Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 29 de agosto de 2016

Requiem for a dream

Una narración de Armand que no os dejará para nada indiferentes... ¡Ah! Por eso no puedo odiarlo, ¿saben? No puedo. 




Lestat de Lioncourt 


Me hallaba en mi habitual paseo nocturno. Reconozco que me apasiona salir solo sin que nadie pueda juzgar mis pasos. Quizás es porque estoy demasiado acostumbrado a la soledad, a su manto cómplice, y a no tener que dar explicaciones. Era invierno. Lo recuerdo muy bien porque tuve que conseguir apresuradamente unos guantes esa noche. Las temperaturas habían descendido hasta por debajo de los dos grados. No era para nada poco habitual que Nueva York alcanzara estas temperaturas y más cuando se avecinaban nevadas. El suelo estaba algo congelado y aún así los transeúntes se movían con rapidez por las aceras. Esa noche era imposible conseguir un taxi, aunque de por si es algo increíblemente difícil hallar uno en esta ciudad.

Subí las solapas de mi abrigo negro de doble botonadura de pecho sencillo, el cual había comprado por su versatilidad y porque me refugiaba del frío. Bajo este llevaba un cardigan celeste y una camiseta de mangas largas del mismo tono. En los pies llevaba unas botas especiales de suela antideslizante que odiaba porque no eran tan estilosas como el resto de mi calzado. Vestido de ese modo, con una gorra negra de las que suelen usar actualmente los jóvenes, parecía un adolescente intentando aparentar ser un hombre adulto. No me importaba.

Mis ojos castaños se movían por todos los escaparates mientras sostenía un vaso de café para llevar. Los vampiros no podemos saborear ciertos alimentos, pero amamos el calor y el aroma que transmiten. Me encanta el olor a chocolate y café así que habitualmente me detengo a comprar un vaso. Imitaba que tomaba un trago cuando me giré hacia el lado opuesto de la acera y vi una nueva librería. Si hay un aroma que me guste más que el de estas bebidas calientes es, sin lugar a dudas, el olor a libro nuevo junto con el de los lienzos o frescos recién pintados. Rápidamente atravesé la acera evitando el tráfico, el cual estaba algo retenido debido a un atasco, y me coloqué frente a tan magnífica tienda.

—Contente... piensa que tienes demasiados ejemplares de Dickens, Shakespeare o Wilde. Debes dejar de comprar nuevos tomos de las distintas ediciones de sus grandes obras—dije para mí conteniendo el aliento cuando algo me llamó la atención. En el escaparate, junto a un libro sobre historia de la piratería y otro sobre tribus del Amazonas, vi un libro que me causó cierto revuelo—. Vittorio el vampiro... —leí el título en voz alta frunciendo el ceño.

De inmediato compré ese dichoso libro. Necesitaba saber si era otro de tantos que mentían sobre su historia, creyéndonos una vulgar ficción, o se trataba de un inmortal que yo no conocía. Aunque admito que no conozco a todos los vampiros de este mundo, pero sí a los más fuertes o formidables. Supongo que quería saber si había alguien poderoso ahí fuera que tuviese algo que decirme acerca del mundo que yo aún no supiera.

Cuando salí de la librería, tras el delicioso tintineo de la campanilla de la puerta, me dije a mí mismo que no debía esperar nada maravilloso de ese libro. No tenía porqué tener una historia extraordinaria o algo llamativo. Había inmortales que simplemente se quejaban de todo y todos, pero sentía que había alguna peculiaridad en ese libro que iba a hacerme estallar. ¡Y no me equivocaba!

Al llegar a mi hogar tiré el vaso de café, ya helado, a la papelera de la cocina que usaba para experimentar con los diversos electrodomésticos y entré al salón quitándome el abrigo al sentir la calefacción. Sybelle había regresado de la Ópera y tocaba una de mis piezas de piano favorita, Requiem for a dream, lo cual me hizo sentirme extrañamente a salvo y amado.

—Benji ha ido arriba. Dice que necesita narrarles a todos lo extraordinaria que ha sido la obra—explicó con una ligera risilla—. ¿Qué tal te ha ido ese paseo por la gran manzana podrida?

—Ah, amor mío, he encontrado algo que puede ser extraordinario o una basura—dije bailando suavemente sobre el mármol recién pulido de nuestro refugio, de nuestro adorado Trinity Gates, para acercarme a ella y finalmente tomar asiento a su lado.

—¿Otra de esas maravillas tecnológicas?—dijo sin dejar de tocar con esa soltura y gracia natural.

—Un libro—respondí.

—Como no...—susurró girándose con una dulce sonrisa—. Tecnología, libros o música.

—Te veo luego, amor mío—dije besando su hombro desnudo, pues se encontraba con un elegante traje de noche con los brazos al aire, así como la espalda, que provocaba que se viese como una sirena en mitad de un mundo imaginario.

Me acobijé en mi elegante biblioteca francesa con las puertas bien cerradas. Miré los frescos, observé las molduras del techo y los distintos libros, antes de acomodarme en mi cómodo sillón para empezar a leer. Nada más pasar los primeros renglones arrojé el libro al suelo y lo miré con deseos de hacerlo arder.

—¡Qué me ha llamado ese estúpido! ¡Qué!—grité furioso.

En la mencionada obra, Vittorio el ególatra, nos mencionaba a todos como una horda de idiotas. Me enfurecí. Había dicho en pocas palabras que no teníamos su encanto ni su gracia. ¡Qué iba a saber ese imbécil! Nada. No sabía nada. Ni siquiera era capaz de aceptar que había seres tan o más extraordinarios que él. Deseé que Akasha lo hubiese fulminado cuando empezó su alocado exterminio. Finalmente decidí leerlo tras unos minutos blasfemando y cuando lo hice me desternillé de risa. Ese idiota creía que hablaba con ángeles.

—Oh, claro. Y tiene línea directa con Dios—dije tras dejarlo sobre el escritorio.

Pensé en llamar a Lestat y comentarle lo que había leído, pero opté por hacerlo con Louis que seguro que le entusiasmaría desternillarse de risa conmigo. Aunque antes de levantar el teléfono noté como mi corazón se aconojaba. Había leído sobre Venecia, sobre el mundo en el cual fui educado por y con amor, y por supuesto noté que toda la fiereza que demostraba a otros, mi apasionada firmeza ante el dolor, se desmoronó como un terrón de azúcar en un vaso de café caliente.


—Ojalá te tuviese aquí... arrodillado ante mí... recitándome esos poemas... —murmuré intentando hacer acopio de todas mis fuerzas para poder articular algunas palabras, pero no pude. Colgué el teléfono y me recosté en el asiento imaginando a mi adorado maestro frente a mí, a mi amo, pintando aquel cuadro que se convertiría en un objeto maldito símbolo de una tragedia, una historia, un sueño marchito... una verdad. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt