Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 17 de julio de 2016

Nunca podré negar que te amé.

Julien y Richard... una pareja extraña, pero lo que importa es que se amaban. 

Lestat de Lioncourt


El edificio era de pocas plantas. Allí vivían familias que deseaban prosperar. La mayoría de las personas que se amontonaban en aquellos apartamentos eran inmigrantes y personas jóvenes, la mayoría músicos, que intentaban aspirar a algo más que vivir en los suburbios. La zona era algo ruidosa por el tránsito y los numerosos locales que había por toda la manzana, pero había orden y limpieza por eso lo compré. Era pequeño aunque coqueto y funcional.

Mi familia desconocía que yo había adquirido esa propiedad, aunque siempre anotaba lo que compraba para que pudieran contabilizarlo mejor para la supuesta herencia. Ese pequeño lugar, ese hueco en mitad de la ciudad, era para alguien que amaba profundamente. Pero todavía no era capaz de aceptarlo. Estoy seguro que no creía que pudiese suceder.

Hacía unos meses que había empezado a conocer a un muchacho. El chico era tremendamente atractivo. Sus piernas no tenían nada que envidiar a las de una mujer. Tampoco su cintura, sus dulces y carnosos labios o esos ojos de largas pestañas negras. Admito que jamás pensé enamorarme. Ni siquiera creí que el amor pudiera afectarme. Pensé que el dinero lo era todo en este mundo, pero él en pocos días me demostró que estaba equivocado. Aunque siempre tuve cientos de amantes nadie, absolutamente nadie, había logrado esa conexión conmigo.

Así que estaba en la acera contraria al edificio observando, sin perder detalle de los transeúntes y las hermosas flores de la floristería que estaba en la planta baja del edificio. Decidí cruzar y comprar el ramo de rosas más impresionante que había. La mujer se sorprendió que arrasara con más de una docena de sus maravillosas flores. Después subí a la planta número cuatro y llamé a su puerta de forma insistente.

—Julien...—dijo tras quitar el seguro—. Creí que hoy tenías almuerzo familiar y no ibas a venir.

—Si creías que no iba a venir, ¿por qué hay carmín en tus labios?—pregunté empujando la puerta para forzarle a dejarme pasar.

Entonces pude ver que estaba con aquel coqueto vestido bustier blanco salpicado de vistosas y coloridas flores. La prenda tenía un cinturón rojo que marcaba su perfecta cintura a juego con sus zapatos de tacón de aguja, el carmín de sus labios y el esmalte de sus uñas. Era una prenda descarada e inapropiada para estar sólo esperando en casa. La falda llegaba por la mitad de sus redondos y níveos muslos provocando que pudiese mirar sus perfectas rodillas. El pelo lo llevaba recogido dejando el flequillo suelto con unos hermosos bucles. Era tan femenino que me excitaba cosa que en una mujer no lograría siquiera que la mirara.

Entregué el ramo de flores haciendo que sonriera con la dulzura de una virginal jovencita. Sus ojos, profundos y arrebatadoramente hermosos, brillaron de ilusión. Sin embargo pude notar como se ponía nervioso al cerrar la puerta. Él sabía que no había comprado ese apartamento para él sólo para tomar café y charlar. Comprendía que venía sediento tras dos días sin poder encontrarme con su cuerpo entre las revueltas sábanas de su cama.

La entrada daba directamente al salón así que él sólo tuvo que retroceder, correr hacia uno de los jarrones vacíos y poner las flores. No necesitaba ponerlas en agua pues pronto aparecería con otro ramo. Por mi parte me quedé apoyado en la puerta contemplando la luminosidad de la sala, el elegante y robusto sofá color crema que había adquirido hacía unos días, las mesillas auxiliares cargadas de fotografías, la alfombra que se encontraba en el centro dándole un colorido inusual al salón y a él. Me quedé mirándolo a él. Estaba allí de pie en el centro de la habitación esperando que dijera algo.

—Acabo de comprarlo y no pude evitar probármelo nada más llegar a casa...—dijo colocando sus manos sobre su vientre plano—. Normalmente tú me traes ropa de tu mujer y no me gusta. No me gusta usar esas prendas porque me siento un vulgar ladrón. No soy un ladrón. Yo no me he metido en tu matrimonio. Eres tú quien viene a mí y me llenas de regalos, atenciones y cariño. Querría más atención y que te quedaras aquí a vivir conmigo, pero sé que no puede ser—estaba a punto de romper a llorar pero se contenía para no destruir el maquillaje—. Pensé que no vendrías aunque algo en mí me decía que sí.

—Estás preciosa con ese vestido—dije dando un par de pasos hacia él.

—Me gusta tu traje de lino blanco. Te ves como todo un hombre sureño—respondió—. Además tienes algo bronceada la piel por pasar tanto tiempo en la plantación, de aquí para allá, y eso hace que te veas terriblemente atractivo—dijo colocando sus jóvenes brazos sobre mis hombros.

—Mi mujer me ha dejado—susurré cerca de sus labios—. Dice que soy un golfo, un canalla, un maldito embustero y que no va a soportar estar conmigo. Por mi parte le he arrojado un fajo de billetes y le he dicho que busque la forma de vivir sin mi dinero—respondí metiendo las manos bajo su vestido.

—¿Y eso cómo me afecta?—preguntó nervioso.

—Soy un vividor. Trabajo duro y gasto parte del dinero en fiestas, timbas ilegales y mujeres. Eso lo sabes, pero mi corazón es tuyo desde el primer hola—susurré antes de besarlo.

Mis manos estaban bajo el vuelo de la falda, aferradas a sus redondos glúteos, cuando percibí que llevaba lencería femenina. Amo la lencería. Admito que me excita una bonita y delicada lencería sobre el cuerpo de un jovencito. Él tenía el buen gusto de adquirir la más escandalosa y llamativa. Por eso cuando percibí que llevaba braguitas de encaje lo arrojé contra el sofá y levanté su vestido.

—¿Ya puedo considerarme tu fulana?—dijo con la voz entrecortada—. Porque eso soy... No puedo aspirar a más...

—Richard, no puedo llevarte del brazo por la calle. Sabes que en esta sociedad nadie admite bien a los homosexuales y menos a los travestis—dije mirándole directamente a los ojos—. Se buen chico y muéstrate encantador para mí.

—Para ti soy Sophie. Richard está en otro lugar ahora—me echó una mirada seductora llevando la mano izquierda a la tela que cubría su hombro derecho, tiró suavemente de esta y me mostró la piel tersa de esa zona. Él sabía que me encantaba como se le marcaban las clavículas, la forma de sus delgados brazos y sus bonitos hombros.

Me hundí en el recodo de su cuello besándolo, lamiéndolo y mordiéndolo mientras su respiración se entrecortaba, y sus piernas se abrían mostrándome el pequeño paraíso que allí se hallaba. Sus manos se colocaron sobre mi espalda y se deslizaron haciéndome sentir sus uñas incluso con la ropa puesta. Eran unas de gata salvaje.

Antes de continuar me quité la chaqueta, la corbata, el chaleco y la camisa. La corbata no la arrojé lejos porque decidí usarla para atar sus muñecas. Mis ojos se deslizaban por sus mejillas encendidas, sus labios húmedos y jadeantes, pero también por ese peligroso escote. Se había colocado de tal forma el relleno que parecía tener unos pechos exuberantes. Reí bajo porque detestaba tener relaciones íntimas con mujeres, pero él parecía tan atractivo que incluso tenía dudas sobre mi sexualidad.

Me incorporé tomándolo entre mis brazos. Pues auqnue yo era un hombre delgado él lo era aún más. Quien nos hubiese visto en ese momento, desde alguna de las ventanas abiertas, habría visto a un hombre adulto con una descarada mujercita. Pero la verdad era distinta. La mujercita era un chico de diecinueve años que se dejaba tratar a ratos como una dama de sociedad y en otros como una furcia.

—Julien... no rompas este vestido—dijo al oído antes de sentir como lo tiraba a la cama.

Mis manos levantaron bien la falda y mis labios besaron su miembro encerrado aún bajo el encaje. No dudé en darle pequeñas lamidas y mordiscos a la zona de sus testículos, así como pellizcar con los dedos su glande oculto a mi vista bajo el estampado de un clavel. Él puso sus manos sobre mis hombros y empujó un poco hacia atrás. Yo me aparté quedando de pie mientras echaba hacia un lado la ropa interior con algo de dificultad por las ataduras.

Sus piernas se abrieron dóciles para que yo pudiera saborear su pequeño miembro. Era menor que el mío y lo había rasurado con una cuchilla, algo peligroso pero extremadamente higiénico y cómodo. Mis labios rodeaba su glande, mi lengua se deslizaba por todo mi sexo y mis manos acariciaban sus muslos. Los suspiros y gemidos se elevaban sobre aquella inmensa cama.

El dormitorio sólo tenía una cama, una mesilla de noche y un armario donde guardaba su ropa femenina y la masculina. No había nada más. Era un lugar muy simple. Pero las vistas eran maravillosas. Tras mi espalda se podía ver con claridad la calle y la luz del sol incidía ahora sobre nosotros. Por primera vez lo hacíamos de día, sin tener miedo a ser señalados por otros, y di gracias a mi magnífica idea de comprar un apartamento para él.

—Oh, mira esto—susurré cuando me aparté acariciando sus testículos—. Eres deliciosa, Sophie.

Él se incorporó apoyando los codos en el colchón entretanto alzaba su pierna derecha, para rozar con la punta de su zapato de tacón mi entrepierna, dándome una imagen seductora muy deseable. Sin mucho cuidado lo atrapé entre mis manos y lo arrojé al suelo bajando mi cremallera, bajando rápidamente mi pantalón tras quitarme la correa, ofreciéndole de ese modo mi pene. Su boca era un pozo de lujuria que me ofrecía un placer sobrehumano. Tenía unos labios carnosos y una lengua bien entrenada. Jugaba a tirar de mi frenillo, acariciaba con rabia la sensible piel de mi sexo, y apretaba con furia mis testículos.

Todo aquello sólo fue un preámbulo para lo que ocurrió luego. Embotado de placer lo coloqué en la cama de espaldas a mí, abrí bien sus piernas, lamí su estrecha entrada y pocos segundos después lo penetré lentamente. Él gimió de dolor aferrándose al borde opuesto de la cama, dejando que las sábanas se salieran de su lugar, mientras yo sólo cerraba los ojos disfrutando de la presión que envolvía mi sexo. Sus caderas se movían suavemente entretanto sus glúteos empezaron a sentir cierto dolor. Había conservado el cinturón a mano sobre el colchón para poder doblarlo y usarlo como fusta.

—Julien, Julien... amo Julien—llegó a decir como si fuese un viejo salmo.

Él no duró demasiado. Mi femenino muchacho acabó eyaculando manchando sus propias sábanas y salpicando un poco mis zapatos. Yo no paré. No cedí ni un segundo. Pues quería llegar a la cima dentro de aquellos glúteos duros y perversos que tan bien me acogían. Tras más un rato, penetrándolo con furia, pude notar que llegaba a otro orgasmo aún mayor apretando todavía más los músculos internos de su trasero. En ese instante llegué al paraíso mientras podía escuchar un gemido hondo y perverso surgir de su delicado cuerpo. Después, como si fuese algo aprendido hace tiempo, él se bajó de la cama apartándose de mí para lamer mi sexo y las gotas de semen sobre mis mocasines.

El rimel se había corrido, el colorete estaba mal puesto y los restos de su labial estaban por parte de las sábanas. Sin embargo me parecía igual de hermoso que cuando lo vi nada más entrar, igual de atractivo que la noche en la que nos conocimos y os puedo asegurar que me di cuenta lo perdido que estaba. Mi corazón le pertenecía por completo.


Es difícil hablar de amor sin que se rían de ti, sobre todo cuando lo dice un cobarde que no fue capaz de arrojarse al fuego de la pasión. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en su sonrisa con y sin lápiz de labios. Quizás es una ilusión. Tal vez me estoy haciendo viejo y me aferro a unos muslos jóvenes y dispuestos. No lo sé. No obstante nadie me quitará esta sonrisa que parece mágica.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt