Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 16 de julio de 2016

Dominación

Yo sólo digo que esto no es como me lo había contado Quinn...

Lestat de Lioncourt


Estaba frente al espejo de nuevo mirando todas mis viejas cicatrices, esas que ni el tiempo ni la sangre pudieron borrar, pasaba mis dedos por lo que parecían pequeños arañazos sobre mi escaso busto y los deslizaba llevándolos hasta mis caderas marcadas. Cerré los ojos aspirando fuertemente el aire cargado de la habitación. Olía a sábanas limpias, perfume francés caro, fragancia masculina de última moda en Italia y a él. Olía a él. Podía respirar su piel aún pegada a la mía, calentándome pese a lo mortecino que podía ser su abrazo, intentando no pensar en la mezcla de sentimientos que siempre sufro cuando lo hace. Quería huir. Deseaba desaparecer de inmediato como si fuese una pompa de jabón estallando o una mota de polvo que se pierde en la inmensidad de la superficie de un mueble viejo, apolillado y a punto de ser tirado a la basura.

Jamás me sentía conforme ni a salvo. Era una sensación horrible la que podía transmitir a otros. Siempre era la incógnita absoluta, la muerte misma disfrazada de vida jugueteando con los dorados rizos de un recién nacido. Era todo eso y más. Porque también era la furia de una tormenta eléctrica, un vendaval en una zona costera, un grito de terror en la noche, el chapoteo de un caimán en un pantano de aguas densas y peligrosas, los tacones de una mujer desesperada y la verdad en los labios de un cadáver a punto de ser incinerado. Veneno, sed y rabia.

—Petronia—escuché su voz con nitidez pese a que fue sólo un susurro y acabó provocando que un escalofrío recorriera toda mi columna vertebral, levantando incluso el vello de mi nuca y logrando que saliera de mi ensimismamiento.

—Maestro—dije aún con mis ojos oscuros fijos en los míos, en ese reflejo extraño que ofrecía al espejo, mientras él se posicionaba tras mi espalda colocando sus sedosas manos oscuras sobre mis estrechos hombros—. ¿Qué quieres de mí?

Su boca cálida se colocó en el lado izquierdo de mi cuello, deslizándose hacia mis clavículas y quedándose en mi hombro. Podía aspirar de nuevo con claridad su aroma mucho más masculino que el mío, un aroma corporal que me enloquecía y dominaba de algún modo.

—Deseo tantas cosas de ti—musitó deslizando sus manos por mis brazos hasta mis codos, agarrándome de una forma algo perversa, entretanto rozaba sus colmillos en mi cuello. Quería que notara que le pertenecía como algo más que una mercancía, como si mi alma la hubiese vendido a ese demonio de piel oscura y voz profunda, logrando que mi corazón latiera como el de un cervatillo asustado porque sabe que el cazador está cerca.

—Maestro...—murmuré quedándome quieto esperando sus siguientes acciones como si esperara que me rompiera en mil pedazos, igual que a un frágil cristal, pero no lo hizo. Sólo se detuvo a mirarme a través del espejo. Mis pezones se habían endurecidos y mi mentón temblaba.

—Tengo un regalo para ti—dijo—. He vuelto a tener cierto contacto con ese joven vampiro y he logrado tener acceso de nuevo a cierto medicamento en proceso de investigación—murmuró soltando mi brazo derecho para meter su mano en su chaqueta blanca de lino italiano. Al sacar la mano vi un inyectable que rápidamente se enterró en mi nalga derecha—. Sólo deja que te haga efecto—musitó tirando jeringa vacía al suelo, cerca de mis pies, para luego colocar la mano sobre mi braga de fina lencería negra. Sólo me ponía esos atuendos absurdos para él porque para mí no significaban nada. Odiaba ser femenino y jugar con mi dualidad, pero él parecía recrearse satisfaciendo su parafilia.

Sus dedos acariciaban los delicados encajes de flores silvestres y sus hermosas hojas, iban hasta las ingles y después a la parte superior de la fina goma, mientras yo sólo miraba atentamente y con perversidad sus dedos. Un jadeo se escapó de mis labios y una pequeña erección apareció debido a los efectos del medicamento. Soltó mi brazo izquierdo y se ayudó de ambas manos para bajar la prenda íntima hasta mis tobillos. Después se arrodilló frente a mí besando mis ingles, mi vientre plano y mis caderas. Yo simplemente temblaba como una hoja.

—Maestro—dije colocando mis manos sobre sus cabellos espesos y negros, tan rizados como los de cualquier hombre de su raza, antes de sentir su lengua lamiendo mi pequeño glande y sus gruesos labios rodeando mi miembro—. Arion... —gemí moviendo suavemente mis caderas. Las suyas no se situaron sobre mis caderas, salvo la zurda. La mano derecha se introdujo en la pequeña overtura que era mi atrofiada vagina. Yo no dudé en mirarnos al espejo sintiéndome por primera vez bendecido por esas acciones que estaban empezando a destruir mi escasa cordura.

En ese momento Manfred entró sin avisar y en vez de marcharse se quedó ahí, mirando como era domado por la boca de mi milenario amante, acabando por apoyarse en el marco de la puerta. Arion se incorporó en ese instante y se autoinyectó con trona jeringa similar a la mía. En menos de diez segundos, el escaso tiempo que me permitió para poder recuperar el aliento y bajar su cremallera, me vi arrojado sobre la cama con las piernas abiertas. Sin embargo, le pareció una postura poco apropiada, poco digna de su extraño esclavo, y acabó por girarme dándome una visión fabulosa al poder tener el espejo frente a nosotros. Estaba en una posición grotesca, absolutamente sumiso, cuando entró entre mis nalgas y comenzó a profanarlas con un ritmo tosco que me enloquecía. Acabé apoyando mi torso sobre el colchón y mis manos, grandes de dedos largos, tiraban de las sábanas hacia mí.

—Manfred, ayúdame—dijo con voz dominante logrando que nuestro compañero, nuestra horrenda creación, se moviera bailoteando hasta nosotros—. Túmbate debajo y haz lo que quieras con sus pezones. Tómate esto como una dulce venganza—musitó—. Y tú, pobre de ti si te vengas de él—añadió agarrándome de mi trenza para tirar de mi cabeza hacia atrás. Mi nuez, casi invisible, se marcó mientras mis ojos se entrecerraban.

Rápidamente Manfred se tumbó bajo mi cuerpo, levantándome del colchón y logrando hundir su rostro entre mis pequeños pechos. Sus pezones fueron todo suyos. Los lamió, succionó, mordió y bebió sangre de ellos mientras Arion me dominaba. Yo sólo podía gemir desquiciado clamando a los dioses que ya habían muerto sepultados por el orgullo y la necedad del hombre, por otras prácticas más irriosrias que creer en los espíritus de los bosques o los mares, entretanto escuchaba a mi maestro gruñir como si fuese el propio Minotario encerrado en los pasadizos de un terrible laberinto. Y era eso, un laberinto. Un maldito laberinto de sensaciones.

Al cabo de unos minutos acabé eyaculando manchando mis sábanas de blanco algodón, Arion no se quedó atrás y Manfred se alejó para echar a correr lejos por si me recuperaba de aquella terrible sugestión. Él, mi maestro y amo, me giró para verme a los ojos como si fuese un Titán y yo un miserable bajo su poder.

—Tú eres mi mujer, mi hombre, mi artista, mi gladiador, mi empresaria y la locura misma. Sin embargo, has olvidado que yo soy quien te domina, quien tiene aquí el bastón de mando, y espero que con esto quede claro que no puedes hacer todo lo que tú desees. Sigues siendo mi esclava en La Sangre—dijo antes de bajarse de la cama y retirarse a descansar leyendo sus dichosos libros sobre ajedrez.


Yo quedé allí recostado mirando de reojo mi reflejo y sintiéndome completo, pero terriblemente hundido por su trato grotesco. Aún así ansiaba otra vez, quería volver a llamar su atención de ese modo, porque al fin había tomado otra vez el territorio que tanto le pertenecía.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt