Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 9 de abril de 2016

Nessu dorma

Marius jamás se dará por vencido... ¿verdad?

Lestat de Lioncourt 


Había recorrido más de diez calles buscando un lugar abandonado onde dejar mi huella. Me sentía como un cazador furtivo buscando la presa perfecta y huyendo a su vez de la policía. Caminaba durante horas con un maletín lleno de pinturas y un pequeño trapo guardado en mi gabardina roja. Mi cabello caía lánguido como una cascada sobre mis hombros bordeando la cruz de mi espalda, pero pronto lo recogería para al fin plasmar mis inquietudes y un poco de mi alma.

Numerosas noticias llegaban a oídos humanos mediante revistas de arte online y papel, también había alguna en periódicos comunes y programas de televisión sobre el nuevo artista urbano que estaba revolucionando el fenómeno graffiti con un realismo especial y unos detalles únicos. Además no eran botes de pintura lo que utilizaba sino pinceles y eso era lo más extraordinario porque lograba acabar obras, algunas quizá durante meses, en el más completo misterio y oscuridad. Pocos sabían que el único misterio era La Sangre en mis venas y mis colmillos ocultos bajo una sonrisa ligeramente bondadosa.

Podía dejar que inflaran mi ego por cuestiones obvias, pero sabía que si lo hacía terminaría abocado al fracaso absoluto. Un artista es un trabajador que lucha por mejorar cada día y deslumbrar a su público sin importarle si es en un escenario, en una pared o en cualquier otro lugar. Trabajamos para expresar sentimientos y transmitirlos con cierto egoísmo porque queremos que otros padezcan nuestras penas y miserias. El arte lleno de felicidad es escaso porque nosotros mismos nos torturamos intentando encontrar el punto de equilibrio entre el dolor y la alegría.

Al entrar en aquel edificio olvidado por el tiempo y sus propietarios me percaté que poseía unas ventanas inmensas aunque algunas carecían de cristales, su entrada era soberbia pero el suelo de parquet estaba hinchado por las lluvias que habían penetrado por las grietas de sus gruesos muros o las ventanas, aún había algunos muebles como unas viejas sillas de oficina de los años setenta y varias lámparas que hacía décadas que no tenían bombilla alguna. Me paseé entre cascotes, cartones, desperdicios de indigentes y ratas. Miré sus muros blancos manchados con la huella de otros artistas y el hueco del ascensor por siempre abierto como si fuese la boca al infierno. Decidí subir por las escaleras y dejarme llevar por unos recuerdos que no me pertenecían. Sabía que ese edificio fue de artes gráficas, que era hermoso y bullicioso, y que allí se elaboraban los carteles y etiquetas de las botellas de vino autóctonas. Cuando cerraron el edificio no conocía la ciudad y jamás la había visitado, pero recientemente leí en el periódico que podría ser destruido con toda su historia y gloria completamente sepultada en la memoria colectiva.

Subí hacia la cuarta planta, la más alta de todas, y me dediqué a deambular entre escritorios apolillados y viejos cuadros de fotografías ya pálidas de rostros desconocidos. En el fondo de una de esas oficinas hallé un muro impoluto y sentí que debía despedirme del edificio.

—Hermoso mío no he venido hasta aquí para ver tu cadáver—dije colocando el maletín sobre uno de los escritorios.

Los insectos que se habían colado en la jungla que era la parte inferior, pues había incluso maleza creciendo entorno a la escalera y un pequeño árbol había crecido metiendo sus ramas en la primera, me acompañó en aquel noble acto. Mis dedos eligieron sabiamente los pinceles y me aproximé para pintar hermosas flores de jazmín y azahar hechas con lo que parecían hojas de periódico, revistas y etiquetas de botellas. En el centro de la obra pinté un rostro familiar sin percatarme y al apartarme del muro suspiré.

—Tú, tú, tú y mil veces tú. Tú en todas mis obras sin pretenderlo, tú en este jardín que no huele, tú siempre porque eres quien llevo en mi corazón destruyéndome por todo el pasado que no hemos vivido. ¿Por qué siempre tú? ¿Acaso no tenías suficiente en aparecerte en mis viejas obras de cielos con nubes esponjosas y santos benevolentes? Dime, malvada criatura, ¿por qué tengo tales honores?—pregunté mirando sus ojos castaños sintiendo cierta rabia y frustración. Quise llorar porque no comprendía porque era él y no otro quien sostenía aquella botella. Sus mejillas tenía el rubor de los borracho y su sonrisa una coquetería propia de un demonio.

—¿Tanto me odias?—su voz penetró en mis oídos provocando que me girara.

Cuando pintaba a veces me dejaba llevar de tal forma que era incapaz de concentrarme en mi alrededor. Alguna vez había tenido problemas con la policía en Brasil porque me atrapaban con las manos en la masa. Él me había seguido y estaba allí vistiendo como cualquier chiquillo.

—Veo que tenía razón—dijo riéndose—. ¡Ah! ¡Lestat me debe un par de dólares!—sus carcajadas rebotaban por las paredes y me abofeteaban sin importarle nada—. Me dijo que era imposible que estuvieras en el sur de Europa jugueteando de nuevo con las pinturas, pero aquí estás dejándote llevar por los suburbios de una ciudad más. No eres muy popular por aquí y los vampiros sólo se ven en carteles de películas, como las que se hacían en la primera planta ¿no es así? Junto con la maquinaria pesada. Este era el lugar de los diseñadores que sin ordenador, con técnicas ancestrales, pintaban cada línea y daban color a los carteles más esmerados. Como no... —sonrió acercándose a mí para quedar a mi lado y miró mi obra—. ¿Aún recuerdas mis juergas a tu costa? O más bien... mis juergas por tu culpa.

—Armand...—dije en un siseo molesto por sus palabras finales.

Llevaba una camiseta negra de mangas hasta el codo donde podía leerse en letras blancas “I'm an angel” y unos jeans ajustados negros que moldeaban sus piernas. Era una moda actual que muchos hombres usaban llevando patrones similares a los femeninos. A mí no me importaba la moda porque yo odiaba los pantalones porque eran prendas bárbaras, pero estaba obligado a usarlos. En la calle llevaba pantalones formales de colores oscuros y americanas borgoñas o carmín o un jersey rojo cereza. No solía usar corbatas, pero cuando lo hacía era para dirigirme a entidades bancarias o galerías de arte donde apoyaba a artistas adquiriendo obras o contactando con ellos.

—Te sienta bien esta gabardina—susurró sin apartar los ojos de la pintura—. ¿Dónde quedó nuestra historia? ¿Se podrá seguir algún día?—dijo girándose mientras me sostenía mi brazo derecho y me obligaba a inclinarme.

Entonces, cuando me dejé llevar por el deseo de alcanzar su boca, desapareció. No era real. Había imaginado su presencia para no sentirme herido por la soledad. Daniel era independiente y sabía divertirse solo. Tener un pupilo como aquel joven vampiro era diferente a tener que educar a un adolescente eterno que siempre estará torturado entre la bondad y la malicia, Dios y el Diablo...

Rompí a llorar amargamente arrodillado frente a la pintura. Pensé en Pandora que mil veces me había maldecido. Sí, también pensaba en ella. No podía dejar de pensar en ambos a mi lado disfrutando de mi mundo, que era algo más que pinturas y palabras de guerra edulcoradas, porque yo necesitaba disfrutar de ellos como nunca lo había hecho. Pero mi orgullo había provocado las rupturas de nuestras promesas, llevado al olvido nuestras muestras amor y ahogado en lágrimas las palabras más sinceras. Creí que tras la muerte de Santino habría una tregua para nosotros, pero es imposible. Ellos no desean compartir sus vidas entre ellos y tampoco conmigo. Me he visto aferrado a un muchacho larguirucho que ha salvado mi alma cuando él cree que ha sido lo contrario. Amo a Daniel, de eso no tengo duda alguna, pero no puedo dejar de dibujar a las viejas musas y ángeles que se proyectan como una alargada sombra en mis obras.

En ese instante “Nessun dorma” comenzó a sonar haciendo eco por toda la habitación. Mi móvil tenía una llamada que acepté de inmediato intentando aclarar la voz con un rápido carraspeo. Era Daniel pidiéndome que nos reuniéramos en Madrid de forma urgente. Él quería pasar el resto de la noche conmigo. De nuevo estaba siendo rescatado por quien debía salvar.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt