Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 14 de marzo de 2016

Conversaciones en la biblioteca

Louis y Viktor ocasionalmente se reúnen a mis espaldas. Voy a tener que pedirle a Amel que me diga todo lo que hablan. 

Lestat de Lioncourt


—Al final lo has logrado. Ya tienes lo que siempre has deseado—dije mirándolo con cierta preocupación en mi semblante. No podía evitarlo.

Ante mí tenía la copia perfecta de Lestat. No cabía duda alguna que eran genéticamente idénticos. Incluso se sentaban igual en la mesa, salvo que Viktor no colocaba sus botas en el borde ni jugueteaba con sus dedos por los relieves de las esquinas.

—Me dices esto como si realmente fuese un funeral—murmuró quitándole peso al asunto.  Pero para mí había una enorme lápida que pendía de un hilo, igual que la espada de Damocles, queriendo aplastarlo hasta convertirlo en una masa viscosa de sesos, carne picada y huesos astillados.

—Eres un inconsciente como tu padre—repliqué.

—Un soñador, prefiero decir que soy un soñador—dijo levantándose de su asiento, para luego colocar sus manos sobre la mesa e inclinarse suavemente hacia delante.

Estábamos en la biblioteca “francesa” de Armand. Los libros estaban perfectamente colocados por los sirvientes, pues Lestat los había estado desordenando noches atrás. Creo que había leído más de la mitad de los volúmenes mientras conversaba de vez en vez con Amel. Ese espíritu no paraba de hablarle de cosas que conocía del resto de vampiros, secretos que el mundo ya se había tragado en el olvido y que él recuperaba para vomitarlo con palabras elegantes entre susurros.

Viktor vestía una camisa celeste y un suéter azul marino con el cuello en forma de pico. Sus pantalones eran unos tejanos negros de vestir de una marca popular entre los jóvenes. Las botas eran similares a unas que tenía Lestat y por un momento pensé que eran las mismas, pero recordé que su padre era algo más bajo y tenía un par de números menos en el calzado.

—Un iluso, Viktor—siseé.

Él se echó a reír saliendo de detrás del escritorio para quedarse tras mi espalda. Sus dedos largos y finos, tan parecidos a los de Lestat, se colocaron sobre mis hombros apretando suavemente mientras yo suspiraba. Su colonia era algo menos intensa y más fresca, pero yo seguía prefiriendo la de su padre porque me traía buenos recuerdos que nunca he querido olvidar.

—Esto ya no es una condena. No implica que esté maldito y vaya a tener que estar refugiado por siempre en un mundo lleno de oscuridad, sin belleza y sin esperanza—hizo un inciso para inclinarse y besar mi mejilla derecha. Después con cariño susurró cerca de mi oído una frase que había escuchado mil veces en las últimas horas en los labios de ese descarado proclamado “Príncipe de los Vampiros”— No es una maldición.

—Sé que no es una maldición, pero la oscuridad sigue presente—respondí de inmediato levantándome—. Siempre hubo belleza, Viktor, pero también la belleza trae consigo muerte y autodestrucción—me giré para verlo provocando en mí un estremecimiento. Era como ver una copia exacta de ese maldito cabrón.

—Realmente eres pesimista…—dijo tomándome del mentón.

Pese a su buena educación y su ropa ligeramente diferente a la de su padre era tan descarado como él. No había pérdida. Lestat estaba ahí bailoteando en su ADN impulsándolo a ser igual de iluso, torpe y terco. ¿Y no era eso lo que provocaba que lo amara de ese modo? ¿Y yo qué era? Un maldito cobarde que siempre negaba lo evidente. Me mentía a mí mismo y jugaba a no quererle, pero le quería. Sin duda alguna yo amaba a Lestat más que a cualquier cosa en este mundo.

—No, sólo soy demasiado realista— dije mientras él apoyaba de nuevo sus manos en mis hombros y ponía su frente contra la mía. Esos maravillosos ojos azules se clavaron como dagas en los míos—. Temo que la situación desemboque en algo terrible para ambos.

—¿Hablas de Rose?—preguntó con una ligera sonrisa de enamorado. Cada vez que decía su nombre sus ojos brillaban. No me había fijado en ese detalle jamás pero Lestat también poseía ese brillo cuando pronunciaba mi nombre. Me sentí entonces un imbécil. Siempre había tenido el corazón de su padre en mis manos y había despreciado todo creyendo que era el culpable de mis desgracias y desvelos, pero en realidad yo era el culpable de toda la locura que él cometía. Me di cuenta que si estaba al lado de Lestat quizá dejaría de actuar como un idiota.

—Adoro a Rose. Salvé su vida hace unos años, Viktor. Para mí es tan hija mía como de Lestat—dije aquello de todo corazón. Realmente apreciaba a esa niña como si fuese mía.

—Sé que aún lloras la muerte de Claudia.

Al pronunciar su nombre creo que mis ojos se entristecieron lo suficiente como para hacer que Viktor me rodeara. Me abrazó con cariño sincero y acarició mi espalda con ambas manos. Quería consolarme, pero el consuelo jamás llegaría a mi alma porque yo había sido el verdugo de una criatura inocente durante demasiados años.  

—Claudia es parte de mi sufrimiento diario, de una tortura que jamás va a terminar. Me temo que llegará el Juicio Final y seguiré sufriendo por sus cabellos dorados, su rostro de muñeca y sus palabras crueles—susurré con la voz tomada.

—Te prometo que no me echaré atrás. Soy un Lioncourt y no temo a nada—afirmó.

—Ten cuidado… tu padre decía que no temía al Diablo y un día se presentó ante él para bailar con su mismo ritmo—bromeé apartándome mientras le daba pequeños golpes en el pecho—. Por mucho que Faared te haya dado una educación esmerada eres igual que tu padre.

—¿Y eso es malo?—preguntó.

—Tal vez para David… —dije provocando que ambos nos riéramos mientras nos volvíamos a abrazar.


Viktor es un inconsciente pero intenta hacer bien las cosas. Nunca dejaré de temer por él porque jamás he dejado de temer por Lestat y por todos aquellos que amo. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt