Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 10 de agosto de 2016

Necesidades.

Aquí tenemos a David intentando saber por sus propios medios ciertos asuntos... ¡Ja! Todo se reduce a lo de siempre.

Lestat de Lioncourt 



—No creo que fuese justo lo que hicisteis.

Al fin tuve agallas. Me personé en aquel apartamento modesto de Amsterdam para pedir explicaciones. Había conocido su paradero porque Lestat lo había incluido en la base de datos. Estaba muy cerca de una de las Casas Madre de Talamasca. Nada más notar que abría la puerta lancé mi pregunta en mitad del pasillo. Estaba inquieto. Necesitaba respuestas.

—Ah, ¿y qué es justo en esta vida? ¿Cuál es la justicia? ¿Qué es la injusticia?—dijo abriendo por completo la puerta para que pudiese pasar.

Sus cabellos blancos estaban algo revueltos sobre su frente, poseía una musculatura excepcional que incluso destacaba bajo la elegante camisa blanca recién almidonada, y la acompañaba unos tejanos desgastados de un azul claro. Sus pies se encontraban desnudos sobre el cálido suelo de madera que se extendía por toda la casa. Estaba solo. Leyendo tal vez algunas noticias en el ordenador porque se podía ver al fondo en una coqueta mesa de salón, con un revistero a los lados. Tras él había un elegante piso si muros, muy acogedor, lleno de libros y recuerdos de viajes por todo el mundo. Sin duda era un hombre instruido, que amaba el conocimiento y la verdad. Pero él había ocultado la verdad a su linaje, comenzando por Marius, y eso no podía olvidarlo.

—Ambos sabemos que fue cruel para aquellos que murieron sin saber para quienes trabajaban, el motivo y las razones que los llevaron a establecer la orden—dije entrando con su beneplácito.

Él me había pedido que entrara con un gesto simple. Deseaba que nos refugiáramos lejos de las miradas y los oídos humanos. Dentro pude percibir, con más detalle que desde la puerta, su amor por los libros. Había cientos manuscritos, de cantos muy deteriorados en una esquina. Muchos de los títulos no me sonaban, pero después me fijé que eran cuadernos de viaje. Estaba ante un explorador insaciable, un ser más terrenal de lo que podía siquiera imaginar, y cuando tomé asiento en el cómodo sofá me di cuenta que tenía una de las tantas redes sociales abiertas. Una de esas plagadas de vídeos virales y gatos haciendo acrobacia. En la barra del buscador se podía leer el nombre de un canal de noticias que había lanzado Benjamín hacía tan sólo unos días.

—Muchos de ellos lo conocieron tras morir y decidieron quedarse con nosotros, ¿cuál es el problema, David?—dijo tomando asiento a mi lado.

—¿Por qué no lo supe antes?—pregunté apretando los dedos.

—Ah, ese es el problema... Un problema del “yo”—comentó mirándome de reojo mientras se reía de mí, en mis propias narices, quizá porque había sonado bastante egocéntrico por mi parte.

—Responde.

Estaba tenso y a la defensiva. Había hecho un largo viaje desde el corazón del Amazonas. Ya no podía más con el peso de mi conciencia y las necesidades que surgían a cada paso que daba.

—Responderé, David—moviendo suavemente la mano derecha, abierta y con los dedos extendidos, como gesto para que me sosegara—. No porque te lo merezcas como crees, sino porque necesitas esta lección—dijo señalándome con la misma. Tenía dedos largos y de uñas cuidadas, aunque se sabía que no habían sido gentiles a la hora de matar cuando era sólo un humano y después, claro está, como vampiro. Era un viejo guerrero y un erudito.

—No necesito lecciones, Tesjamen—respondí.

—Todos necesitamos lecciones, David—argumentó.

—Adelante.

—Te habías convertido en vampiro y sentimos que podría ser peligroso decirte la verdad, pues tenías aún amigos en Talamasca y sabía que terminarías confesando.

Aquello me impactó. Realmente me dejó meditando unos segundos, pero tuve que rebatirlo.

—No soy así—dije con la boca pequeña.

—No tienes secretos para tus amigos, David—respondió con una sonrisa.

—Pero...—intenté balbucear una respuesta, pero no me fue posible. Él continuó.

—También estaba el asunto de Amel. No queríamos que toda la comunidad vampírica estuviera alertada. Desde el concierto de Lestat y lo ocurrido con Akasha empezamos a movilizarnos con más ahínco.

—¿Por qué no ayudásteis a Aaron?—cuestioné entonces.

—Ah... todo se reducía a ello, ¿verdad?—dijo.

—Sí, creo que sí—me sinceré.

—Por los motivos anteriores—aclaró.

—¿Habéis podido contactar con él?

Me di cuenta que todo se resumía a querer saber ciertos motivos, los cuales aceptaría sin pega alguna, pero también el paradero del fantasma de mi viejo amigo y confidente. Para mí había sido muy duro perder a Aaron y después a Merrick. Fue como si me arrancaran el corazón y lo pisotearan. Me quedé sin los dos en tan breve lapso de tiempo que creí volverme loco, pero la presencia y el apoyo de Jesse me serenó en parte. Aunque sólo fue brevemente y algunas noches, pues siempre recurría al recuerdo de ambos haciéndome sentir miserable y culpable.

—Decidió ser el ángel de la guarda de Beatrice—dijo encogiéndose de hombros—. Cuando ella muera posiblemente regrese al redil, como la mayoría de nuestros miembros más destacados.

—Quiero hablar con él... —afirmé sin rodeos.

—Ve a Nueva Orleans, a la casa donde fue feliz por última vez, y lo hallarás junto a la mujer que cuida sus rosales como si fueran sus hijos.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt