Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 17 de marzo de 2016

Bestia infantil

Yo sé que él jamás lo aceptó del todo, pues caía seducido por su aspecto infantil y sus deseos insaciables de seguir siendo su padre y protector. ¡Ah! ¡Louis eras y eres un iluso!

Lestat de Lioncourt 



—¿Seguro que quieres ese perfume?—pregunté tras ella cargado ya con varias bolsas.

Habíamos estado recorriendo todo París desde hacía varias horas. Las tiendas de moda más fastuosas se abrían para nosotros y las ostentosas joyerías no veían inoportuno esperar más allá de la hora del cierre. Ella iba y venía de un lugar a otro observando todo como si fueran pequeños tesoros. Por mi parte sentía cierta incomodidad ante los ojos de todos los empleados. ¿Qué era yo? ¿Un padre atento o un amante entregado? Ante ellos parecía ambas cosas y murmuraban a mis espaldas ciertas indecencias que me torturaban.

—Sí—respondió de inmediato tocando el frasco con la punta de sus dedos.

Se había rociado un momento la fragancia que era demasiado fuerte para una criatura, aunque fuese sólo en apariencia, tan pequeña. Me quedé observándola mientras ella se movía con cierta discreción por el mostrador de pruebas que había situado en un lado destacado de la tienda.

—¿No prefieres este otro menos atrevido?—tomé un pequeño frasco con un sutil olor a rosas. Era una fragancia mucho más suave y perfecta para ella.

Se giró con el rostro serio y casi a punto de pedir que me inclinara para abofetearme. Me había interpuesto entre su codiciado capricho y ella. En las últimas semanas era incapaz de dar mi opinión porque esos ojos se volvían fríos y terribles. Veía en ella a una mujer cruel y no a la pequeña que yo había cuidado con esmero durante tantas décadas.

—No—dijo con firmeza tomando el frasco de mis manos para dejarlo en su lugar.

—Creo que para ti...—balbuceé.

—Lo que tú creas no me basta ni me vale desde hace mucho tiempo, cher—respondió en tono bajo.

—Pero...

—¿Vas a seguir tratándome como una niña pequeña?—preguntó con cierta rabia contenida. Notaba como su pequeña y carnosa boca querían lanzar acusaciones mayores, pero se contuvo. Quizás se contenía porque podían escucharnos y vernos los vendedores, un hombre anciano y su ayudante.

—No pretendo ofenderte, pero creo que ese perfume es demasiado vulgar para ti—murmuré.

—¿Vulgar por atrevido? No vi que lo fuese en la mujer que atacaste anoche. Oh... ¿crees que no te vi?—aquello fue el colmo.

Sentí como si dos mundos se hubiesen dividido frente a mí con la facilidad que se rompe un folio. Me vi en otra orilla distinta con una densa neblina y ella paseando alegremente por la orilla contraria. Era inalcanzable. No podía sostenerla más como una niña. Yo sabía que no era una pequeña de seis años pero me negaba a aceptar que no quisiera actuar de ese modo para mí. Siempre nos habíamos entendido en mitad de nuestro pequeño salón mientras recitábamos poemas. Sin embargo nos habíamos convertido en dos monstruos que se odiaban en silencio. Cínicamente me decía que era una faceta y que eso era sólo causa de su rabia al no encontrar a otros semejantes a nosotros, pero en el fondo sabía que ella me odiaba con toda su alma.

—Está bien, está bien...—dije alejándome para dejar que tomase los frascos que quisiera.


Recordé brevemente a la mujer y sus hermosos rizos dorados. Por un momento no me había percatado que elegía a mujeres que me recordaban a Claudia. Era como un impulso desesperado de destruir a todas las damas que pudiesen parecerse para que ella no las viese caminar elegantemente por las calles. Inconscientemente pretendía borrar cualquier pista sobre algo que ambos conocíamos bien: ella no podría crecer y jamás sería la mujer que tanto ansiaba ser.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt