Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 9 de agosto de 2016

Estúpido...

Aquí leeréis como Marius cae en la estupidez.

Lestat de Lioncourt 


Siempre me pregunté si era cierto que él se sentaba en aquella terraza todos los días, con su periódico y su taza de café de máquina, jamás soluble. Me imaginé un ser menos sociable y abstraído de la realidad imperante que le rodeaba. Pero la realidad, una vez más, me abofeteó en mi ego. Todo lo que creí era falso. Él no mentía. Asumí que era imposible que un ser como él tuviese cierto amor a lo cotidiano, a los humanos y los pequeños detalles que logran que la vida merezca la pena.

Everard tenía la nariz un poco picuda, era enjuto, de cabellos sedosos negros que daban a su rostro mayor severidad y una curiosa forma de vestir bastante formal para estos tiempos. Es cierto que dije que estaba sucio y era horrible en mi libro. Lo siento. Mentí para vengarme de algún modo del dolor que sentía en mi ego. No es feo, ni es un sucio. Él realmente posee una belleza idílica aunque algo extraña, pues no es la común.

Creí pasar desapercibido para él hasta que bajó el periódico, se giró hacia mi dirección y frunció el ceño posiblemente molesto por acercarme demasiado a lo que un vampiro puede considerar su territorio. Además, ni siquiera había pedido permiso, por así decirlo, para visitarlo. Como si fuera un perro bien entrenado había logrado seguir mi rastro. No tuve más remedio que acercarme aceptando que había ido a su encuentro.

—Sólo quería visitarte—aseguré.

—¡Ah! Qué extraña visita, ¿verdad?—dijo guardando las formas—. Nunca me suele visitar cretinos a esta hora—comentó con una sonrisa educada y un tono de voz sosegado, pero podía ver su odio envuelto en cada sílaba.

—Sé que me porté como un estúpido y que enterraste el hacha de guerra cuando...

—En las reuniones intento ser educado, cosa que tú desconoces, porque no quiero que nadie me llame la atención—aseguró indicándome que tomara asiento.

—¿Podríamos hablar en privado?—pregunté apoyándome en el respaldo de la silla sin sentarme. Mis manos parecían las patas de un ave sobre una rama muy frágil.

—Mi vivienda no está lejos, pero jamás te llevaría allí. Creo que podemos conversar en el reservado de un coqueto restaurante que conozco bien. Sus reservados están insonorizados para que el comensal no tenga que soportar el ruido de otros, las comandas o un hilo musical que no sea agradable para ellos—dijo incorporándose dejando un par de billetes para pagar el café y dejar una suculenta propina.

De inmediato estábamos caminando el uno junto al otro. No sabíamos bien qué pretendíamos al conversar. Limar asperezas era algo casi imposible, pero aquel vampiro tenía cierto interés en lograr un acuerdo. Quizá porque no quería que otros pensaran que no lo había intentado, tal vez porque necesitara que yo comprendiera que era un imbécil o podía ser mera curiosidad.

No tardamos más de unos cinco minutos en llegar a ese modesto restaurante. Era pequeño, tenía sólo algunas mesas en la terraza, otras tantas dentro y un espectacular horno para pizzas caseras. Había una zona perfecta, casi idílica, para que el comensal viera como se terminaban sus platos o se elaboraran los más sencillos.

En el fondo había un impresionante cuadro que provocó que sonriera ante su provocadora belleza. Era una mujer desnuda imitando a Tellus rodeada de niños que sostenían trigo entre sus manos, racimos de uva o simplemente alzaban cestas llenas de frutos de legumbres, frutas, verduras o cereales. Ella estaba allí sonriendo amorosa mirando a los comensales y trabajadores. Era un fresco hermoso. Bajo esta hermosa pintura había una puerta de acceso a reservados, tal y como informaba una placa, y él simplemente entró sin pedir permiso.

—Tengo aquí un reservado perpetuo—dijo antes de abrir la puerta para sentarse en una pequeña mesa para dos.

—¿Vienes muy seguido?—pregunté.

—No, pero me gusta tener un sitio donde reunirme con mis abogados, con empresas en las que invierto o simplemente venir y sentarme con alguna víctima—me indicó que tomara asiento. Otra vez ese gesto gentil hacia un hombre que le había humillado.

Por mi parte cerré la puerta y me quedé observándolo. Algo en mí rugió e inició una serie de emociones que jamás creí posibles. Me abalancé sobre él tomándolo del rostro para besarlo descaradamente. Él simplemente me empujó para mirarme sorprendido ante mi descaro.

—Lamento informarte que no todos caemos en tu juego—comentó incorporándose.

Iba a pedirle perdón por aquel acto impúdico, pero acabé acorralándolo contra una pequeña esquina. Él me miró furioso durante unos segundos antes de abofetearme. El golpe fue tan fuerte para mi orgullo y hombría como para mi rostro. Aquella pequeña fiera estaba a punto de morderme cuando lo calmé echándolo contra la pared.

—Lo siento—dije.

—Tú nunca sientes nada—respondió—. Vete.


Estuve de pie frente a él asumiendo que había fracasado el conocerlo así como mi estúpido deseo de ir más allá en aquel encuentro. Me encogí de hombros y salí. Roma estaba hermosa esa noche. Una noche llena de fracasos, pero hermosa.

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt