Desearía recorrer tu cuerpo como un
bohemio vagamundo que borracho recorre las calles, de lado a lado,
deteniéndose en cada esquina y observando, de vez en cuando, la
furtiva belleza de la noche para poder contaminarme de tu aroma, de
la sedosa sensualidad de tu bajo vientre y la calidez de tu torso
desnudo. Quiero recorrer cada poro de tu piel, como si fuese una
hormiga buscando labriego en tus océanos lechosos, pues allí
encontraré el hidromiel humedeciendo tus sexuales encantos. Lameré
como una abeja el polen para hacer mi propio alimento, uno tan
pegajoso que terminará siendo nuestra absenta.
Desnúdate lentamente para mí,
arrodíllate buscando piedad y mírame como si fuese un benevolente
Dios en mitad de un altar bendito por el recuerdo de tus gemidos.
Deja que bese tu frente como si fueras un santo que redime sus
pecados, aceptando así la bondad de un ángel, y acepta entre tus
labios la carne temblorosa que secuestrará tus gemidos. Aspiro a ser
la espada que atraviese tu boca con la contaminada verdad de un
veneno sutil llamado sexo. Obsérvame acariciando tu lengua para que
esta, como enredadera curiosa, se convierta en nudo marinero sobre
cada porción de la hombría que te muestro.
Hazme el favor de aceptar las impuestas
ataduras como si fueras gusano que desea ser mariposa. Te ataré con
cuerdas pesadas y luego, tras la epopeya de sentir como tus demonios
murmullan el pecado que cometemos, te azotaré con el cinto para que
el sacrificio final sea aún más placentero. Pues ahondaré en ti
más allá de tu boca ya que abriré camino entre tus piernas y
accederás así a la gloria. Una gloria reconocida como pecado por
cientos de blasfemos llenos de rabia y desconocimiento.
Sabes quien eres, lo que haces y que no puedo dejar de pensar en ti.
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