Es que hay que estar muy ciego para no ver que Marius aún lo ama, aunque claro luego está el ego de este maldito idiota. Hasta yo soy más coherente cuando me declaro a Louis.
Lestat de Lioncourt
Sovra un sereno cielo...
Si disegna il profil,
dolcissimo,
dell'angiol che mi amò...
Dell'angiol che mi amò!
—Recuerdo que pintabas a diario para
calmar a tus demonios.
Su voz destacó por encima del segundo
acto de Edgar. “Orgia, chimera dall'occhio vitreo” en la voz de
Plácido Domingo envolvía aquella habitación donde me había
encerrado, como un felino de circo, a recorrerla con mi paleta de
colores y mi pincel, el cabello revuelto y manchado por la pintura,
el torso desnudo y el trozo de una cortina envolviendo mis piernas
tapando a duras penas mi virilidad. Me había despojado de la
incómoda ropa bárbara con la que había llegado a la reunión.
Fuera, en las calles de este hermoso
París, podía ser verano y las estrellas se alzarían hermosas como
en “La noche estrellada” de Van Gogh, pero dentro podía recordar
mis apasionadas noches en Venecia, el ritmo estruendoso de su
carnaval y la ópera seduciendo a mi alma. Pero él tuvo que romper
la magia, aunque sin pretenderlo, sólo porque la curiosidad le hacía
buscarme. Hacía tanto que no hablábamos con o sin calma, pues
habíamos estado desconectados el uno del otro por más de mil años.
—Mis demonios aún siguen libres
caminando por la tierra, arrastrándome hasta la locura y permitiendo
que se reabran las heridas que creí cicatrizadas—respondí.
—Es quizás eso lo que te mantiene en
pie—afirmó mientras se acercaba al enorme lienzo que había
adquirido Lestat para mí.
Aquel estúpido pupilo mío, ese
intrépido haragán, podía ser de lo más detallista y amable. Él
sabía que las reuniones podían ser terribles para mí a nivel
emocional, por eso tenía preparados ciertos enseres para que yo me
desquitara. Sobre todo después de ver las carantoñas de Pandora
hacia Arjun o los ojos fríos, casi sin vida, de mi hermoso ángel
del infierno, el mismo que me seducía y me torturaba a la vez con su
sola presencia. Aún sentía un rechazo inaudito hacia su alma, un
alma espesa y maltratada.
—Tal vez...—respondí.
La pieza terminaba y empezaba otra.
Benjamín siempre tenía para mí pequeñas sorpresas. Me había
obsequiado un reproductor de música con unos altavoces minúsculos
bastante potentes. Había introducido en el artefacto las voces y
canciones más seductoras que conocía, amaba o admiraba de algún
modo. Él sabía mis gustos mejor que yo mismo.
—Hoy he conocido mejor a tu
querubín—me dijo.
—No lo llames así.
—No puedo evitarlo—se encogió de
hombros y comenzó a observar con detalle el cuadro—. Cuando leí
tus memorias sonreí al recordar el cariño que ambos nos
profesábamos.
—Un cariño limpio, Avicus—dije con
una sonrisa llena de amor. Seguía amando a ese hombre de hombros
anchos, manos enormes, ojos de niño y voz profunda.
—Sí, sentí aún tu amor en ese
fragmento de tu vida; como también sentí cierta ceguera y rabia
hacia Mael motivado quizá por su...
No lo dejé acabar. No iba a
permitirlo. Me dolía siquiera pensar que no estuviese vivo. Yo tenía
mis teorías y sospechas. Ese cretino seguía vivo y danzando por ahí
esperando toparse conmigo para seguir discutiendo.
—Me niego a creer que esté muerto.
—Por ende es una revancha—soltó
una carcajada—. Una revancha hacia ti. Te hace creer que tu
oponente esté muerto y se convierte ese bulo en un caballo de
Troya—negó suave con la cabeza—. Por eso te vengaste de él en
tus memorias. Quieres que se agite y salga para rebatir todo lo que
dices sobre su físico, creencias, modales...
—Algo así—dije con una leve
sonrisa.
—Igual que con Armand—dijo.
—¿Por qué dices eso?—pregunté.
—Es curioso que sólo decidieras
vengarte de Santino cuando supiste que lo amaba con esa intensidad,
ese arrebatador deseo, pues hasta entonces habíais convivido. Él te
salvó la vida y quedasteis en paz.
Era asombroso que me conociese tan bien
después de tanto tiempo sin hablar. Sentí que había hurgado en mi
alma tirando de cada hebra del tejido con el cual estaba
confeccionada.
—No—chisté.
—No voy a forzarte a confesar algo
así—me guiñó un ojo y se puso tras mi espalda dándome pequeñas
palmaditas.
—Bien que haces—respondí antes de
intentar seguir con mi pintura.
Había creado un hermoso prado donde
cinco ángeles parecían jugar coquetos con un pobre mortal. Parecían
querubines debido a su físico, con esos cabellos cobrizos tan
ondulados enmarcando rostros dulces muy aniñados, y estaban
completamente desnudos. Tenían las manos tomadas jugando al corro
con el muchacho dentro de él riendo a carcajadas. El joven era
rubio, algo robusto, y parecía mayor que ellos por su físico.
—Y mira esta obra, mírala—dijo en
un susurro cerca de mi oreja derecha.
—¿Qué quieres que mire?—pregunté.
—Hermosos querubines de cabello
cobrizo, ojos castaños y almendrados, piel lechosa de aspecto
sedoso...
—Avicus...—balbuceé algo
preocupado por mí mismo, por mis emociones, por todo lo que no era
capaz de aceptar y a la vez demostraba.
—¿Sí?—preguntó.
—Déjame a solas—dije.
No hay comentarios:
Publicar un comentario