Esto ha llegado a mí. Son unas memorias, o supuestas memorias, de Memnoch. ¿Alguien me ayuda a salir corriendo?
Lestat de Lioncourt
Al atardecer siempre tenía hermosas
vistas desde la azotea de aquel edificio. El holding que se alzaba en
aquella torre de hormigón y cristal poseía gran parte de la
producción de información del país, era el centro de manipulación
y sometimiento más fuerte e incluso estaba siéndolo en otros
lugares del mundo. Los titulares señalando a diversos dirigentes
políticos para ensuciar sus nombres, siendo inocentes en gran medida
de las palabras vertidas, ocultaban la verdadera corrupción y las
preocupaciones de la población. Además se ofrecía noticias banales
y deportivas para amortiguar el impacto.
Veía la ciudad extenderse con sus
numerosas calles de trazado regular, con edificios similares al que
estaba bajo mis elegantes y clásicos mocasines, llenas de tráfico y
almas que iban de un lado a otro en las aceras. El tiempo se escapaba
entre los dedos de sus manos sepultando sus sueños, sus ambiciones y
la belleza de una vida vacía como sus esperanzas. Vendidos a un
quizás y un montón de dinero en una cuenta bancaria. Enclenques,
hipócritas y fáciles de manipular con sus caras cenicientas
esperando ser asesinados por la felicidad que no parecía llegar.
Pero yo los amaba. Amaba incluso lo turbio de cada pesadilla que los
mantenía vivos con sus paranoias y sufirmientos.
En mis labios un cigarrillo se consumía
envolviéndome en el aroma de la nicotina. Aunque el sabor del café,
un café amargo sin rastro de leche o azúcar, no podía ser
desplazado por el del tabaco. Mis cabellos esta vez parecían más
claros pero mi rostro era el mismo, la misma expresión. Parecía un
ejecutivo, o quizás un empleado de nivel medio, que buscaba un
momento de descanso entre tanto los papeles se amontonaban en la mesa
de su pequeño cubículo o despacho. Tal vez me había escapado de
una reunión monótona. Pero la verdad es que era el dueño de este
mundo. Dueño de cada sombra.
—¿No deberías estar haciendo algo
mejor que buscar almas que reclutar?—escuché una voz que parecía
cercana, como si se encontrase a pocos centímetros de mi oreja, pero
en realidad estaba a varios metros.
No me giré porque sabía quien era.
Podía oler su supuesta bondad recorriendo sus rasgos dulces pese a
lo masculino. Aquellos cabellos rizados tan dorados provocaban
náuseas. El mensajero más imponente de Dios se había reunido
conmigo cerca de la cornisa como si yo fuese un suicida y él mi
ángel de la guarda.
—¿No tienes que ir por ahí a tocar
tu trompeta?—dije tras dar una calada al cigarrillo y un trago a mi
café.
—He decidido pasarme por la Tierra y
saludar a mi hermano favorito—contestó quedando a mi altura tras
caminar con parsimonia hasta mí.
A mi lado estaba él con otro elegante
traje similar al mío, hecho a medida por supuesto, y con una sonrisa
estúpida que parecía complacerse con el atardecer. Estaba seguro
que no estaba allí por casualidad o porque me echase de menos.
—Dios quiere que aceptes tu derrota.
No has hallado aún las diez almas que te exigió—dijo
arrebatándome el café.
—Cuidado, pajarito divino, el café
es demasiado potente para una criaturita tan pura y sosegada—respondí
quitándole mi bebida sin que pudiese darle un solo trago—. Dile a
Padre que no me rindo. Lamento informarle que cumpliré mi misión.
—Lucifer...
—Memnoch. Me gusta que me llamen
Memnoch, Gabriel—dije apartándome de él para regresar a las
abarrotadas oficinas. Pronto todos se irían a casa y yo debía
acompañarlos como si alguien me esperase en el departamento que
había adquirido en Nueva York.
Volvía a vivir como un humano con sus
aspiraciones y sueños, aunque sólo en apariencia, porque seguía
siendo el demonio y tenía un poder inimaginable. Quería salvar al
mundo, pero a veces uno no puede hacer nada para lograrlo. Aunque
sabía que estaba perdiendo mi tiempo decidí seguir luchando. Nunca
daría mi brazo a torcer. Debía salvarlos.
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