Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 13 de marzo de 2016

No toda la literatura sobre demonios es falsa. ARCHIVO TALAMASCA

Daniel y David de nuevo se enfrentan a un misterio que es parte de lo "habitual".

Lestat de Lioncourt

—David, he encontrado este archivo entre los que tomamos de tu despacho—dijo entrando en mi apartamento.

Hacía días que le había dado mi llave. Decidí instalarme en Nueva York porque estaba cerca de una de las sedes más importantes, aunque seguía viviendo la mayor parte del tiempo en la jungla. Odiaba el ruido nocturno de las cientos de almas noctámbulas que buscaban perversión o salvación en las calles de la manzana podrida donde me ocultaba. Lejos de los gruesos muros de ladrillo y hormigón había un incesante enjambre que iba y venía, como si no tuvieran nada mejor que hacer, con sus pensamientos cotidianos y sus individuales desgracias.

—¿Qué tiene de especial? ¿Algo sobre el tema que estamos indagando?—pregunté de pie cerca de uno de los archivadores de metal que había conseguido hacía unos días.

—Habla de algo que es pura ficción…—comentó cerrando la puerta, para luego adentrarse en mi apartamento.

Era un piso pequeño con tan sólo tres habitaciones. La cocina había terminado enterrada en documentación y el dormitorio estaba completamente aislado. Realmente lo único funcional era el salón con la pequeña chimenea y el cómodo sofá de cuero negro. Allí donde mirabas veías libros, documentación y varios ordenadores. También tenía algunos cuadros que me recordaban los viejos tiempos en los cuales era humano, desconocedor de la historia en la cual me iba a ver involucrado, y alguno que había adquirido por ayudar a artistas callejeros con cierto talento.

Él vestía informal, pero yo no. Seguía vistiendo el típico traje que siempre me acompañó a lo largo de mi vida y un gabán café que cubría casi toda mi figura. Acababa de llegar de las frías aceras hacía tan sólo unos minutos y estaba a punto de marcharme cuando él interrumpió mi búsqueda. ¿Qué buscaba? Cierta información sobre iglesias en Nueva York. Deseaba visitarlas para fotografiar sus vidrieras e indagar sobre la procedencia de cada una de ellas. Algo había en esa ciudad que no me gustaba. Los espíritus estaban inquietos y no paraban de mencionar el nombre de alguna de ellas.

—Mira…—dijo tendiéndome la carpeta.

Tenía el pelo revuelto y la sudadera mal cerrada. Sus pantalones vaqueros parecían descuidados y sucios, pero así era la moda y a él parecía fascinarle. Yo jamás usaría una ropa como esa aunque reconozco que en él cualquier cosa quedaba bien, como si su figura hubiese sido esculpida para mantenerse a lo largo de los siglos.

—¿Qué tiene de peculiar?—pregunté leyendo las primeras hojas.

—Habla de un hombre que vendió su alma por permanecer joven eternamente. Su alma se selló en un cuadro y toda la maldad consumía el retrato—comentó señalando algunos datos que se podían leer a lo largo del informe.

—¿Y?—dije mirándole a los ojos.

—¡Es un libro de Oscar Wilde!—gritó.

—¿Acaso crees que sus datos son falsos?—le lancé una mirada que provocó que se quedara helado—. No lo es. No lo son. Oscar Wilde conocía a varios investigadores de lo paranormal y a veces jugaba con ellos a las cartas—miré los documentos amarillentos y casi destruidos por el moho y sonreí—. Tal vez debamos quedarnos con esto ¿no? Investigarlo a fondo.

—¿No es un mito? ¿No lo es? ¿Existió ese joven?—dijo inquieto.


—¿Existió? Existe, Daniel—respondí. 

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Lestat de Lioncourt