Aquí tenemos a David intentando saber por sus propios medios ciertos asuntos... ¡Ja! Todo se reduce a lo de siempre.
Lestat de Lioncourt
—No creo que fuese justo lo que
hicisteis.
Al fin tuve agallas. Me personé en
aquel apartamento modesto de Amsterdam para pedir explicaciones.
Había conocido su paradero porque Lestat lo había incluido en la
base de datos. Estaba muy cerca de una de las Casas Madre de
Talamasca. Nada más notar que abría la puerta lancé mi pregunta en
mitad del pasillo. Estaba inquieto. Necesitaba respuestas.
—Ah, ¿y qué es justo en esta vida?
¿Cuál es la justicia? ¿Qué es la injusticia?—dijo abriendo por
completo la puerta para que pudiese pasar.
Sus cabellos blancos estaban algo
revueltos sobre su frente, poseía una musculatura excepcional que
incluso destacaba bajo la elegante camisa blanca recién almidonada,
y la acompañaba unos tejanos desgastados de un azul claro. Sus pies
se encontraban desnudos sobre el cálido suelo de madera que se
extendía por toda la casa. Estaba solo. Leyendo tal vez algunas
noticias en el ordenador porque se podía ver al fondo en una coqueta
mesa de salón, con un revistero a los lados. Tras él había un
elegante piso si muros, muy acogedor, lleno de libros y recuerdos de
viajes por todo el mundo. Sin duda era un hombre instruido, que amaba
el conocimiento y la verdad. Pero él había ocultado la verdad a su
linaje, comenzando por Marius, y eso no podía olvidarlo.
—Ambos sabemos que fue cruel para
aquellos que murieron sin saber para quienes trabajaban, el motivo y
las razones que los llevaron a establecer la orden—dije entrando
con su beneplácito.
Él me había pedido que entrara con un
gesto simple. Deseaba que nos refugiáramos lejos de las miradas y
los oídos humanos. Dentro pude percibir, con más detalle que desde
la puerta, su amor por los libros. Había cientos manuscritos, de
cantos muy deteriorados en una esquina. Muchos de los títulos no me
sonaban, pero después me fijé que eran cuadernos de viaje. Estaba
ante un explorador insaciable, un ser más terrenal de lo que podía
siquiera imaginar, y cuando tomé asiento en el cómodo sofá me di
cuenta que tenía una de las tantas redes sociales abiertas. Una de
esas plagadas de vídeos virales y gatos haciendo acrobacia. En la
barra del buscador se podía leer el nombre de un canal de noticias
que había lanzado Benjamín hacía tan sólo unos días.
—Muchos de ellos lo conocieron tras
morir y decidieron quedarse con nosotros, ¿cuál es el problema,
David?—dijo tomando asiento a mi lado.
—¿Por qué no lo supe
antes?—pregunté apretando los dedos.
—Ah, ese es el problema... Un
problema del “yo”—comentó mirándome de reojo mientras se reía
de mí, en mis propias narices, quizá porque había sonado bastante
egocéntrico por mi parte.
—Responde.
Estaba tenso y a la defensiva. Había
hecho un largo viaje desde el corazón del Amazonas. Ya no podía más
con el peso de mi conciencia y las necesidades que surgían a cada
paso que daba.
—Responderé, David—moviendo
suavemente la mano derecha, abierta y con los dedos extendidos, como
gesto para que me sosegara—. No porque te lo merezcas como crees,
sino porque necesitas esta lección—dijo señalándome con la
misma. Tenía dedos largos y de uñas cuidadas, aunque se sabía que
no habían sido gentiles a la hora de matar cuando era sólo un
humano y después, claro está, como vampiro. Era un viejo guerrero y
un erudito.
—No necesito lecciones,
Tesjamen—respondí.
—Todos necesitamos lecciones,
David—argumentó.
—Adelante.
—Te habías convertido en vampiro y
sentimos que podría ser peligroso decirte la verdad, pues tenías
aún amigos en Talamasca y sabía que terminarías confesando.
Aquello me impactó. Realmente me dejó
meditando unos segundos, pero tuve que rebatirlo.
—No soy así—dije con la boca
pequeña.
—No tienes secretos para tus amigos,
David—respondió con una sonrisa.
—Pero...—intenté balbucear una
respuesta, pero no me fue posible. Él continuó.
—También estaba el asunto de Amel.
No queríamos que toda la comunidad vampírica estuviera alertada.
Desde el concierto de Lestat y lo ocurrido con Akasha empezamos a
movilizarnos con más ahínco.
—¿Por qué no ayudásteis a
Aaron?—cuestioné entonces.
—Ah... todo se reducía a ello,
¿verdad?—dijo.
—Sí, creo que sí—me sinceré.
—Por los motivos anteriores—aclaró.
—¿Habéis podido contactar con él?
Me di cuenta que todo se resumía a
querer saber ciertos motivos, los cuales aceptaría sin pega alguna,
pero también el paradero del fantasma de mi viejo amigo y
confidente. Para mí había sido muy duro perder a Aaron y después a
Merrick. Fue como si me arrancaran el corazón y lo pisotearan. Me
quedé sin los dos en tan breve lapso de tiempo que creí volverme
loco, pero la presencia y el apoyo de Jesse me serenó en parte.
Aunque sólo fue brevemente y algunas noches, pues siempre recurría
al recuerdo de ambos haciéndome sentir miserable y culpable.
—Decidió ser el ángel de la guarda
de Beatrice—dijo encogiéndose de hombros—. Cuando ella muera
posiblemente regrese al redil, como la mayoría de nuestros miembros
más destacados.
—Quiero hablar con él... —afirmé
sin rodeos.
—Ve a Nueva Orleans, a la casa donde
fue feliz por última vez, y lo hallarás junto a la mujer que cuida
sus rosales como si fueran sus hijos.
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