Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 14 de julio de 2016

Recuerdos humanos

Recuerdos de cuando era humano ¿eh? Interesante. ¿Así de cabrito era mi "maestro"? Vaya...

Lestat de Lioncourt 


El verano era tan tórrido que me exasperaba. Lejos de la ciudad, perdido entre los viñedos y hectáreas de trigo y árboles frutales, podía escuchar con claridad el zumbido de los insectos y el pasar del tiempo acariciándome como un amante satisfecho. Había viajado hasta Carmo, en el sur de Hispania, desde Rome. No había sido la mejor decisión de mi vida, pero admito que era una aventura más para abultar mi agenda y recuerdos. Deseaba relatar para el Imperio la vida cotidiana de sus gentes, el comercio y la agricultura, así como explicar la travesía que había vivido tanto por mar como por tierra firme. Lejos quedaba mi padre con sus oscuros deseos de engrandecerse, hinchando su pecho con orgullo, por mi hermano mayor fruto de su matrimonio y su severa mirada hacia mí, el más pequeño, nacido de un romance con una esclava celta. Igual de lejos que parte de mi fortuna, destino y amores.

Las noches eran incómodas pese a estar hospedado en una buena villa de un pariente lejano de mi padre, el cual se asombró que yo fuese su hijo por mi aspecto y mente ágil. Supongo que los genes de mi madre influyen notablemente en ser más suspicaz y descreído que cualquier haragán metido a centurión, como era el caso de mi hermano Octavius. Las viandas eran deliciosas y el vino alegraba mis torpes gestos de agradecimiento.

Mis momentos favoritos era cuando llegaba a mi habitación tras horas conversando con mis familiares. Allí perdía la conciencia hasta el amanecer cuando uno de los esclavos entraba, con mi permiso, para pernoctar conmigo hasta bien entrado el medio día. Admito que su piel dorada y caliente embravecía mi corazón y mis modales.

El joven disfrutaba provocándome sentado sobre mi pelvis mientras balanceaba de forma erótica, casi hipnótica, su cuerpo. Sus redondos y duros glúteos rozaban mi sexo hasta despertarlo. Mis manos de dedos largos y palmas grandes, muy suaves porque jamás hice trabajo de labranza o armas, recorrían su rostro de rasgo ambiguos y sus brazos delgados. Él reía bajo como si fuera un sátiro imberbe de piel de seda y ojos verdes de Medusa pérfida, porque cuando me miraba sentía como me convertía en piedra durante algunos segundos. Se maquillaba y perfumaba como una mujer cubierta de coquetería y ambiciones de conquistar los corazones de los hombres.

Los delicados perfumes que cubrían su piel laxa eran tan deliciosos como la figura que había bajo sus prendas. Solía recostarlo sobre el colchón para lamer sus ingles, morder sus pezones y besarlo con furia mientras arremetía contra su próstata completamente orgulloso de deshonrar su virtud. Sus gemidos se alzaban hasta el alto techo y rogaba sentir la siembra de mi simiente en sus áridas tierras.

Sus piernas eran largas y torneadas como las de una mujer pero entre estas, oculto a veces con cierto pudor, se hallaba una pequeña virilidad que solía saborear como si fuese una raíz con propiedades medicinales. Era delicioso ver como se retorcía jadeante con esa mirada verde embotada en placeres y lujuria.

La noche antes de partir hacia Pompaelo, en el norte de la región, me convertí en un monstruo frente a él. Esa noche no fui gentil con mi dulce hetaira masculina. No lo llamé. Decidí ausentarme de la cena con la excusa de no querer sentir el estómago pesado durante el largo viaje hasta la ciudad cercana, donde me quedaría a descansar unas horas, y lo esperé en el amplio pasillo que daba al jardín.

Él se acercó a mí como un ave que busca refugio en el nido. Atrapé su cuerpo llevándolo conmigo lejos de la vivienda. Guié sus pasos por los viñedos mientras le arrancaba la ropa y mordía su lóbulo derecho. Pronto soltó su largo cabello oscuro y ondulado que le cubría su estrecha cintura. Sus manos gentiles no tardaron en buscar entre mis prendas mi vigoroso miembro. Finalmente, en mitad del viñedo, se arrodilló ante mí y tomó entre sus labios mi glande. Su boca cubría todo mi sexo, tiraba de la piel del frenillo de mi prepucio, mordía mi glande por el surco superior y apretaba con rudeza cada vena que cubría todo mi pene. Con gula masajeaba mis testículos y ocasionalmente los succionaba para volver a su delicioso juego con el cuerpo de mi miembro. Incluso pude sentir algunos besos mientras sonreía mirándome perverso.

Pero toda la seducción finalizó cuando acabé apartándolo con una patada sacando mi látigo. Él me miró perdido y agitado antes de gemir de dolor ante el primer azote. Una lluvia de golpes cayeron sobre su torso hasta que hice que se girara. Sus hombros, omóplatos, costados, cintura y caderas quedaron marcados por mi apasionada muestra de dominio. Él acabó gimiendo de placer confundido ante aquel control del dolor. Pues tras varios azotes estimulaba su miembro o jugueteaba con su entrada.

Creo que fue allí cuando comprendí que no había manera más propicia para domesticar a las furcias que conquistaban mis corazones. Aquel esclavo de aspecto entre lo femenino y lo masculino derrumbó cualquier ápice de bondad en mi alma. Desde entonces el sexo comenzó a ser tiránico y placentero a la par. Él no tenía más de quince años y yo ya estaba entrado en los treinta. La diferencia quizás es asombrada y deleznable en esta época, pero debo señalar que en la mía era habitual tener incluso matrimonios con mujeres más jóvenes. Él me ofrecía sus carnes como si venerara a una nueva deidad.

Entre los racimos de uvas él sintió como mi miembro lo desgarraba, y mis manos se convertían en garras tirando de sus mechones igual que si fueran riendas, entretanto mi cuerpo quedaba arqueado como si montara a una yegua.

—Si fueras mujer—le dije cuando lo arrojé al suelo después de ofrecerle mi cálido regalo— serías mi concubina y te obligaría a yacer conmigo todas las noches—confesé logrando que riera bajo borracho de sensaciones.


Pensé en buscarlo tras convertirme en un monstruo sediento de sangre, ¿pero qué iba a lograr? Sólo un esclavo desesperado por ser tocado de una forma que ya no podía ofrecerle. Preferí retenerlo en mis oscuros recuerdos hasta prácticamente borrarlo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt