuró Louis mirando el gran reloj de la sala.

Era un reloj de péndulo, el cual había que darle cuerda de vez en cuando, y que se mostraba imponente, sofisticado y como una decoración más que como algo útil. Lestat sólo lo miraba para regodearse en su buen gusto, pero para nada más. Nunca echaba en cuenta las horas, pues para él siempre era demasiado temprano. Un vampiro como Lestat podía despertarse cuando el sol aún estaba en el cielo, reinando con cierta soberbia, y podía marcharse a descansar después del amanecer, casi a medio día.

Su mártir, su filósofo eterno, su piadosa muerte y, en definitiva, su corazón estaba inquieto. Siempre vivía inquieto. Jamás era del todo feliz. Buscaba cualquier excusa para mostrarse abatido o infeliz. Fuese cual fuese. Era algo intrínseco, como le ocurre a los humanos. Los humanos nunca son felices por completo, siempre están insatisfechos y quejosos de cualquier cosa. No importa el contexto. Jamás se sienten dichosos y siempre mejorarían sus vidas, se lamentan por cosas ocurridas en el pasado y sufren terriblemente. Lestat también lo hacía, como no, pero optaba por callarse y asumir un drama mucho más intenso. El Príncipe de los Vampiros vivía un duelo eterno consigo mismo, con sus deseos y frustraciones. Itnentaba poner remedio a sus torpezas y fracasos, alentándose así mismo y no hundiéndose. Pese a la soledad en la cual vivía, que siempre le rondaba con sus manos frías similares a la muerte, él no se dejaba ahogar por las penas. Sin embargo, Louis estaba encantado.

—Si no te lamentas no eres feliz—resopló tras el periódico.

Aún compraba el periódico. De hecho compraba periódicos de diversos lugares del mundo, de indistinta ideología, y conseguía así cuestionarse todo e informarse a la vez. Como todos los vampiros, jóvenes o viejos, tenía manías y costumbres. Él, sin duda alguna, tenía esa y no podía evitarlo.

—¿Me estás llamando melodramático?—preguntó Louis ofendido. Éste dejó el libro que tenía entre sus manos a un lado, colocándolo a pocos centímetros de él en el asiento libre entre ambos.

—¿Acaso no lo eres?—dijo sin perder el hilo de sus lecturas—. Vaya, al parecer los productos hindúes están revolucionando el mercado tecnológico...

—¡No me cambies de tema de conversación!—exclamó tomando el libro, para luego lanzárselo con fallida puntería.

El libro aterrizó contra el suelo, quedando abierto con el lomo, la contraportada y portada hacia arriba. Lestat había logrado esquivarlo, y su periódico también. Las memorias de aquella actriz famosa, de cine y teatro, habían sido arrojadas en vano.

—¡Contesta!—gritó arrancándole el periódico.

—¡Mi periódico! ¡Iba a mirar como iban mis inversiones en bolsa!—refunfuñó—. Louis...

—Si vas a quejarte de mí, de mi forma de ser y sentir, por favor te pido que seas valiente y lo hagas a la cara. ¡Mírame!—dijo agarrándolo del cuello de su camisa color cereza.

Desde que Lestat le había dado de nuevo la sangre, pasando por lo que ahora sabía a ciencia cierta, Louis había despertado. Ya no era tan lánguido ni se dejaba vencer con facilidad. Era ligeramente más terco y parecía encajar mejor las discusiones. Por eso acabó sobre las piernas de Lestat, con la frente pegada a la suya y sus ardientes ojos verdes fijos en los azul grisáceos, con fabulosos toques violetas, que Lestat poseía.

Ambos eran muy distintos físicamente, pero también sus almas lo eran. Lestat era terco, orgulloso, amaba las discusiones y también meter las narices en asuntos que no le debían siquiera importar. Siempre ha estado inmerso en problemas por querer indagar en cuestiones tóxicas, inapropiadas o fuera de la ley. Amaba trasgredir normas. Pero también amaba seguir otras tendencias, como la moda. Llevaba prendas que había visto anunciada en distinguidas boutiques, pantalones tejanos de diseño harapiento y unas botas de punta ligeramente alargada, con algo de tacón, que Louis le había comprado recientemente. Tenía la imagen de un muchacho rebelde, aunque intentase por todos los medios parecer clásico. La chaqueta de cuero estaba tirada, de cualquier modo, en el sillón de orejas próximo, y estaban junto a sus gafas de sol y unos guantes sin dedos que usaba para conducir sus deportivos o su amada harley. Louis era más precavido, y alimentaba su curiosidad con preguntas a otros. Nunca se exponía demasiado al gran público, aunque había tomado decisiones precipitadas y temerarias en los últimos tiempos como salvar a Rose de aquella horrible institución. Su ropa era más clásica. Su camisa tenía unos botones menos llamativos, del mismo color negro que la tela de la prenda, y sus pantalones eran de vestir y llevaba chaleco. Lestat tenía el pelo suelto y rebelde, pero Louis lo tenía recogido y bien peinado.

Dos seres distintos que se atraían a la vez que discutían. De hecho, las discusiones mantenían la llama encendida. Pues del mismo modo que se gritaban, se besaban. Y eso ocurrió. La ropa no tardó demasiado en desprenderse de sus cuerpos y quedar ambos sobre la alfombra de imitación de piel de oso pardo.

—¿Tienes dosis?—preguntó Louis aceptando que Lestat mordisqueara su lóbulo derecho.

—Sí, tengo parches en la chaqueta—susurró.

—¡Y por qué tienes parches ahí!—dijo tomándolo del rostro para que le respondiera.

—Tengo parches en muchas de mis prendas—respondió con una sonrisa divertida—. Así siempre los tengo a mano...

—Para usarlo con golfas...—musitó arrugando la nariz, deseando salir de allí.

—¿Te estás llamando golfa?—preguntó echándose a reír—. La única golfa que deseo eres tú, imbécil.

Estiró su mano tomando la prenda, logrando que cayera cerca de ambos. Del interior de uno de sus bolsillos sacó un par de parches, los cuales acabaron sobre el vientre de Louis y el suyo propio. Los besos se encendieron y sus cuerpos también. El calor sofocante de una llamarada, de fuego abrasador, parecía haberse iniciado en ambos. Sobre todo, el calor entre sus piernas. Ambos miembros se endurecieron aún más, mientras sus labios se seducían con lujuria y necesidad.

Louis jadeaba bajo, permitiendo que los dientes de Lestat rasguñaran su perlada piel. Sus pezones, estaban duros, y parecían necesitados de caricias, por eso acabaron pellizcados, e incluso mordidos, mientras sus piernas se abrían y sus caderas se elevaban. Quería sentirlo dentro de él, rompiéndole en dos. Necesitaba olvidar la discusión, la angustia y cualquier penuria con el cuerpo de quien siempre había sido su único amor.

Él nunca había amado antes. Jamás se entregó a otro hombre. Se había sentido tentado por algunos muchachos, también por alguna mujer. Pero el amor era imposible. Al único hombre que había amado de forma sincera fue a su hermano, y era un amor puro y para nada pecaminoso. Lestat le recordaba a él en algunos aspectos, pues le había salvado del mundo del mismo modo que Paul había querido salvarlo a él. Un mundo que se había convertido en un libro salvaje, un jardín paradisíaco lleno de demonios, gracias al pacto que hicieron. Lestat era su demonio, su Lucifer particular, y él un idiota que se dejaba tentar con facilidad.

La lengua serpenteante de Lestat formaban pequeños caminos insinuantes, muy excitantes, que alentaban al deseo. La punta húmeda y ágil había jugueteado cerca de su ombligo, bajando hacia su vientre y rozado el inicio de su sexo. Sus muslos temblaron, aunque en realidad Louis se agitó por completo. El latido de su corazón y respiración eran acelerados.

—Hazlo, hazlo... —le animó hundiendo sus largos dedos en el cabello rubio de su amante.

Lestat no estaba dispuesto a ir tan rápido, así que simplemente lo giró dejándolo de espaldas a él, para comenzar a lamer entre sus nalgas. Hundía su lengua en aquel pequeño orificio, el cual estaba deseando ser penetrado con rabia y erótica violencia. Los gemidos de Louis no tardaron en elevarse hasta el techo, justo donde se hallaban las hermosas lámparas que habían adquirido hacía unas noches. Sus gritos de placer rebotaban en cada esquina, como si quisieran derribar los fuertes puros repletos de viejos escudos y pendones con el símbolo de la casa Lioncourt.

Y, entonces, en medio de ese salvaje placer llegó otro mayor. Lestat lo penetró con fuerza, sin previo aviso, provocando que Louis hundiese su cabeza entre sus delgados brazos. Así, acorralado contra el suelo, se le acentuaba aún más la cintura. Era menudo, mucho más que Lestat, aunque con las prendas solía parecer más masculina su figura.

Gruñían, gemían y se confesaban palabras sucias. Lo hacían sintiéndose libres, sin nadie que pudiese verlos, pero no fue así. Viktor y Rose entraron en el gran salón encontrándose la escena. La joven sólo se llevó las manos a la boca y abrió los ojos, atónita, mientras que el muchacho simplemente observó con curiosidad como su padre “domesticaba” a la fiera. En ese instante Louis llegó, manchando la alfombra con su semen, y poco después lo hizo Lestat.

—Ya no veré igual a esa alfombra—murmuró Viktor haciéndose notar.

—¡Lestat! ¡Mi ropa! ¡Lestat! ¡Aparta!—dijo al girar su rostro y ver a ambos, allí de pie, observando la escena—. ¡Tus hijos, Lestat!

—¡No digas que somos hijos suyos! ¡Me hace sentir sucia al acostarme con Viktor!—reprochó Rose ocultándose tras el doble perfecto de Lestat, aunque ligeramente más alto y fornido.

—No digas tonterías, Rose. He conocido familias infectadas por el incesto. De hecho...

—No es momento para hablar de historia, ¿no crees?—dijo riéndose su hijo. Su propio vástago se burlaba de esa escena, pero en sus fueros internos había imaginado a Rose bajo su cuerpo.

Se preguntó, como no, si era así como se veían cuando hacían el amor. Louis tenía ciertos rasgos similares a Rose. Era de cabello negro como el ébano, ojos claros, piel delicada y de aspecto frágil. Y él, como no, era la viva imagen de su padre.

En aquellos momentos, mientras Louis intentaba huir y Lestat correteaba tras él, recordó la noche anterior. Rose tenía sus senos perfumados y envueltos en un sofisticado dos piezas negro lleno de encaje, y alguna pedrería, que él mismo había comprado y elegido. Ella se dejó hacer, como si fuera una esclava sexual dominada por los más bajos instintos. Sus manos pequeñas y finas habían masturbado su miembro, masajeado sus testículos, y erizado su piel con sus largas uñas. La lengua de su amante era sensual y atrevida, para nada tímida como era fuera de la cama.

Nada más recordar sus ingles calientes, su vagina húmeda y receptiva, se excitó deseando tener los parches a mano. Podía robar los de su padre, llevarla a su habitación y hacerla suya. Deseaba susurrarle palabras sucias y terribles, hacerle proposiciones deshonestas y lamer su cuello antes de tirarla a la cama, penetrarla con fuerza y hacerla sentirse acorralada, y aplastada, por el peso de su cuerpo.

Su padre finalmente fue arrastrado por Louis hacia su habitación. El efecto de los parches eran más duraderos, pues se iba dosificando poco a poco y no era tan directo como las inyecciones. Y, allí, a disposición suya quedaron los parches. Sin embargo, recordó que no quedaban femeninos. Que no podría ofrecerle el mismo placer a su encantadora Rose. Así que desechó la idea, aunque se giró y la tomó del rostro sonriendo perversamente.

—Hoy te libras, amada mía—dijo apoyando su frente sobre la de su acalorada, y algo asustada, muchacha—. Pero mañana el lobo vendrá a comerte—susurró agarrándola de la cintura, para besarla de forma apasionada.

Y, os puedo asegurar, que de tal palo tal astilla. He intentado por todos los medios que Viktor no sea como su padre. Sin embargo, cada día compruebo que la genética va más allá del color de ojos, algunas patologías y diversos mecanismos de defensa. Esto va mucho más allá. ¡Sobre todo porque me tienen que contar sus juegos sexuales! ¿Acaso yo cuento los míos con Seth?  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt