Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 15 de marzo de 2016

Maestro

Desde hacía algunos meses había decidido reunirme de vez en vez con los diversos vampiros. Se había elegido varios representantes de diversos grupos de vampiros jóvenes, los cuales me habían solicitado diversas conversaciones con los más antiguos y sabios. Algunos de ellos eran artistas y se ganaban la vida vendiendo diversas obras de arte por un valor ínfimo al que podrían tener en el mercado. Marius estaba en Francia para contactar con ellos en los cafés de los barrios más bohemios y diversos de la capital. Si yo asistía era porque pedían mi presencia debido al enorme interés que despertaba mi nuevo cargo y mi forma de actuar a lo largo de las últimas décadas.

Acababa de concluir la reunión cuando él decidió perderse entre la multitud. París nunca fue su hogar ni tuvo un vínculo especial para la inspiración de sus magníficas obras de arte, pero sí para cierto demonio destruido en Roma y que surgió con fuerza entre las empedradas calles aledañas al cementerio de Les Inocents. Era la primera vez que veía a Marius con una pose tan meditabunda y una mirada tan perdida en sus turbios asuntos. La culpa pesaba quizá demasiado sobre sus hombros, pero por orgullo u obstinación no iba a reconocer que caía a pedazos sobre sus promesas rotas.

Habían pasado ya dos horas, quizás algo más, cuando regresé a mi castillo. Louis estaba sentado frente a la chimenea con un viejo álbum de fotografías que le había entregado nuestro querido amigo David. Mi despiadado mártir estaba tan ensimismado con aquellas viejas instantáneas, algunas de antiguas Polaroid, que no deseé molestarlo. No me intrigaba demasiado lo que podía encontrar en aquel puñado de recuerdos porque conocía bien cada gesto, ropa y escenario que se daban en estas. Los viejos recuerdos de los viajes a Brasil o la convivencia en Nueva Orleans habían quedado plasmados para siempre en mi memoria y no necesitaba fotografías. Aunque a veces olvido cosas, como todos supongo, los buenos momentos quedan enmarcados en cada una de mis sonrisas.

Decidí subir a descansar recostado sobre mi cama, pero al pasar por la habitación de quien siempre sería mi maestro me percaté que necesitaba mi compañía. Durante algunos minutos guardamos silencio ambos como si no supiéramos que estábamos en el mismo lugar esperando una pequeña invitación.

—¿Puedo recostarme contigo?—pregunté entrando en la habitación que él ocupaba desde hacía unas noches.

—¿Acaso no es tu castillo?—respondió.

Reí ante su respuesta. Parecía perdido como un chiquillo. Era la primera vez que me percaté que realmente ambos nos asemejábamos tanto como decía Pandora. Él llevaba consigo culpas que nunca podría soltar y que eran como piedras en los bolsillos de su alma.


—Por supuesto...—dije acercándome al borde de la cama para acabar tumbado a su lado—. Pero esta es tu habitación y tú podrías...

—¿Echarte?—murmuró—. Lestat, no te echaría de mi lado otra vez. Creo que he cometido muchos errores estúpidos por culpa de sentir mi ego herido o mi orgullo maltrecho—tenía los ojos cerrados y su rostro imperturbable, pero siempre noto las pequeñas diferencias que ocurren a mi alrededor. Amel bailoteaba en mi mente murmurando que necesitaba mi consuelo.

—¿Necesitas consuelo?—pregunté torpe aunque sincero. No sabía si ser tan directo provocaría que se molestara y huyera.

—Te has convertido en un gran gobernante y has logrado apaciguar el dolor de un espíritu, has hecho que muchos vivamos en una paz que creíamos ficticia y has abogado por ser sensato dentro de tus limitaciones, pues sé bien que acabarás cayendo en los mismos errores. Nosotros no cambiamos, Lestat. Bien sabes que por mucho que intentemos cambiar terminamos precipitándonos hacia el mismo lado... —abrió los ojos y giró su rostro hacia mí—. Pandora dice que somos muy similares y hasta hace poco eso me molestaba profundamente... —me atrajo entonces hacia él para abrazarme—. No quería darme cuenta que era cierto porque temía que cometieras mis mismos pecados. Yo no quiero que otros sufran el mismo calvario por culpa de un ego y un orgullo desmedidos.

—Hoy has estado más intranquilo que nunca—musité—. ¿Tiene algo que ver con el pasado de Armand?—dejé que mi rostro se colocara sobre su pecho y escuché su poderoso corazón latir bajo su chaqueta de terciopelo rojo tan similar a la mía.

—Dejé escapar a la mujer de mi vida y después permití que destruyeran el único consuelo que había hallado en este mundo—sus largos y finos dedos jugaban con mis revueltos cabellos rizados provocando que me adormeciera—. Casi eres un niño y tienes una responsabilidad terrible, pero has sabido mantenerte cerca de tu corazón.

—¿Y quién es tu corazón, Marius?—pregunté provocando que pararan sus caricias.

—Amo a Pandora y siempre será mi primer amor, pero ¿es el más importante? Lo dudo—sonrió amargamente mientras yo me incorporaba para mirarlo a los ojos—. Mi gran amor está aún perdido por las calles de este mundo.

—Armand—susurré.

—No, Amadeo—dijo tomando mi rostro entre sus manos—. Algún día Amadeo volverá a mis brazos y podré acabar mi mejor obra.

—¿No eras tú quien me dijo una vez que de esperanzas no se vive?—dije echándome a reír.

—También soy quien te comparó con Alejandro Magno ¿y me equivoqué? No habrá vampiro que supere a tu leyenda y tus actos en este mundo—se incorporó ligeramente y me besó en los labios.

Su boca siempre parecía bondadosa y dispuesta a ofrecer el cariño que no había logrado mostrar en el pasado. La mía siempre tenía una sonrisa burlona similar al gato de Alicia en el País de las Maravillas. Ambos éramos distintos pero similares. Él debía encontrar aún la forma de pedir perdón sin pronunciar la fatídica palabra, pues parecía incapaz de implorar frente a quien lo fue todo, y yo debía aceptar que nunca encontraría mejor hogar que los brazos de Louis.

—Sígueme, Louis está en el salón y es posible que te guste escuchar historias menos trágicas que la tuya—dije bajándome de la cama y dirigiéndome a la puerta.

—No, Lestat... Hoy prefiero estar solo—dijo abriendo los brazos en forma de cruz sobre la inmensa cama.

—De acuerdo, maestro—respondí bajando precipitadamente hasta el salón.

Al llegar vi como Louis lanzaba el libro a las llamas. Intenté sacarlo de entre la leña y me fue imposible. Aquel álbum ardía como si fuese papel de fumar.

—¿Por qué?—pregunté algo furioso y desconcertado.

—Los recuerdos se conservan mejor en el alma y no en pequeñas imágenes—dijo con aquellos hermosos ojos verdes clavados en las cenizas—. Sean buenos o malos...

—Has encontrado alguna fotografía mía que te ha provocado celos—comenté entre carcajadas como una broma cruel.

—Si deseas que sea sincero te diré que sí, pero quizás es mejor callar y apreciar como se consume todo...

Los recuerdos siempre estaban ahí bailoteando como las llamas, consumiendo a veces nuestra paciencia y felicidad, pero lo importante era el presente y por ello lo abracé con fuerza besando sus mejillas. Quería que supiera que él era mi corazón y nadie más ocuparía su lugar, al igual que ocurría con Marius y Armand.


  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt