Marius es un idiota. No creo que Armand perdone.
Lestat de Lioncourt
Equilibrio. Todo es cuestión de
equilibrio. Hay que buscar el momento exacto donde todo lo que
tenemos y deseamos llegan al acuerdo de permitirnos descansar sin
hundirnos. Pero los recuerdos siempre están ahí y queremos
borrarlos. No podemos permitir que ellos nos tengan, pero a veces nos
mantienen. Es lo que me sucede cuando pienso en ti.
Esta carta quizá es un absurdo y un
completo error. Estoy aquí escribiendo en mi despacho cada línea
con cierta dificultad. Me asombro a mí mismo al recordar con una
sonrisa incluso los momentos más duros que hemos vivido juntos.
Puedo decirte que todo se vuelve vívido. Sí, todo. Incluso tu
rostro lleno de lágrimas forzándome a estrecharte contra mí y
besar tu rostro como si pudiese así curar tu dolor. Soy estúpido,
lo sé.
Hace tiempo que no escribía a alguien
porque temía terminar escribiendo una para ti. Sí, es absurdo. Sé
que soy un cúmulo de testarudez absurda con un alma demasiado herida
para poder hablar sin dolor, sin pena, sin sentirme desarropado por
la gloria o quejarme de todo lo que perdí. Estoy seguro que me
esfuerzo demasiado en aparentar ser un frívolo sin sentimientos más
allá de un entregado amor al arte. Pero amar al arte demuestra que
tengo sentimientos muy vivos, demasiado extremos, en un alma que
sufre. Porque yo sufro. Puede que me merezca todo ese sufrimiento,
pero albergo la esperanza que un día se vaya y me deje libre.
Debí decirte hace tiempo que aún te
amo. Tal vez no pude porque tus ojos castaños ya no me miraban del
mismo modo. Veían en mí el cobarde y mentiroso que soy. Asumí en
ese momento que tú eras un monstruo al no comprender lo que había
sucedido entre nosotros, esa ruptura cruel debido al cretino que
acabaste llamando maestro, pero no tenías culpa y yo tampoco.
Ninguno era el culpable y aún así eché el pecado sobre los dos.
Hoy he pintado un cuadro. El ángel del
cuadro tenía tu rostro. He deseado abarcarlo entre mis manos y sólo
he podido llorar de forma miserable. Sus ojos me miraban sin piedad ni vergüenza pese a su desnudez. Me vi obligado hincarme de rodillas y rogar tu perdón. Por eso te escribo. Necesitaba hacerlo una vez más.
Perdóname. Tuve miedo de mis
sentimientos y de los tuyos. Te amo.
Marius Romanus
No hay comentarios:
Publicar un comentario