Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 7 de junio de 2016

Temes amarlo

Para esto son las madres. Gabrielle 1 Louis 0. 


Lestat de Lioncourt


—Tienes suerte—dijo.

Era firme en sus palabras. Estaba convencida que yo era un hombre afortunado. No sé cómo podía creer que era afortunado cuando mi vida dependía tanto de lo que él hiciera. Estaba condenado. Siempre había estado condenado pero ahora aún más.

—Mi suerte es pésima—respondí.

—No. Él te ama más de lo que dice y demuestra—explicó mientras se acomodaba con las piernas abiertas y el cuerpo recostado sobre el respaldo del sofá. Parecía un hombre joven sin modales, pero era una mujer fuerte que como leona había sacado sus garras infinidad de veces por su hijo.

—¿Y eso es tener suerte?—pregunté.

—Estás vivo porque él así lo decidió—dijo comenzando a soltarse la trenza para dejar sus cabellos ondulados sueltos y rebeldes. Sus ojos eran grises con alguna tonalidad azulada. Se parecían ligeramente a los de Lestat.

—Es porque no puede vivir sin mí y eso es egoísta—repliqué mientras me apoyaba en el respaldo de una de las sillas. Allí de pie, en esa habitación inmensa, me sentía pequeño.

—No puede vivir sin ti porque te ama. Te ama desde que te vio la primera vez. Amó tus demonios. Dime quién puede amar los demonios de otros, sintiendo sus infiernos, sin importarle nada. Incluso se ha dejado arrastrar por ellos y se ha ocultado en la oscuridad de tu alma—comentó mientras se echaba hacia delante apoyando sus codos sobre sus mulos. Dejó flexionado su cuerpo completamente relajado entre tanto me miraba.

—Somos polos opuesto—susurré.

—Mentira—dijo tras carcajearse en mis propias narices.

—Verdad.

—Sólo eres un maldito cínico que dice eso porque teme amar—esa frase me taladró—. Teme ver cuánto le ama. Tienes miedo de mostrarle lo frágil que eres cuando desnudas tu alma y la dejas ahí expuesta con una mirada fiera. Unos ojos de león que engullen cada pedazo con ansia—casi podía sentir su aliento sobre mi alma, tocándola con desprecio mientras leía todo lo que yo ocultaba, y me sentí tan débil que quise romper a llorar.

—¡Cállate!—grité alertándome. No podía dejar de pensar en él. Siempre hacía como que no nos entendíamos, como que hacía una estupidez tras otra, pero yo esperaba que él se arrastrara para decirme que me amaba sintiéndome como un colegial. Si bien, sólo había sido un cínico y un egoísta. Me dolía.

—¿Por qué?—dijo sosegada.

—No tienes derecho a decir esto.


—Soy su madre y tengo derecho a decir lo que creo. El mundo es libre y yo pienso decir lo que siento. Lamento que te ame tanto, que se arrastre por ti, porque tú no eres capaz de hacerlo. Tienes tanto miedo que te has vuelto un maldito cobarde mientras ansias que alguien te acaricie, destruya esos muros tan altos que has colocado a tu alrededor y se haga vencedor de tu amor. Te diré que mi hijo ha subido por la torre más alta y ya está dentro—se levantó y caminó con la misma añeja elegancia que tenía su hijo. Me tomó del rostro y sonrió maliciosamente para luego darme un beso sobre mi boca ligeramente abierta. Fue un beso que sentí más duro e insoportable que un fuerte bofetón. Cuando se apartó echó a caminar hacia la puerta—.Deja de hacerte el duro—lanzó como consejo antes de desaparecer de la habitación.  

Caí de bruces clavando las rodillas en el suelo mientras, con cierta angustia, me agarraba las manos en el pecho. Estaba confuso. Mi máscara estaba derrumbándose. Ella sabía lo que yo sentía del mismo modo que él. Eran como dos replicantes de Philip K. Dick. Quise en ese momento que él apareciera y me abrazara logrando que olvidara esa sensación, pero supe que tenía que luchar contra ese sentimiento afrontando la verdad. Él me amaba más de lo que yo podía soportar.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt