Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 12 de agosto de 2016

Relato corto: Satisface

Estaba allí sentado, a la orilla de los pies la cama, como si fuese una muñeca de coleccionista. Sus voluptuosos labios estaban perfectamente pintados de carmín, sus ojos se encontraban vidriosos aunque enmarcados en unas largas pestañas postizas y sus párpados tenían un ligero toque para darle cierta profundidad a sus ojos. Los pómulos también estaban algo arrobados y no sólo por el ligero pudor que sentía ante la situación que se avecinaba, sino por un ligero toque de color. Tenía colocada una bata de seda negra corta, a medio muslo, aunque estaba abierta mostrando el descarado y erótico conjunto de lencería. Sus cálidos muslos y torneadas piernas estaban enfundadas en unas medias de rejilla y el short de la lencería tenía unos elaborados rosetones, el sujetador transparentaban sus pequeños pechos de diminutos pezones cafés. Llevaba peluca, castaña y larga, que le daba un aspecto dulce a un rostro tan fino.

Dejé el maletín en el suelo mientras desataba mi corbata para poder ver de cerca aquella obra de arte. Olvidé por completo el sonido de los teléfonos sonando, las órdenes de mis superiores y la torpeza de los trabajadores que dependían de mí en la oficina. Olvidé todo al inclinarme sobre su cuello y aspirar su aroma dulzón, erótico y pegajoso.

—¿Te gusta, papi?—preguntó en un tono de voz pícaro pese a lo sumiso.

Mi mano derecha se coló de inmediato entre sus muslos, acariciando sus cálidas ingles, para rozar con la punta de los dedos su sexo oculto. Él bajó la mirada mientras abría las piernas dejando que aquel divino roce prosiguiera, pero aparté la mano y me senté en la cama invitando con un gesto a que se subiese sobre mis muslos. No lo dudó. En menos de dos segundos estaba sobre mí apoyando sus manos, de uñas largas, sobre mis hombros.

Su pelvis se movía insinuante como si realizara la danza del vientre, o si fuera una peligrosa serpiente que desea hipnotizar a su presa, entretanto me quitaba la chaqueta y sacaba cada uno de los botones de mi camisa de su respectivo ojal. Por mi parte coloqué mis manos sobre sus senos, rozando con mis pulgares sus pezones, para después colocarlas bajo sus hombros y deslizar la bata quitándosela y arrojándola al suelo.

—¿Te gusta, papi?—repitió apoyando la frente sobre la mía.

Mis dedos fueron rápidos a la hora de desabrochar el cierre de su sujetador, el cual cayó junto a su bata, mientras mis prendas quedaban desperdigadas por la cama. Sin cuidado alguno pegué mi boca a su pecho derecho y mordí su pezón sacándole un gemido. Entonces noté su erección bajo la ropa íntima. Una erección que iba tomando forma al mismo ritmo que la mía.

—Me gustaría más que tuvieras tu boca ocupada—respondí al fin hundiendo el dedo índice y corazón de mi mano derecha entre sus labios, acariciando su lengua, lo cual hizo que comenzara a succionar completamente motivado.

Sus uñas se enterraron en mis hombros y bajaron hacia mi torso, clavándose en mis costados y enterrándose por completo en mis caderas muy cerca del borde del pantalón y el cinturón de cuero que llevaba, el mismo que quería sacar para azotar sus glúteos.

Él se deslizó hasta el suelo, saqué mis dedos de su boca y dejé que bajara la cremallera, sacara mi sexo algo erecto y comenzara a ofrecerle besos cortos en el glande. Me miraba de forma cándida pero podía ver un brillo de perversidad en esos ojos oscuros, seductores y llamativos. Sus ojos eran el café que despertaban cada una de mis neuronas. Mis manos se colocaron sobre su nuca ayudándole a succionar cada pedazo de mi miembro. Su boca lo había cubierto, sus labios llenos de carmín manchaban mi bragueta y su lengua endurecía aún más aquel músculo que poco a poco entraba en acción.

En cierto momento me saqué la correa con la mano derecha, mientras la zurda seguía en su nuca con los dedos enredados en su peluca. La misma correa que terminé tensando con ambas manos mientras miraba como me observaba encantado. Tomé sus hombros apartándolo para dejarlo de pie frente a mí. Pude ver su erección desbordando sus interiores mientras sus labios temblaban. Con un gesto dominante le pedí que se recostara sobre mis piernas, tensé una vez más la correa y dejé que se tumbara para hacerla tronar sobre su trasero.

Fueron cuatro los azotes que tuvo que soportar antes que rompiera su ropa interior para dejar libre su miembro. Su entrada quedó también expuesta, la cual pronto fue palpada por mis dedos, humedecidos previamente por su boca, que no tardaron en penetrarla. Él gemía y temblaba, rogaba y deseaba, pero yo simplemente lo dominaba dándole la oportunidad de sentir placer tras el dolor. De buenas a primeras lo arrojé al colchón, justo en el borde donde me había esperado, caminé hacia la mesilla de noche y tomé el lubricante.

—Ahora verás, putita—dije con rabia pentetrándolo echando a un lado el pelo de su larga peluca, para inclinarme y morder con fuerza su nuca. Después me incorporé y lo penetré con violencia en cada embestida.

Mis testículos sonaban golpeando sus glúteos, redondos, pequeños y firmes, permitiendo que mi excitación creciera tanto como mis gruñidos. Resoplaba, gemía y gruñía como un perro que rasca bajo una puerta, que busca encontrar una presa, mientras que él chillaba mi nombre entre escandalosos gemidos. Su erección se rozaba contra el colchón al igual que sus pezones, sus manos se aferraban con fuerza a las sábanas y las mías golpeaban su trasero. Finalmente colé mi mano izquierda bajo su torso agarrando uno de sus pechos para pellizcar con rabia su pezón, la otra quedó acariciando su muslo mientras lo levantaba para que quedara encima del colchón. Y de ese modo, con esa deliciosa postura, llegamos al orgasmo. Lo hice yo primero, pues la presión de su entrada tan estrecha y de sus músculos contrayéndose, provocó que lo hiciera. Él no tardó más de unas pocas embestidas extras que le ofrecí, las mismas que le regalé para sosegar mi furia.


Aquel día mi pequeña putita se convirtió en mi objeto de mayor deseo.


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Dedicado a alguien muy especial. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt