Raymond Gallant era un sabio que decidió hacerse amigo de Marius. Aquí nos cuenta como descubrió la verdad de Talamasca.
Lestat de Lioncourt
Pasé la mayor parte de mi vida
viajando por y para el conocimiento. Dejé atrás la vida fácil y
acomodada que mis padres habían procurado ofrecerme, olvidé a la
única mujer que amé y me adentré en la aventura de ser un pequeño
canto rondando por las profundidades del misterio. Aún era tiempos
de asaltantes terribles en los caminos, de golfos que eran capaces de
arrancarte la vida por cuatro monedas a la salida de una taberna, de
fango y monturas incómodas sobre caballos tan famélicos como los
niños de las ciudades menos prósperas, de curanderos y dioses con
miles de nombres.
Se decía que todos los caminos
conducían a Roma, pero yo creía que más bien daban con misterios
increíbles. Desde la Orden de Talamasca, fundada hacía menos de dos
siglos, me habían exigido que buscara a un inmortal, un ser que
vivía a base la muerte de otros. Debía encontrarlo para que supiera
de nuestra existencia revelándole parte de nuestros quehaceres para
que se abriera a nosotros, nos contara sus vicisitudes y méritos. Mi
meta era darle apoyo moral y explicarle que había un grupo de sabios
que le admirábamos.
Cuando mi hora llegó conocí la verdad
sobre nuestra fundación y metas. La sorpresa fue mayúscula. Pues
comprendí entonces por qué se me pidió vigilara de cerca a Marius,
le diese apoyo, respeto y cariño. Un cariño que di sin medidas
porque era algo más que un vampiro, él era un hombre temperamental
lleno de virtudes hacia el arte, la filosofía y otras disciplinas
que aún hoy me parecen merecedoras de elogio.
Morí unas décadas después en mi
cama, un camastro en Roma, rodeado de viejos compañeros y jóvenes
pupilos. Había logrado amar a otra mujer dentro de la orden, la cual
lloraba a los pies de mi cama. Los espíritus me rodearon, me
atrajeron hacia ellos y me explicaron desde otro plano que había
otra Talamasca formada por espíritus. Una orden donde cualquier
misterio era resuelto en pocas horas y enviado a nuestros otros
compañeros humanos, los cuales accedían a los datos por medios de
misivas de supuestos informadores en ciudades casi perdidas,
olvidadas y poco comprometedoras.
Si bien, lo más impactante fue el
hecho de saber que el creador de Marius, aquel que supuestamente
había sido destruido por los celtas que lo mantuvieron algunos
siglos cautivo, vivía y era uno de los fundadores de nuestra
agrupación de sabios. Quedé impactado y maravillado ante semejante
gigante de ojos bondadosos, piel tostada y largos cabellos blancos.
Él, junto a su gran creación y amor convertida en un fantasma de
rostro hermoso, me informó de todo lo que habían hecho durante
siglos ocultos a los ojos humanos, ayudados con las riquezas que
habían acumulado a lo largo del tiempo y rogó a Gremt, un espíritu
que no pertenecía a este plano y que vivió en Egipto junto a las
Gemelas Pelirrojas, que me enseñara a crear un cuerpo de luz que se
asemejara al material que una vez tuve.
Aquello fue fascinante. La elocuencia
de mis compañeros y la belleza de la vida tras otro plano me cautivó
tanto que jamás dejé las filas de Talamasca. Hoy en día soy uno de
los miembros más antiguos. No existe Dios, como tampoco el Diablo,
pero de existir pediría ser partícipe de nuestras misteriosas
reuniones.
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