Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 15 de julio de 2016

Ven conmigo, lo pasaremos bien.

Así es... Memnoch ha aparecido de nuevo. 

Lestat de Lioncourt 


La sirena de policía sonaba con fuerza arrancando la paz de aquella larga y ancha avenida. Los escasos transeúntes se giraban para observar su recorrido hasta perder de vista el vehículo. El destino era un edificio gris, algo descuidado, donde yacía inmóvil un cuerpo sobre la cama. Un vecino había hecho ese macabro hallazgo hacía tan sólo unos minutos. El hombre todavía temblaba con el teléfono móvil en la mano.

Cuando los primeros policías entraron observaron desde lejos a la víctima, para luego entrar hasta el dormitorio y comprobar que efectivamente estaba sin vida. No había rastros de sangre, pero no se podía decir que la causa de la muerte era natural. Sobre todo porque era un hombre joven.

—La música estaba muy fuerte y llamé al timbre para quejarme—dijo desde el alfeizar de la puerta—. Entonces me di cuenta que la puerta estaba abierta y decidí entrar. Pensé que no había escuchado el timbre, pero entonces vi que estaba muerto.

—¿Apagó la música?—preguntó un policía.

—Sí, desenchufé el aparato para poder llamaros—explicó—. Verá, la mayoría ya han salido de vacaciones al pueblo y hay pisos que están vacíos casi todo el año. En todo el edificio sólo hay tres viviendas ocupadas. Está la del portero que es abajo del todo y las nuestras—suspiró sintiéndose mareado—. No vi siquiera cuándo llegó. Sólo sé que llevaba horas escuchando la misma canción.

—No se preocupe—comentó el agente—. Intentaremos averiguar qué ha ocurrido. Quizá mañana le llamemos para declarar, por si recuerda algo más, pero de momento puede ir a descansar a su casa—dijo con una leve sonrisa en aquel rostro anguloso de ojos amables.

—¿Cómo? No voy a poder descansar—dijo—. Ese chico lo conozco desde hace años. Incluso es policía.

Esa última frase hizo que todos los agentes se miraran unos segundos. Cuando giraron el cadáver uno de ellos reconoció al hombre. El agente Fernández hacía algunos años que habían sido compañero del fallecido. No lo recordaba con especial cariño, pero sí que era un tanto gallito. Pensó que cualquier detenido, ya libre por las calles de la ciudad, le había buscado para ajustar cuentas. Sin embargo, una nota cayó de entre las sábanas.

El más joven de todos, el cual sólo llevaba tres días en el cuerpo, tomó la nota con los guantes correspondientes y la leyó en voz alta para todos los presentes.

—Nos veremos en el Sheol—dijo mirando a todos algo extrañados. No comprendía qué podía ser ese lugar. Por unos momentos pensó que podía ser algún local de moda—. ¿Qué es el Sheol?

—Según el Antiguo Testamento, o la Biblia Hebrea, es el lugar de las almas rebeldes olvidadas—murmuró Fernández entretanto se acercaba a su viejo compañero. Allí arrojado sobre el colchón, desnudo y con los ojos vidriosos no parecía tan temible ni tan cretino. Pensó que todos parecen santos cuando mueren aunque el mismo demonio apareciese para llevarse a su nueva víctima—Es la morada común de los muertos en pecado, una tierra de sombras habitada por quienes perecieron sin creer en Jesucristo, y lo que ahora se llama Infierno y Purgatorio—añadió.

—No—dijo el tercero que había mantenido los labios sellados—. En ese lugar no van pecadores. Es una región distinta—miró a Fernández con aquellos profundos ojos azules y sonrió breve—. Sí es el Purgatorio, pero no el Infierno. Aunque ambas regiones se comunican y tienen un mismo líder. 

—Van los descreídos—susurró el más joven aún con la nota entre sus dedos.

—Si me permitís necesito tomar el aire—dijo aquel extraño policía dejando la libreta con las palabras de aquel pobre diablo en manos del muchachito. Después salió al pasillo quitándose la gorra para bajar por las escaleras.

—¿De qué patrulla es ese?—preguntó Fernández a su compañero—. ¿Y por qué llegó solo?

Abajo, mientras todos se preguntaban por la identidad del agente, un hombre joven con otro aspecto muy distinto salía del hall. Vestía de negro con chaqueta y pantalones de cuero. Sus cabellos eran castaños y sus ojos azul glacial. Olía como huelen las brasas de una enorme barbacoa y sonreía como si hubiese logrado el teléfono de una chica preciosa. Pasó muy próximo al portero que estaba allí incrédulo ante las noticias de la muerte de su vecino y por el lado de las cámaras de seguridad. Al llegar a la acera se subió en una moto Harley y se marchó a toda velocidad.

—You still can die tomorrow!—gritó saltándose un semáforo en rojo.

Él era Memnoch y había elegido un alma más para torturarla. El Sheol quedó pequeño y el Infierno tomó conciencia de sí mismo uniéndose abriendo las puertas. Los demonios caminaban entre las almas que sufrían horriblemente el no haber creído en la palabra de Dios, en seguir sus normas o simplemente en ser un maldito desgraciado como el cretino que ahora metían en una bolsa para cadáveres.


Había violado a una chica repetidas veces abusando de su autoridad y Memnoch decidió que sería un nuevo juguete al que torturar durante horas, días, semanas, meses o quizás años. Aquel ángel caído no solía aburrirse fácilmente de sus víctimas. Dios no era quien impartía esa clase de justicias, era él. Era el encargado de purificar las almas, de recuperarlas, pero también de destruirlas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt