Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 27 de agosto de 2016

La sangre de la reina

Fareed ha querido contribuir recordando esto para todos nosotros...

Lestat de Lioncourt 



Habíamos logrado lo que para mí significaba un triunfo absoluto. Maharet decidió aceptar mi propuesta de examinarlos a los tres, pues no sólo ella y hermana pasarían por mis manos y las manos de mi equipo. Estaba absolutamente convencido que Khayman, el vampiro más antiguo sobre la faz de la tierra, podría darme pistas sobre dónde, cómo y hasta que punto podemos ser inmortales o estar de algún modo vinculados en una red similar a la neuronal en un ser vivo. Llevaba años investigando este mapa genético y había llegado a la fuente. La verdadera fuente. Ellos tenían la sangre de Akasha, la Madre de todos los vampiros y madre biológica de mi creador.

Recordé mis primeros pasos en la India, tras ser convertido, y al echar la vista hacia el futuro me sentí mareado. Habían pasado más de veinte años. Yo debía ser un hombre prácticamente anciano, con las manos temblorosas para ser un médico decente. Pero estaba ahí. Era aún físicamente aquel hombre de cuarenta años, de raza hindú y ojos profundos llenos de deseo. Sí, codiciaba ese momento. Lo ansiaba desde que conocí la historia de Kemet, la mujer que se hizo diosa tiránica y quedó convertida a una escultura rota a los pies de sus enemigos eternos.

—Siéntate, por favor—cuando la manija de la puerta se giró y él entró.

Poseía los rasgos de un hombre árabe, pero su piel era tan blanca como el mármol. Sus ojos profundos hablaban de historias terribles que atemorizarían hasta al guerrero más bravo. Se notaba tenso. Sus hombros estaban algo encogidos y sus manos cerradas en puño. Yo, con suma amabilidad, le pedía que se sentara en la camilla.

—Nunca me han gustado las batas blancas—dijo como referencia a mis prendas y las de mi creador, el cual estaba a mis espaldas.

—En tu época este oficio era más bien hechicería—respondí riendo bajo para romper el hielo, pero él sólo me miró paciente con una suave sonrisa.

—Sí, pero he visto a amigos mortales morir en hospitales asepticos de sutil olor a desinfectante, muros altos y resistentes, murmullo en los pasillos y choques de camillas. Lugares muy poco acogedores pese a las flores y visitas.

La muerte siempre estará vinculada a nosotros. De alguna forma somos muerte, pero también vida. Somos los dos extremos de una misma cuerda. A veces cede hacia un lado, pero la mayoría de las otras siempre gana la oscuridad del otro cabo. Comprendía que él no se sintiera del todo a gusto en un lugar como este. Estaba fuera de su ambiente. No había llamativas flores paradisíacas, enredaderas, ni columnas de piedra, ni libros amontados y ni mucho menos aves de colores que intentaran imitar su voz. Estaba lejos de su territorio casi inexplorado donde él era un nuevo dios silencioso, pacífico y de mente inquieta.

—Comprendo, pero aquí nadie va a morir—respondí.

—Lo sé, lo sé—susurró a media voz.

Noté entonces que llevaba puestos unos audífonos colgados del cuello, como un adolescente más. Me pregunté qué habría estado escuchando, pero rápidamente pensé que sería alguna música tribal que le recordara a sus tiempos en el Nilo. Si bien recordé los comentarios de la señorita Reeves, su descendiente, hace tan sólo unos días cuando comentó que Khayman estaba empezando a ser fanático de la música rock y en concreto de Lestat el vampiro.

—Seth, ¿puedes pasarme el instrumental necesario?—pregunté al comprobar que la mesilla con mis estetoscopios y diverso material, como agujas y tubos, estaban a su lado—. La mesilla está demasiado lejos, por favor.

—Deberás ir tú. Él me tiene miedo—aseguró Khayman.

—¿Es eso cierto?—pregunté con media sonrisa levantándome para dar unos cuantos pasos hasta la mesilla.

—Ahí donde le ves, Fareed, tan tranquilo y cordial, incluso algo nervioso, era uno de los guerreros más sanguinarios. Destruía a cientos como si fueran hojas de papel y ni siquiera era aún vampiro. Lo llamaban...

—El Benjamín del Diablo—respondió mirándolo fijamente.

—Sí—afirmó.

—Hice lo que hice porque eran órdenes de aquellos a los que era leal, pero cambié y lo hice por ella—susurró con los ojos llenos de lágrimas. Las emociones hacían temblar a un ser como él, un ser que había vivido milenios.

—¿Por Maharet?—pregunté mientras me acomodaba para comenzar a inspeccionarle y tomar muestras.

—Por mi hija... —dijo—. Amaba a Maharet, pero no podía ser desleal a mi rey. Sin embargo, esa cosa pequeña de piel suave, carnes tiernas y mirada desesperada logró clavarse muy hondo en mi pecho. Se convirtió en una daga que mató al monstruo con suma facilidad convirtiéndome en una bestia dócil frente a ella—miraba aún a Seth cuando dijo las siguientes palabras como si aún hubiese reproche hacia la descendencia de una mujer que había enloquecido mucho antes de volver a despertar—. Nunca perdonaré a tu madre, ni siquiera a su posible espíritu, por apartarme de mi hija.

—Procede... Fareed...—dijo mi creador apoyándose en la mesa de escritorio que estaba a mis espaldas—. Procede...



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Lestat de Lioncourt