Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 6 de junio de 2016

Monstruo

Yo entiendo a Daniel... ¡A quién se le ocurre!


Lestat de Lioncourt


Llevaba días sin dormir. No podía quitarme el olor a muerte de mi nariz. Todo me recordaba a ese cadáver putrefacto que había encontrado en su habitación. Había usado mis mejores sábanas para envolverlo. Estaba allí mirando como la carne se consumía por los gusanos. ¿A qué clase de chalado se le ocurría un experimento así? Este piso alquilado, de renta baja, no era un palacio donde ocultar el hedor nauseabundo de ese ser allí colocado como si fuese un regalo.

Estaba en la cama y lo escuchaba deambular de un lado a otro. La licuadora parecía estar funcionando. Poco después escuché lo que parecía un taladro o una máquina de cortar azulejos. También martillazos, un par de gritos de frustración y algunos objetos metálicos caer al suelo como muestra de rabia.

Me incorporé somnoliento, sediento y malhumorado. La luz de la cocina iluminaba el pasillo cuando giré hacia la izquierda. Al fondo estaba él con un pequeño delantal y una ropa bastante cutre, la cual posiblemente había robado de alguna de sus víctimas, que hacían que pareciese un muchachito y no un vampiro bastante psicópata.

—Esto no funciona—dijo mirando el cadáver sobre la mesa.

Allí ante él estaba su último juguete. Había satisfecho de alguna forma sus perversas preguntas. Sus vísceras caían a ambos lados del cuerpo y los ojos estaban fuera, en un cuenco, esperando que quizá fueran usados para otro momento de diversión. Parecía que el Dr. Frankestein había tomado posesión de su cuerpo menudo de caderas ligeramente amplias. Tenía el delantal cubierto de sangre tan roja como sus cabellos cobrizos y correteaba de un lado a otro de la mesa. Deseaba apreciar bien su obra, pero a la vez decía que no funcionaba lo que tanto esperaba ver.

Yo estaba allí de espectador. ¿Qué podía hacer? Nada. No podía hacer nada. Aquella cocina se había convertido en un laboratorio y él parecía frenético. Opté por sacar un cigarrillo de mi pitillera y darle una calada con desesperación. La nicotina me ayudaba a evadirme junto al alcohol y me maldije porque era fin de mes, no había podido comprar mi maldita botella de whisky y necesitaba quemarme la boca con su fuerte sabor.

—No funciona...

—¿Qué querías hacer exactamente pequeño monstruo?—pregunté pese a que sabía que la respuesta podía ser absurda y hasta hiriente debido a que sus expectativas, siempre demasiado altas, habían caído de nuevo en saco roto.

—Deseaba ver si podía anestesiarlo y ver los órganos moverse. Ahora sólo tengo un cadáver—dijo—. Llevo dos horas intentando reanimarlo.

—Llevas casi dos horas haciendo algo inútil. Has vuelto a matar en mi apartamento, llenándolo todo de vísceras y sangre, ¿vas a recogerlo? No pienso desayunar en esta cocina hasta que todo esté limpio—dije antes de llevarme de nuevo el cigarro a los labios y dar otra calada. El tabaco era lo único que podía hacer que no chillara. Me estaba volviendo loco entre las semanas de insomnio, las pesadillas y estos extraños juegos de científico loco.

—Yo te amo—respondió buscando que le abrazara. Esos ojos de cachorro perdido parecían clavarse como dos dagas oscuras, muy llamativas y peligrosas, que rechacé de inmediato.


—Limpia, maldito engendro. Limpia mi casa y vete. No te quiero cerca, ¿entiendes?—respondí alzando la voz mientras me marchaba de la cocina.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt