Durante unos días vamos a subir estas memorias donde participamos bastantes. Será bastante extenso.
Lestat de Lioncourt
Desde que era un niño había imaginado
con convertirme en vampiro. Algunos imaginan su madurez con una
carrera terminada, ascensos, hijos o grandes viajes de ensueño en un
álbum de fotografías. Para mi desgracia eso era imposible de
codiciar porque conocía una verdad que muchos no se atrevían ni por
asomo a conocer o aceptar. He vivido rodeado de vampiros. Sé que
existen porque los he visto alimentarse, aguantar sus impulsos o
simplemente jugar a ser Dios consigo mismos. Ahora soy uno de ellos,
pero además aspiro a algo más que es no defraudar a las personas
que amo. Entre esas personas está Rose.
Mi interrupción en su vida fue
bastante inesperada y extraña. Admito que me hubiese aterrado de
haber estado en su pellejo. Sin embargo es una mujer con una mente
brillante, paciencia y un amor increíble hacia los demás. Pese a
todo lo que ha sufrido no ha puesto muros demasiado altos para que yo
pudiera treparlos. Tanto ella como yo hemos aceptado este “Don”
para vivir por siempre. Aunque ya ha quedado demostrado que no
siempre se vive hasta el fin de los tiempos.
—Rose, por favor—dije situado en el
centro del salón de un pequeño apartamento neoyorquino. Estaba con
las entradas para la ópera en la mano y me encontraba visiblemente
nervioso. Todavía no me había alimentado y ella tampoco. El tiempo
se nos echaba encima.
—Ya voy—dijo con voz apurada como
si el mundo fuese acabarse en ese mismo instante—. No encuentro mi
collar de perlas ni los zarcillos, ¿los has visto?
Se movía por todo el pequeño
apartamento que habíamos adquirido en Nueva York, el cual era cada
vez más minúsculo cuando el resto decidía sorpresivamente aparecer
para vigilarnos de cerca. Iba desesperada, como alma que se lleva al
diablo, buscando por el cuarto el joyero debajo de sus interminables
pilas de libros. No había espacio para los suyos ni para los míos.
Debimos comprar un loft menos céntrico, pero las vistas a la Gran
Manzana eran magníficas. Sabía que teníamos que irnos ya, pero la
vanidad adquirida por todos los años bajo la crianza de sus tías y
nuestro padre le impedía salir sin verde perfecta. Admito que yo a
veces también peco de vanidad, orgullo y cierto egocentrismo.
Supongo que está en la genética.
—Ponte cualquier pendiente,
Rose—contesté a sabiendas que esa respuesta podía tener
peligrosas consecuencias—. Las joyas no tienen poder especial en
ti, pues eres demasiado hermosa. Con o sin ellas tendrás un aspecto
envidiable—no mentía. Rose poseía una belleza que te atravesaba
el alma.
Jamás había visto a una mujer tan
hermosa recién levantada, con ojeras y el cabello revuelto. De
hecho, prefería esa chica tímida que se hundía en el mar de
sábanas, completamente azorada por la vergüenza del final de una
larga noche, que la mujer que quería verse perfecta en cualquier
instante. Ambos habíamos tenido una cuidada educación, pero mis
genes rebeldes siempre habían luchado por rebatir cada ley o
reprimenda por parte de Faared, Seth o mi madre.
—Pero es que cualquier pendiente no
va con esto— contestó señalando el largo vestido, color turquesa
y sin espalda, que llevaba puesto. —Juro que lo dejé junto a
Dickens... ¿o era Austen?—murmuró quedándose un momento
pensativa. Miraba los libros e intentaba recordar. Entonces pude
percibir un destello en sus ojos y sonrió aliviada—Ya recuerdo.
Louis los dejó en su rincón de lectura para que no los perdiera.
De improvisto se tomó las faldas y
corrió hasta el pequeño rincón donde solía descansar nuestro
“fiero guardián”. Aunque en realidad era el menos molesto de
todos. A decir verdad quien más me incordiaba era Marius que podía
parecer un sabueso bien entrenado cuando quería dar con nosotros.
Hurgó entre los libros, bajo la chaqueta que se había dejado el
amante eterno de mi padre, y finalmente sacó un pequeño joyero que
estaba oculto tras un montón de documentos que ni siquiera sabía
qué demonios hacían ahí.
No entendía por qué mi padre se había
empeñado en ponernos durante un tiempo, algunos meses, como escolta
a Louis o Armand. Se turnaban cada pocas semanas, iban y venían,
para que no estuviéramos solos en esta nueva etapa. Yo sabía qué
había que hacer porque conocía todos los misterios de la
inmortalidad. Me sentía como un niño pequeño con una niñera.
Regresó hasta a mí con una enorme
sonrisa dando una vuelta sobre sí misma. En el camino se había
colocado los pendientes y terminaba de ponerse el collar de perlas
cuando me miró esperando mi reacción.
—Estoy lista, ¿ya ves que me veo más
bonita así?
Iba a replicar que cualquier pendiente
valía, incluso si no quería ponerse joya alguna, cuando tuve que
cerrar la boca y pasar saliva. Aún no comprendía del todo la suerte
que había tenido al poder sostenerla entre mis brazos. Era una mujer
extremadamente hermosa y su inteligencia era igual de admirable que
su dulzura y paciencia.
—Tú siempre te verás hermosa,
Rose—dije antes de acercarme a ella para dejar un pudoroso beso en
su mejilla.
A veces no sabía cómo acercarme
porque sentía que iba a romperla. Había pasado por tantos peligros
y sobrevivido a tantos desastres que temía ser una carga para ella.
Sólo quería cuidarla. Aunque no deseaba ser como mi padre que
quería enjaularla en una caja de cristal para que nadie, ni siquiera
el polvo, la tocase. Pude percibir que al sentir el roce de mis
labios sonrió, como sonríe un ángel, mientras sus mejillas se
iluminaban.
—Es hora de irnos, no quiero
torturarte más con mis tonterías— dijo ofreciéndome la mano para
que al fin la guiara hasta la puerta. Siempre confiaba en mí de
forma ciega y eso a veces me hacía sentirme aliviado. Admito que
siempre tenía ciertos celos que calmaba cuando veía su mirada
limpia, llena de amor y con ese candor especial.
—No son tonterías. Tú tienes razón
siempre—dije terminando de colgar su brazo del mío de camino a la
puerta del apartamento.
Louis se quedaría allí, pero sabía
que mandaría un mensaje rápido a Armand para que nos vigilara.
Detestaba sentirme acorralado. Sabía que era por seguridad, ¿pero
tenía que ser así siempre? ¿Todas las malditas noches? Me agotaba.
Logré alcanzar el ascensor a su lado,
pulsar la planta baja y salir a la entrada del edificio donde el
portero nos abrió la puerta invitándonos a salir hacia una de las
avenidas más bulliciosas que tenía la ciudad. A tres manzanas
estaba el teatro al que asistiríamos, pero antes debíamos encontrar
alguna víctima decente para calentarnos.
—¿Te molestaría si está vez escojo
a algún hombre?—me dijo murmurando sólo para mí, mientras veía
a la gente pasear por las calles con las prisas habituales. Era un
hervidero de almas. La ciudad parecía que no descansaba jamás. Los
negocios más prestigiosos aún estaban abiertos para que sus
atareados compradores habituales terminaran de hacer sus respectivas
compras. Así era Nueva York.
—Lestat y Louis nunca me dejan ir por
hombres, creo que es porque me consideran muy torpe para atraerlos,
no sé ser sensual— Intentó que sonara como una broma, aunque no
supo si lo consiguió de la manera que esperaba.
—No es por eso—le aseguré mientras
caminábamos por la avenida con aquellas prendas que provocaba que
muchos nos miraban con cierto asombro. Ella era atractiva y yo
llevaba un buen traje—. Saben por qué es. No quieren que revivas
ciertos momentos si la víctima termina siendo violento. Deberías
comprender que quieren protegerte.
—Soy inmortal, los humanos ya no
pueden hacerme daño—decía. Pero eso era relativo. Cualquier
humano con un lanzallamas podía destrozarnos—. Llevo la sangre de
Lestat en las venas, soy más fuerte que muchos neófitos que andan
libres por el mundo. Todos pueden elegir, ¿por qué yo no puedo?
Percibí que no quería exaltarse
conmigo, pues no tenía culpa de nada, pero estaba molesta. Creo que
se sentía como una niña pequeña. De hecho creo que ambos nos
sentíamos como niños pequeños cuando ya habíamos terminado la
adolescencia. Mucho antes de ser vampiros, antes de siquiera
tropezarnos, habíamos empezado nuestras respectivas carreras. Yo la
estaba terminando a distancia y ella hacía lo mismo con la suya. El
único motivo por el cual lo hacíamos era por mera testarudez y amor
a nuestros estudios. Habíamos empezado y lo terminaríamos. ¡Ja! Me
pregunto a quién habremos salido...
—Incluso el hecho de que no podamos
estar solos es culpa mía, tú no necesitas que nadie cuide de ti—
suspiró con cansancio y volteó a verme. Esos ojos azules eran
demasiado hermosos. Caía obnubilado con facilidad, como si me
hechizara. —Lamento tanto que odies sentirte vigilado porque se me
considera tan débil...
De repente, con una sonrisa traviesa,
se puso delante mía para hablar rápidamente. No supe que pretendía,
pues no me dio tiempo siquiera a comprender todo lo que me expuso
rápidamente como si estuviese siendo perseguida por ese extraño
espíritu llamado Memnoch, ese que ahora mi padre decía no temer y
que a mí me daba profunda curiosidad.
—Pero está noche tengo una idea, tú
irás por un lado y yo iré por otro. Armand no puede seguirnos a
ambos así que se irá tras de mí, así tú podrás ser libre un
rato. No correré ningún peligro pues él me protegerá si algo
pasa. Nos encontraremos en la entrada de la ópera, justo a tiempo
para entrar—me tomó ambas mejillas entre sus manos para alzarse de
puntillas a darme un beso suave, sólo un roce, en mis labios y salió
disparada por un callejón tan rápida como pudo.
—No estoy muy convencido de...—iba
diciendo cuando desapreció.
No quería dejarla sola. Odiaba el
sentimiento de vacío que generaba en mí cuando la tenía lejos.
Además, ciertos celos se apoderaron de mí mientras me decía a mí
mismo que sólo eran presas, alimento sin más, y que muchas veces
eran tan despreciables que hasta sentías nauseas. Apreté los puños
intentando recomponerme mientras pensaba adónde podía ir.
Sopesé varias posibilidades y acabé
eligiendo la más cómoda. No muy lejos de allí había un bar
coqueto, con poco personal, que siempre se llenaba de una parroquia
muy peculiar. Eran gentuza, pero sabían vestir apropiadamente y
solían reírse de todos los pobres ingenuos que estafaban. Había
banqueros, políticos y jueces que entre ellos hacían grandes
negocios con importantes personalidades de la bolsa y empresas
internacionales.
Entré caminando entre ellos, con aquel
elegante traje que llamaba la atención por como quedaba en un hombre
tan joven, para sentarme al fondo mientras me tenían la carta de
bebidas. Muchos de los allí presentes eran presas fáciles, pero yo
detestaba lo fácil. Quería ir por lo más difícil. Rose no. ella
estaba eligiendo una víctima que Lestat jamás querría para ella.
No era una chica joven, ni una pobre anciana o una insalubre
mujerzuela que tenía de todo salvo felicidad. Según las
estadísticas en la ciudad había menos mujeres criminales y los
hombres estaban vetados para ella. Por supuesto, era imposible pensar
que se acercara un hombre con aspecto amenazador. Hoy era el día en
que se probaría a sí misma y a la Tribu que podía hacerlo sin
volver a victimizarse por los recuerdos de su ex.
Sentía cerca a Armand, ella sabía que
no iba a dejarla sola, aunque corría tan rápido como podía para
evitarse problemas por haberse separado de Viktor. Andando entre los
callejones vio a un hombre que se escondía entre las sombras, si
jugaba a la chica desorientada e inocente lo más seguro es que él
se acercara sin sospechar nada, así que comenzó por abrazarse a sí
misma y fingir que temblaba de miedo mientras caminaba de frente a su
presa.
Sin embargo, el hombre que se acercó a
mí era muy distinto. Era un tipejo de edad madura con buen traje,
fragancia italiana y sonrisa canalla. A veces podía parecer para
ellos un chico de compañía, lo que vulgarmente se llama prostituto,
porque no podían creer que un hombre joven, y menos de dieciocho
años, pululara por esos ambientes tan cotizados. Si bien, siempre
tanteaban el terreno por si estaban topándose con un heredero y
metiéndose en un lío.
—¿Sólo?—preguntó mientras yo
seguía leyendo la carta—. ¿Puedo sentarme?—su voz era
aterciopelada, pero en sus pensamientos salvajes gruñía como un
perro en celo sobre mi cuerpo. Podía notar el deseo fluir por cada
poro, derramándose en minúsculas gotas de sudor, mientras me
saboreaba sin siquiera tocarme.
—Sí, claro—dije cerrando la carta
mirándole a los ojos sin miedo y con una seductora sonrisa que
superaba a las de mi padre.
—Me pregunto qué hace un muchacho
como tú aquí, pues es un sitio de negocios—dijo siendo para mi
gusto demasiado encantador, pero como he dicho tanteaba el negocio.
—Vine a ver que se cuece. Mi padre
tiene un negocio importante entre manos, ¿sabe?—respondí aunque
no me creyó, pues se notaba que mentía porque esquivaba la mirada y
mi voz se quebró un segundo. Pero no mentía por ser un pobre
desdichado vendiendo su cuerpo, sino porque había venido buscando
una presa.
Mientras caminaba, Rose vio que el
hombre posaba sus ojos en ella, no era muy alto y se veía un poco
obseo. Sentía a Armand tras de ella, también oculto y observando
atento, le agradeció mentalmente dejarla sola, esperando que la
escuchara. Cuando estaba a menos de cinco metros, el tipo salió con
una sonrisa de su escondite.
—Hola dulzura, ¿qué hace una chica tan guapa en un lugar como este?—
—Yo me... me he perdido— titubeó para parecer asustada, aunque al oler la sangre y sentir lo hambrienta que estaba lo que quería era saltar encima y correr para buscar a Viktor —¿Sabe... usted... por dónde se llega a alguna avenida?—
—Creo que te puedo ayudar cariño, pero primero tendrás que ayudarme tú a mí— le pareció asqueroso cuando su sonrisa se ensanchó y se acercó a ella claramente considerándose una amenaza mientras se tomaba el inicio del pantalón y secaba una navaja de su bolsillo derecho, la rabia la inundo por completo pero aún así siguió el juego y dio dos pasos atrás.
—Hola dulzura, ¿qué hace una chica tan guapa en un lugar como este?—
—Yo me... me he perdido— titubeó para parecer asustada, aunque al oler la sangre y sentir lo hambrienta que estaba lo que quería era saltar encima y correr para buscar a Viktor —¿Sabe... usted... por dónde se llega a alguna avenida?—
—Creo que te puedo ayudar cariño, pero primero tendrás que ayudarme tú a mí— le pareció asqueroso cuando su sonrisa se ensanchó y se acercó a ella claramente considerándose una amenaza mientras se tomaba el inicio del pantalón y secaba una navaja de su bolsillo derecho, la rabia la inundo por completo pero aún así siguió el juego y dio dos pasos atrás.
—No te creo—respondió riendo
bajo—. ¿Cuánto cobras?
—Aún no terminé derecho, señor—dije
sin pestañear antes de ver como Marius entraba.
Sabía que me iba a espantar a la
presa, lo sabía. Ese maldito milenario siempre estaba olfateando mi
rastro. A veces nos ponían perros de presa formidables y él era el
mejor. Quizás estaba tan acostumbrado en seguir los pasos de mi
padre que, por obvias razones, podía encontrarme con sólo chasquear
los dedos.
—Disculpe, caballero, pero debo
llevarme al jovencito—comentó.
—Yo lo vi primero. Búscate a otra
puta—aquello me ofendió. Realmente sabía que me ofendería cuando
mencionase esa palabra, pero no por el trabajo sino por el desprecio
que tenían estas personas hacia los ilusos que cumplían esos
favores por dinero.
—Papá...—dije percibiendo como no
era el único que estaba furioso. Si llamé padre a Marius es porque
él fue el elegido para que me transformara en lo que soy. De algún
modo era mi padre y mi hermano, pues todos teníamos a Amel
conectándonos como si fuéramos uno.
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