Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 25 de mayo de 2016

Caza mayor

Esto me inquieta... ¿Qué demonios ha pasado aquí? ¡En serio!

Lestat de Lioncourt


Caminaba con la mano en los bolsillos convirtiéndose en una silueta esbelta oculta tras unas ropas cómodas, sencillas y a la moda. Su figura pasaba inadvertida entre el tumulto de jóvenes que se arremolinaban a su alrededor en las calles más bohemias. Llevaba unos pantalones pitillo, unas botas bajas con cremallera a los lados y algunas tachuelas, camiseta de mangas cortas y un chaleco de la misma tela que los pantalones. Todas las prendas eran negras. Incluso el pequeño fular del cuello, la pulsera trenzada de cuero y el sombrero que llevaba como complementos. Su pelo oscuro estaba trenzado, como de costumbre, y dejaba al descubierto un rostro algo pálido de ojos profundos y boca carnosa.

Nadie reparaba en el individuo que parecía buscar un lugar donde apagarse del todo. Parecía querer huir del tedio y el silencio que golpeaba su corazón. Sin duda alguna era un lobo solitario esperando encontrarse con la luna llena de frente para poder aullar de dolor, miseria e insatisfacción. Pero a su lado había cientos de jóvenes así desencantados con la época que les había tocado, con estos tiempos revueltos de injusticia y arte ecléctico barato comparado con el movimiento original. Muchos de ellos tenían una copa en la mano, un cigarro o dogas sintéticas para pasar la noche. Los menos, aquellos que simplemente soportaban el peso del mundo, estaban arrinconados pidiendo otro café para sumar una nueva noche sin dormir en mitad del barullo. Los café, los bares de copas, los tugurios a media luz o las discotecas tenían una fauna variopinta. Al parecer le gustaban estos lugares, los que podía encontrar de todo y a todos en un mismo sitio como si fuera un supermercado, porque podía elegir su próxima víctima sin tener que repetir bocado.

Vampiro. Simplemente vampiro. Hijo de la Noche, Príncipe de las Tinieblas, Nosferatu o Inmortal podían tener el mismo peso pero la palabra más repetida, que más sonaba en las pesadillas de cualquiera, era vampiro. Un vampiro lleno de recuerdos que intentaba descansar entre los brazos de un hombre joven que pareciera no temer a nada. Solía gustarle gente atrevida, sin miedos ni escrúpulos, que hicieran de la vida un triunfo por encima de las leyes de la moralidad y el decoro. Quería un canalla y no encontraba más que muchachos que se creían duros por llevar un tatuaje, dilatadores en las orejas o fumar algo ilegal.

Se decantó por un local de luces tenues y rojizas, con música de jazz de fondo, y cierto ambiente de los años veinte mientras individuos de todas las clases adictos a la nocturnidad y la buena música se embelesaban con el espectáculo. Decidió que la mesa del fondo, la más alejada de todos, sería la apropiada. Desde allí vio desfilar a numerosos jóvenes hasta que uno le llamó la atención. Conocía al engendro que se paseaba por allí con traje oscuro a medida.

De inmediato caminó por el local como una pantera y se sentó justo en la mesa que había elegido aquel “conocido”. Frente a frente ambos se observaron como si no estuvieran sorprendidos de verse allí, en mitad de un local tan poco usual y rodeado de mortales.

—¿Qué se supone que haces por aquí, caballerito?—preguntó encendiendo con la mente la vela aromática que les separaba.

—Disfrutar de este lugar.

—Te creía muerto—dijo.

—Estamos vivos—respondió desabrochando su chaqueta para dejarla abierta y acomodarse ligeramente en la silla.

—Pero dónde está ella—comentó mientras jugaba con su dedo por el borde del soporte de la vela.

—Nos hemos separado momentáneamente. Necesitamos alejarnos el uno del otro algunos meses al año. Igual que haces tú con Arion—respondió.

—¿Ya has leído el librito de tu amigo?—preguntó mirándole a los ojos.

Esos ojos azules y hermosos que parecían gemas de unas piedras preciosas poco usuales. Su rostro seguía siendo el de un imberbe muchachito de unos veinte años. Tenía la boca carnosa y la nariz perfecta para esos pómulos marcados, sutilmente sonrosados por la sangre que había ingerido, y unas cejas que parecían pintadas en aquella piel tan lozana. Era hermoso como un actor de cine de esos que parecen sacados de cuentos de hadas o libros de la sección de literatura romántica. Un príncipe, claro está, sureño y real. Un niño rico sin más que había entrado a formar parte de los inmortales por su capricho. Era su creación aunque no era la única que había realizado en los últimos siglos, pero sin duda alguna era la mejor que había hecho.

—Sí, además he podido ponerme en contacto con el científico que ha estado indagando sobre el ADN vampírico. Creí que era importante poner en conocimiento de los Mayfair que existía dicho laboratorio. Ellos pueden investigar, junto a Talamasca, sobre las diversas criaturas que rondan este mundo—apartó la mano de la vela y la tomó entre las suyas—. ¿Siguen estos dedos creando camafeos y golpeando gente?

—Por supuesto—dijo retirando su mano para guardar las distancias—. ¿Podríamos hablar en privado? Siento que aquí todos nos están observando. Aunque más bien creo que observan al niño mimado que eres—susurró entrecerrando los ojos mientras la vela se apagaba por culpa de una “corriente” de aire.

Ambos se incorporaron y caminaron sin prisa hacia la puerta del local, echaron a caminar hasta una esquina cercana y entraron en un estrecho callejón donde la conversación prosiguió. Se miraban uno al otro como si fueran dos depredadores a punto de lanzarse en una disputa por una presa y de la nada sus cuerpos se pegaron. Tarquin Blackwood, heredero de la fortuna Blackwood, jamás pensó que el cretino que supuestamente vivía en sus tierras fuese a ser un vampiro como tampoco sospechó jamás que la atracción, o más bien el terrible deseo de tocarlo, fuese a estallar tras tantos años. Petronia no era un vampiro común o vulgar, pues se podía considerar que ni como humano fue capaz de pasar inadvertido por completo, que odiaba lo común y por ello eligió a su “caballerito” debido a su belleza, insolencia y profunda rabia hacia el mundo que le asfixiaba.

—¿Qué haces?—preguntó notando que su sombrero caía a sus pies al ser empujado contra el muro de ladrillos vistos que poseía el local.

—¿A qué temes?—dijo.

—¿Crees que te tengo miedo? Tengo miles de años, estúpido—contestó agarrándolo de las solapas del traje para inclinarlo hacia delante.

Rápidamente se cortó la lengua y ofreció a su creación unas gotas de sangre espesa, deliciosa y cálida. Tarquin reaccionó involuntariamente agarrando la escasa cintura de su creador, subiendo suavemente hasta los costados y dejando finalmente estas bajo sus axilas. Petronia no tardó en bajar esas manos hasta sus glúteos mientras notaba como su criatura le ofrecía beber del mismo modo. La excitación caldeaba a ambos bajando la guardia ante cualquier enemigo. Allí apartados del mundo sólo existía la profunda oscuridad y el delirio de un beso demasiado íntimo.

Petronia sentía un hambre atroz y bebía grandes sorbos de su criatura mientras se desabrochaba su pantalón. Aquellos pantalones ajustados se vieron abiertos y caídos hasta la rodilla, junto a su ropa interior, mostrando sus dos sexos. Tarquin jadeó apartándose mareado mientras caía de bruces al suelo, para luego gatear y quedar de rodillas con el miembro masculino de su creador entre sus labios. La escena volvía a repetirse. Los largos dedos de Petronia se enredaban en los rizos oscuros de su “caballerito” sintiendo como bebía de él succionando con fuerza.


Después de satisfacer mutuamente el deseo y fortalecer ese maldito vínculo se acomodaron la ropa, salieron del callejón y se marcharon cada uno hacia un extremo de la calle. Ninguno se despidió. Ambos odiaban las despedidas y asumir que el deseo seguía ahí como una aguja atravesando cada ventrículo de sus podridos corazones.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt