Estaba en el alfeizar de su ventana
observando su habitación sutilmente iluminada. Las estrellas
brillaban tras mi espalda y los insectos zumbaban como cualquier
noche de verano. Me encontraba allí porque era su cumpleaños, pero
había llegado demasiado tarde. Ella dormía plácidamente en aquella
enorme cama de sábanas blancas con dibujos de hermosos caballos de
mar desperdigados por algunas partes de estas. Sus cabellos negros se
esparcían sobre la almohada y yo me sentía tentado de entrar,
despejar su frente y besarla.
Había encontrado a esa niña en mitad
de una tragedia. La tomé entre mis brazos sin pensarlo. Arriesgué
mi secreto una vez más por una pequeña que al tomarla, sujetándola
contra mi pecho, recordé los dulces años que viví con Claudia. Sin
embargo la historia sería distinta. Sabía que no podía cometer los
mismos errores con esa criatura. No debía cargarla de mis pecados y
que se arrastrara por una vorágine de dolor, miseria, sangre y
eternidad. Ella debía resplandecer en el jardín como una hermosa
rosa que abriría sus pétalos regalando un perfume mágico y único.
Sería por siempre mi niña, mi pequeña, mi adorada Rose y la
salvaría de toda la maldad incluyéndome a mí mismo.
En mi bolsillo izquierdo llevaba un
pequeño saquito color cereza con un lazo dorado. Dentro del pequeño
saco se encontraba un camafeo de una pequeña rosa pintada de color
carmín, con un tallo elegante que resaltaba porque poseía unas
minúsculas espinas, y que había comprado como regalo para ella.
Nada de muñecas. Ya había aprendido la lección con Claudia. Ella
ya cumplía diez años y amaba la lectura, pero también empezaba a
ser coqueta. Amaba sus largas pestañas que acaparaba la belleza de
sus profundos ojos azules. La miraba y veía a Louis reflejada en
muchos aspectos como si hubiese sido posible concebir una niña de
ambos. Sabía que era el mejor regalo. Sin embargo, también llevaba
un pequeño diario guardado en el bolsillo interno de mi chaqueta. Mi
amante, mi corazón, se había empeñado que llevara algo que ella
pudiese usar como desahogo. El olor de las páginas perfumadas era
muy atractivo y su color rosa pastel muy elegante, aunque por fuera
sólo se veía una elegante tapa con un collage de flores muy
llamativo. Me reí por unos segundos pensando en los regalos y en la
pequeña tarjeta que incluiría cuando ella despertara, pero entonces
me quedé serio al comprobar que se incorporaba y saltaba de la cama.
No dudó en correr hacia el balcón,
abrir la ventana y arrojarse a mis brazos. Yo no era su “tío
Lestan” aunque así me llamara. Sabía bien que para esa pequeña
niña era su padre, su figura paterna, la cual aparecía de vez en
cuando de forma misteriosa para endulzar sus noches con cuentos e
historias que fortalecían su imaginación, su espíritu combativo y
esa hermosa sonrisa que lucía sin miedo alguno.
—Tito, tito—dijo estrangulándome
por la fuerza de sus brazos rodeando mi cuello—. Creí que no
vendrías, tito.
—Ah, no pude venir a la fiesta. Ya
sabes que tu tío Lestan es un hombre muy ocupado—respondí
alzándola para verla frente a mí con aquellos largos cabellos
negros, ese rostro tan dulce y esos ojos profundos. Llevaba puesto un
camisón celeste decorado con pequeñas estrellas de mar. Sin duda
alguna era una niña preciosa, sana y feliz—. Veo que últimamente
te gusta mucho el mar.
—Sí, he mejorado mi natación este
año—confesó.
—Pues yo te traigo unos regalos
especiales. Ya le di a tus tías algo de dinero para la celebración
del cumpleaños, para que trajeran una enorme tarta a tu gusto, pero
tenía que traer en persona mi regalo y el de Louis—expliqué
bajándola para darle el colgante y el diario.
Su rostro se iluminó con algo tan
simple. Parecía que le había tocado la lotería. Intentaba no
malcriarla, pero era imposible. Yo sólo quería estrecharla entre
mis brazos y aspirar su aroma. Era hermosa.
Lestat de Lioncourt
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Feliz cumpleaños Rose/Sybelle/Pandora. ¡Todo el Jardín Salvaje te desea lo mejor en tu día!
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