Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 28 de agosto de 2016

Arte neoclásico

Con sinceridad... Marius se la está jugando. Yo soy Armand, Pandora o Daniel y le hago correr hasta el otro extremo del universo. 

Lestat de Lioncourt 



—¿Qué estás buscando, Marius?—sin levantar el rostro del libro que estaba leyendo.

Allí estaba con ese aspecto de escultura neoclásica de rostro de efebo pese a sus más de treinta años, con sus dorados cabellos rizados encantadoramente revueltos sobre su frente y sus prendas cómodas de hombre moderno. Parecía una imagen tentadora sacada de algún relato fantástico, pero era algo más que una mera ilusión de un cuento de hadas o la imaginación de un loco. Sonreía suavemente saboreando tal vez las mieles de la victoria. Pandora me había humillado horas atrás y fue por su culpa. Siempre tan entrometido como yo lleno de orgullo herido.

—¿Buscas el ego pisoteado por tu desdichada mujer? Pobre Pandora... jamás dejará de amar a un cobarde que se refugia en ira y violencia—susurró antes de mirarme con esos penetrantes ojos azules. Sonrió dulcemente como si fuese un bondadoso muchacho y descruzó sus piernas, se levantó del asiento y dejó el libro sobre una mesa alta que únicamente sostenía un encantador jarrón cargado de flores silvestres.

—¿Por qué le dijiste a Pandora algo que ocurrió hace milenios? ¡Por qué!—grité apretando los puños.

—¿Qué cosa? ¿Tus juegos con sus esclavas o el descaro coqueteo con aquella dulce adolescente que vendía frutas en el mercado?—me miró impávido.

No me temía. Ese maldito desgraciado sabía que no podía siquiera golpearlo sin que los rumores llegaran hasta Pandora y esta se lo contara a Lestat, así como a toda la tribu, dejándome como un desgraciado. Me tenía acorralado. Sabía que todos adoraban a ese maldito lisiado que ya no lo era por obra y gracia del mismo científico chiflado que logró darle un hijo a Lestat, devolverle la visión a Maharet o indagar profundamente en nuestra genética.

—Marius, estoy esperando tu respuesta—dijo acercándose a mí con la elegancia de otra época.

Maldije a ese esclavo venido a más, como también a su belleza tentadora y esa forma de expresarse tan abrumadora. Era como estar bailando con el Diablo sin saber siquiera si te ama o te odia. Sabía que me apreciaba, pero a la vez gozaba contemplar como me volvía una bestia intransigente y furibunda.

—¿Te han dicho alguna vez que cuando te molestas se notan las líneas de expresión de tu cara y eso te convierte en un ser mucho más humano? Un ser humano por completo con sus expresiones, sentimentalismos y necesidades—comentó frente a mí, a sólo un paso, antes de tomarme del rostro deslizando sus fríos y suaves dedos por mis facciones.

—¿Qué pretendes?—pregunté sosteniéndolo de inmediato por los brazos, por encima de los codos, mientras le miraba con cierta incredulidad.

—No lo sé—respondió.

—¿No lo sabes?—dije apartándolo para moverme por la habitación como un animal enjaulado.

—¿Tendría que saberlo?—dijo sin mover ni un músculo.

Se sentía la tensión. Podía cortarse el aire con un cuchillo. Mis ojos de vez en cuando reparaban en su rostro y me quedaba absorto en su piel tenue, lechosa y seductora. Parecía un muchacho. Las pequeñas arrugas que se habían formado en su cara se habían borrado con el paso del tiempo y sus labios parecían más carnosos. Ante mí tenía el David de Miguel Ángel convertido en un ser que caminaba y respiraba, que sentía y codiciaba, y que siempre buscaba el modo de llevarme a la ruina.

—Quizá siempre te he deseado, Marius.

Esas palabras rebotaron en mí logrando que todo mi cuerpo temblase de ira y deseo. Quise lanzarme sobre él como un animal salvaje arrebatando su ropa, lamiendo su figura y hundiendo mis manos en sus rizos. Pero me contuve entretanto él sonreía de forma deliciosa. Parecía invitarme igual que un enorme pastel frente a un niño que lleva semanas queriendo un pedazo. ¿Me atrevería a tocarlo y hundir mis dedos en él para llevarlo a mi boca? ¿Sería capaz de degustar lo prohibido? ¿Acaso no era el amante predilecto de mi buen amigo Avicus? Lo era. Maldita sea. Lo era. Sabía que dejarme llevar por el deseo me haría caer en un gran problema.

Entonces me di cuenta que comenzó a caminar hasta una pequeña bolsa. Era un maletín muy masculino y elegante. Tenía la boquilla metálica, la anchura idónea para transportar artilugios médicos y al notar que sacaba un estetoscopio comprendí que era de Fareed. Ese dichoso médico y científico hindú había estado allí y posiblemente se encontraba muy cerca. El maletín estaba sobre un mueble alargado de color caoba, el cual se usaba para guardar correspondencias y diversos archivos importantes. Sobre él había diversos sellos, sobres y plumas, pero pronto estaría diverso material médico hasta que dio con lo que quería. Era una caja metálica minúscula de donde sacó un pequeño tubo.

—Ha logrado que no necesite frío estas maravillas—comentó—. Aunque no sé si te atrevas a probar cuan flexible puedo ser—dijo girándose con una jeringa mientras subía su suéter fino estilo marinero. Tenía una ropa muy occidental de hombre cuidado y adicto a la moda. Estaba seguro que Gregory le ayudaba a elegir sus prendas para pasar desapercibido, pero eso no era siquiera importante en ese momento o en algún otro—. Mírame... ¿no me deseas?—clavó sus ojos en los míos del mismo modo que enterraba la aguja en su vientre plano algo marcado. Sus pupilas se dilataron debido a la fuerte dosis que se había aplicado mientras contenía el aliento.

No sé por qué lo hice pero me lancé a la aventura. Me acerqué a la caja tomando una de las jeringas, desencapuché la aguja y logré tomar la dosis idónea para mí. Cada vampiro sabía cuál sería la precisa gracias a unos análisis exhaustivos que había hecho ese maldito demonio. Rápido sentí cierto hormigueo por mi columna y el deseo bullir más allá de la ira que ya poseía.

Había decidido usar túnica nada más entrar por las puertas de la vivienda. Atrás estaba el elegante traje Victorio & Lucchino de chaqueta borgoña que había arrastrado desde mi hotel hasta la entrada del edificio. Allí sólo tenía una túnica color vino de la cual me deshice mientras él hacía lo mismo con cada una de sus prendas, pero cuando terminó desnudo, antes de ser rodeado por mis brazos, me ofreció el cinturón con un gesto lleno de respeto y necesidad. Sus ojos brillaron como dos llamaradas entretanto su miembro tomaba forma sólo de imaginarse siendo sometido.

No dudé en acapararlo besando su rostro con cortos pero apasionados besos, en hundir mi rostro en su cuello y lamer sus clavículas arrebatándole el cinturón de entre sus dedos. Él jadeaba mientras su cuerpo tomaba cierta temperatura, salvo sus manos que seguían frías y se dirigían más allá de mi vientre. Su mano derecha acariciaba mi glande aún envuelto en su sensible piel, para de inmediato tirar de esta con un ritmo suave desde el inicio hasta la base. Mis ojos se cerraron gozando de ese movimiento tan delicioso y mis piernas tiritaron por un segundo, pero volví en mí y lo aparté empujándolo hacia el diván donde había estado leyendo.

Él me miró deseoso y yo le hice arrodillarse ante mí. Doblé bien el cinturón e hice que este rozara su mandíbula y bajase por el torso hasta su ombligo. Su sexo se movía suavemente inclinado hacia la derecha. Tenía un hermoso y rosado glande que pedía ser atendido aunque fuese con sus dedos, pero él se mantenía firme esperando mis órdenes. Temía hacer algo que le despreciara y le dejara allí, arrojado sobre las baldosas de mármol, deseando un poco de satisfacción y sosiego para su lujuria.

Decidí tomar asiento en el diván recargando mi espalda en la pared contigua, de hermoso papel pintado color ocre, mientras blandía mi improvisado látigo. Él de inmediato supo lo que hacer. Se subió sobre mis piernas recostando su torso, algo menos ancho que el mío, elevando sus glúteos y ofreciéndome de ese modo una imagen demasiado erótica. Mis manos rozaron sus muslos desde la canilla pasando por la pantorrilla y llegando al interior de estos. Él jadeó al percibir mis dedos palpando ligeramente sus testículos. Podía notar su miembro aplastado por su peso contra mis piernas y eso logró que formalizara el juego. El primer golpe le sacó un quejido, el segundo gritó porque le ofrecí mayor violencia, pero los siguientes fueron una mezcla de placer y dolor a partes iguales. Blandía el cinturón de cuero con mi diestra mientras la zurda se introducía en su boca. Flavius comenzó a lamer mis dedos, chuparlos y codiciarlos como si fuese mi virilidad. Sus ojos se cerraron gozando aquello como una perra bien entrenada hasta que los saqué para introducirlos en su estrecha entrada. Sus jadeos y gemidos despertaban en mí una bestia que clamaba por permanecer dormida, pero no pude evitarlo. Finalmente cedí.

Coloqué su hermosa figura, esa estatua de carne y piel, frente a mí de rodillas e hice que lamiera el fruto prohibido que guardaba para él. Aquel manjar provocó que salivara logrando una erección aún más formidable. Su lengua parecía experta o quizá llevaba demasiado tiempo codiciando cada centímetro de esta.

En mitad de un arranque de lujuria acabé aplastándolo contra el suelo, dejándole pegado al mármol, para acabar entrando en él sin compasión alguna. Mi miembro se enterró como una daga ensanchando su estrecho camino al Olimpo. Cada milímetro se aferraba a mi miembro y mis testículos golpeaban con fuerza. Podía escuchar perfectamente sus gemidos y alaridos clamando que fuese tan brusco como dominante. Coloqué mi pie derecho sobre la cruz de su espalda y penetré furibundo mientras él intentaba mover las caderas para que el roce de ambos fuese aún más caliente.

—Marius... —murmuró con aquella boca enrojecida sutilmente abierta como la de un pez moribundo sobre las tablas del piso de un barco. Sus rizos se pegaban al sudor sanguinolento que ya le cubría como una deliciosa pátina.

Mi posición cambió y mi pie dejó de estar aplastándole, deseaba ver su rostro y comprobar cuánto me deseaba. Di un par de pasos hacia atrás masturbándome al observar aquel glorioso espectáculo. Mis manos se pasaban deseosas sobre mi glande entretanto aplastaba mis testículos con la otra. Acabé sentándome en el diván llamándolo con la voz ronca. Él se incorporó tembloroso y subió sobre mis piernas comprendiendo bien mis deseos, como si ambos compartiéramos la misma terrible fantasía.

Su rostro estaba enrojecido y sus manos se clavaron en mis hombros como si fueran las garras de un animal. Cada movimiento de sus caderas era como alcanzar la gloria. Mi virilidad se hundía por completo y él temblequeaba mirándome a los ojos, apoyando su frente contra la mía y sonriendo satisfecho porque estaba siendo mío. Sabía que llevaba años buscando algo más que mi enfrentamiento, pero jamás sospeché que su deseo fuese tan humano.

No dudé en besar sus labios acaparando su boca y dejando que mi lengua se enloqueciera en el mismo instante que se detuvo, vibró de pies a cabeza y eyaculó manchando mi vientre y torso como así mismo. Acabó abrazándome moviendo sutilmente sus caderas esperando que yo hiciera lo mismo. Aguardé casi un minuto tras notar las contracciones de su estrechez, sus movimientos de pelvis, sus jadeos y palabras sucias que eran como miles de poemas clavándose en mi alma, enterrándose igual que lo hicieron sus uñas, logrando que mi mente volara.

Acabé todo aquello mirándole a los ojos escuchando como recitaba un poema erótico. Nuestras miradas eran clave y llave de una perversión inusitada. Podía contemplar sus mejillas rojas como manzanas maduras y notaba su respiración agitada. Apenas podía hablar, pero lo hacía sólo para excitar algo más que mi cuerpo: mi alma.

—Llévame al pasto y hazme tuyo. Deja que las estrellas iluminen el camino hacia mis muslos. Permite que beba de ti el elixir, mi dios. Quédate conmigo porque hoy ya no huyo. Salvaje, entregados, arañados y cansados. Tú y yo. Amándonos en un mundo perverso, indómito y azumbrados—decía mientras se contoneaba aún dejando que mis fluidos se extendieran dentro de sus entrañas—. Mírame, ¿no te parezco una escultura tan magnífica que deseas pintarme con tus dedos?—dijo tomando mi mano derecha para mancharla con el semen que había manchado ya ambos. Estaba ya frío, pero igual de pegajoso, pero no le importó llevarlo sobre sus pezones para que los acariciara.

—Tú amas a Avicus—respondí.

—Y tú supuestamente adoras a Armand, pero yaces con su creación—dijo sonriendo perverso.

—Mi mujer es tu amiga—murmuré.

—Ahora llamas mujer a Pandora... pero ella te llama viejo desamor—comentó apretando suavemente sus muslos contra mis caderas—. ¿Cómo me llamarás a mí? ¿Qué seré? ¿Conseguiré ser algo más que tu puta griega?

—Serás mi consuelo cuando esté cansado de otros mundos—dije riendo bajo.

—Conseguiré enamorarte hasta desear que te arranquen el corazón—respondió levantándose indignado con las piernas aún débiles.


Noté como sin pudor alguno se marchó dejando atrás sus prendas y a mí, su amante, satisfecho. Pude ver sus glúteos aún rojos debido al cinturón y como el semen corría libremente por sus muslos hasta las rodillas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt