Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 18 de agosto de 2016

Madurez

Durante unos días vamos a subir estas memorias donde participamos bastantes. Será bastante extenso.


Lestat de Lioncourt 




Desde que era un niño había imaginado con convertirme en vampiro. Algunos imaginan su madurez con una carrera terminada, ascensos, hijos o grandes viajes de ensueño en un álbum de fotografías. Para mi desgracia eso era imposible de codiciar porque conocía una verdad que muchos no se atrevían ni por asomo a conocer o aceptar. He vivido rodeado de vampiros. Sé que existen porque los he visto alimentarse, aguantar sus impulsos o simplemente jugar a ser Dios consigo mismos. Ahora soy uno de ellos, pero además aspiro a algo más que es no defraudar a las personas que amo. Entre esas personas está Rose.

Mi interrupción en su vida fue bastante inesperada y extraña. Admito que me hubiese aterrado de haber estado en su pellejo. Sin embargo es una mujer con una mente brillante, paciencia y un amor increíble hacia los demás. Pese a todo lo que ha sufrido no ha puesto muros demasiado altos para que yo pudiera treparlos. Tanto ella como yo hemos aceptado este “Don” para vivir por siempre. Aunque ya ha quedado demostrado que no siempre se vive hasta el fin de los tiempos.

—Rose, por favor—dije situado en el centro del salón de un pequeño apartamento neoyorquino. Estaba con las entradas para la ópera en la mano y me encontraba visiblemente nervioso. Todavía no me había alimentado y ella tampoco. El tiempo se nos echaba encima.

—Ya voy—dijo con voz apurada como si el mundo fuese acabarse en ese mismo instante—. No encuentro mi collar de perlas ni los zarcillos, ¿los has visto?

Se movía por todo el pequeño apartamento que habíamos adquirido en Nueva York, el cual era cada vez más minúsculo cuando el resto decidía sorpresivamente aparecer para vigilarnos de cerca. Iba desesperada, como alma que se lleva al diablo, buscando por el cuarto el joyero debajo de sus interminables pilas de libros. No había espacio para los suyos ni para los míos. Debimos comprar un loft menos céntrico, pero las vistas a la Gran Manzana eran magníficas. Sabía que teníamos que irnos ya, pero la vanidad adquirida por todos los años bajo la crianza de sus tías y nuestro padre le impedía salir sin verde perfecta. Admito que yo a veces también peco de vanidad, orgullo y cierto egocentrismo. Supongo que está en la genética.

—Ponte cualquier pendiente, Rose—contesté a sabiendas que esa respuesta podía tener peligrosas consecuencias—. Las joyas no tienen poder especial en ti, pues eres demasiado hermosa. Con o sin ellas tendrás un aspecto envidiable—no mentía. Rose poseía una belleza que te atravesaba el alma.

Jamás había visto a una mujer tan hermosa recién levantada, con ojeras y el cabello revuelto. De hecho, prefería esa chica tímida que se hundía en el mar de sábanas, completamente azorada por la vergüenza del final de una larga noche, que la mujer que quería verse perfecta en cualquier instante. Ambos habíamos tenido una cuidada educación, pero mis genes rebeldes siempre habían luchado por rebatir cada ley o reprimenda por parte de Faared, Seth o mi madre.

—Pero es que cualquier pendiente no va con esto— contestó señalando el largo vestido, color turquesa y sin espalda, que llevaba puesto. —Juro que lo dejé junto a Dickens... ¿o era Austen?—murmuró quedándose un momento pensativa. Miraba los libros e intentaba recordar. Entonces pude percibir un destello en sus ojos y sonrió aliviada—Ya recuerdo. Louis los dejó en su rincón de lectura para que no los perdiera.

De improvisto se tomó las faldas y corrió hasta el pequeño rincón donde solía descansar nuestro “fiero guardián”. Aunque en realidad era el menos molesto de todos. A decir verdad quien más me incordiaba era Marius que podía parecer un sabueso bien entrenado cuando quería dar con nosotros. Hurgó entre los libros, bajo la chaqueta que se había dejado el amante eterno de mi padre, y finalmente sacó un pequeño joyero que estaba oculto tras un montón de documentos que ni siquiera sabía qué demonios hacían ahí.

No entendía por qué mi padre se había empeñado en ponernos durante un tiempo, algunos meses, como escolta a Louis o Armand. Se turnaban cada pocas semanas, iban y venían, para que no estuviéramos solos en esta nueva etapa. Yo sabía qué había que hacer porque conocía todos los misterios de la inmortalidad. Me sentía como un niño pequeño con una niñera.

Regresó hasta a mí con una enorme sonrisa dando una vuelta sobre sí misma. En el camino se había colocado los pendientes y terminaba de ponerse el collar de perlas cuando me miró esperando mi reacción.

—Estoy lista, ¿ya ves que me veo más bonita así?

Iba a replicar que cualquier pendiente valía, incluso si no quería ponerse joya alguna, cuando tuve que cerrar la boca y pasar saliva. Aún no comprendía del todo la suerte que había tenido al poder sostenerla entre mis brazos. Era una mujer extremadamente hermosa y su inteligencia era igual de admirable que su dulzura y paciencia.

—Tú siempre te verás hermosa, Rose—dije antes de acercarme a ella para dejar un pudoroso beso en su mejilla.

A veces no sabía cómo acercarme porque sentía que iba a romperla. Había pasado por tantos peligros y sobrevivido a tantos desastres que temía ser una carga para ella. Sólo quería cuidarla. Aunque no deseaba ser como mi padre que quería enjaularla en una caja de cristal para que nadie, ni siquiera el polvo, la tocase. Pude percibir que al sentir el roce de mis labios sonrió, como sonríe un ángel, mientras sus mejillas se iluminaban.

—Es hora de irnos, no quiero torturarte más con mis tonterías— dijo ofreciéndome la mano para que al fin la guiara hasta la puerta. Siempre confiaba en mí de forma ciega y eso a veces me hacía sentirme aliviado. Admito que siempre tenía ciertos celos que calmaba cuando veía su mirada limpia, llena de amor y con ese candor especial.

—No son tonterías. Tú tienes razón siempre—dije terminando de colgar su brazo del mío de camino a la puerta del apartamento.

Louis se quedaría allí, pero sabía que mandaría un mensaje rápido a Armand para que nos vigilara. Detestaba sentirme acorralado. Sabía que era por seguridad, ¿pero tenía que ser así siempre? ¿Todas las malditas noches? Me agotaba.

Logré alcanzar el ascensor a su lado, pulsar la planta baja y salir a la entrada del edificio donde el portero nos abrió la puerta invitándonos a salir hacia una de las avenidas más bulliciosas que tenía la ciudad. A tres manzanas estaba el teatro al que asistiríamos, pero antes debíamos encontrar alguna víctima decente para calentarnos.

—¿Te molestaría si está vez escojo a algún hombre?—me dijo murmurando sólo para mí, mientras veía a la gente pasear por las calles con las prisas habituales. Era un hervidero de almas. La ciudad parecía que no descansaba jamás. Los negocios más prestigiosos aún estaban abiertos para que sus atareados compradores habituales terminaran de hacer sus respectivas compras. Así era Nueva York.
—Lestat y Louis nunca me dejan ir por hombres, creo que es porque me consideran muy torpe para atraerlos, no sé ser sensual— Intentó que sonara como una broma, aunque no supo si lo consiguió de la manera que esperaba.


—No es por eso—le aseguré mientras caminábamos por la avenida con aquellas prendas que provocaba que muchos nos miraban con cierto asombro. Ella era atractiva y yo llevaba un buen traje—. Saben por qué es. No quieren que revivas ciertos momentos si la víctima termina siendo violento. Deberías comprender que quieren protegerte.

—Soy inmortal, los humanos ya no pueden hacerme daño—decía. Pero eso era relativo. Cualquier humano con un lanzallamas podía destrozarnos—. Llevo la sangre de Lestat en las venas, soy más fuerte que muchos neófitos que andan libres por el mundo. Todos pueden elegir, ¿por qué yo no puedo?

Percibí que no quería exaltarse conmigo, pues no tenía culpa de nada, pero estaba molesta. Creo que se sentía como una niña pequeña. De hecho creo que ambos nos sentíamos como niños pequeños cuando ya habíamos terminado la adolescencia. Mucho antes de ser vampiros, antes de siquiera tropezarnos, habíamos empezado nuestras respectivas carreras. Yo la estaba terminando a distancia y ella hacía lo mismo con la suya. El único motivo por el cual lo hacíamos era por mera testarudez y amor a nuestros estudios. Habíamos empezado y lo terminaríamos. ¡Ja! Me pregunto a quién habremos salido...

—Incluso el hecho de que no podamos estar solos es culpa mía, tú no necesitas que nadie cuide de ti— suspiró con cansancio y volteó a verme. Esos ojos azules eran demasiado hermosos. Caía obnubilado con facilidad, como si me hechizara. —Lamento tanto que odies sentirte vigilado porque se me considera tan débil...

De repente, con una sonrisa traviesa, se puso delante mía para hablar rápidamente. No supe que pretendía, pues no me dio tiempo siquiera a comprender todo lo que me expuso rápidamente como si estuviese siendo perseguida por ese extraño espíritu llamado Memnoch, ese que ahora mi padre decía no temer y que a mí me daba profunda curiosidad.

—Pero está noche tengo una idea, tú irás por un lado y yo iré por otro. Armand no puede seguirnos a ambos así que se irá tras de mí, así tú podrás ser libre un rato. No correré ningún peligro pues él me protegerá si algo pasa. Nos encontraremos en la entrada de la ópera, justo a tiempo para entrar—me tomó ambas mejillas entre sus manos para alzarse de puntillas a darme un beso suave, sólo un roce, en mis labios y salió disparada por un callejón tan rápida como pudo.

—No estoy muy convencido de...—iba diciendo cuando desapreció.

No quería dejarla sola. Odiaba el sentimiento de vacío que generaba en mí cuando la tenía lejos. Además, ciertos celos se apoderaron de mí mientras me decía a mí mismo que sólo eran presas, alimento sin más, y que muchas veces eran tan despreciables que hasta sentías nauseas. Apreté los puños intentando recomponerme mientras pensaba adónde podía ir.

Sopesé varias posibilidades y acabé eligiendo la más cómoda. No muy lejos de allí había un bar coqueto, con poco personal, que siempre se llenaba de una parroquia muy peculiar. Eran gentuza, pero sabían vestir apropiadamente y solían reírse de todos los pobres ingenuos que estafaban. Había banqueros, políticos y jueces que entre ellos hacían grandes negocios con importantes personalidades de la bolsa y empresas internacionales.

Entré caminando entre ellos, con aquel elegante traje que llamaba la atención por como quedaba en un hombre tan joven, para sentarme al fondo mientras me tenían la carta de bebidas. Muchos de los allí presentes eran presas fáciles, pero yo detestaba lo fácil. Quería ir por lo más difícil. Rose no. ella estaba eligiendo una víctima que Lestat jamás querría para ella. No era una chica joven, ni una pobre anciana o una insalubre mujerzuela que tenía de todo salvo felicidad. Según las estadísticas en la ciudad había menos mujeres criminales y los hombres estaban vetados para ella. Por supuesto, era imposible pensar que se acercara un hombre con aspecto amenazador. Hoy era el día en que se probaría a sí misma y a la Tribu que podía hacerlo sin volver a victimizarse por los recuerdos de su ex.

Sentía cerca a Armand, ella sabía que no iba a dejarla sola, aunque corría tan rápido como podía para evitarse problemas por haberse separado de Viktor. Andando entre los callejones vio a un hombre que se escondía entre las sombras, si jugaba a la chica desorientada e inocente lo más seguro es que él se acercara sin sospechar nada, así que comenzó por abrazarse a sí misma y fingir que temblaba de miedo mientras caminaba de frente a su presa.

Sin embargo, el hombre que se acercó a mí era muy distinto. Era un tipejo de edad madura con buen traje, fragancia italiana y sonrisa canalla. A veces podía parecer para ellos un chico de compañía, lo que vulgarmente se llama prostituto, porque no podían creer que un hombre joven, y menos de dieciocho años, pululara por esos ambientes tan cotizados. Si bien, siempre tanteaban el terreno por si estaban topándose con un heredero y metiéndose en un lío.

—¿Sólo?—preguntó mientras yo seguía leyendo la carta—. ¿Puedo sentarme?—su voz era aterciopelada, pero en sus pensamientos salvajes gruñía como un perro en celo sobre mi cuerpo. Podía notar el deseo fluir por cada poro, derramándose en minúsculas gotas de sudor, mientras me saboreaba sin siquiera tocarme.

—Sí, claro—dije cerrando la carta mirándole a los ojos sin miedo y con una seductora sonrisa que superaba a las de mi padre.

—Me pregunto qué hace un muchacho como tú aquí, pues es un sitio de negocios—dijo siendo para mi gusto demasiado encantador, pero como he dicho tanteaba el negocio.


—Vine a ver que se cuece. Mi padre tiene un negocio importante entre manos, ¿sabe?—respondí aunque no me creyó, pues se notaba que mentía porque esquivaba la mirada y mi voz se quebró un segundo. Pero no mentía por ser un pobre desdichado vendiendo su cuerpo, sino porque había venido buscando una presa.


Mientras caminaba, Rose vio que el hombre posaba sus ojos en ella, no era muy alto y se veía un poco obseo. Sentía a Armand tras de ella, también oculto y observando atento, le agradeció mentalmente dejarla sola, esperando que la escuchara. Cuando estaba a menos de cinco metros, el tipo salió con una sonrisa de su escondite.

—Hola dulzura, ¿qué hace una chica tan guapa en un lugar como este?—

—Yo me... me he perdido— titubeó para parecer asustada, aunque al oler la sangre y sentir lo hambrienta que estaba lo que quería era saltar encima y correr para buscar a Viktor —¿Sabe... usted... por dónde se llega a alguna avenida?—

—Creo que te puedo ayudar cariño, pero primero tendrás que ayudarme tú a mí— le pareció asqueroso cuando su sonrisa se ensanchó y se acercó a ella claramente considerándose una amenaza mientras se tomaba el inicio del pantalón y secaba una navaja de su bolsillo derecho, la rabia la inundo por completo pero aún así siguió el juego y dio dos pasos atrás.

—No te creo—respondió riendo bajo—. ¿Cuánto cobras?

—Aún no terminé derecho, señor—dije sin pestañear antes de ver como Marius entraba.

Sabía que me iba a espantar a la presa, lo sabía. Ese maldito milenario siempre estaba olfateando mi rastro. A veces nos ponían perros de presa formidables y él era el mejor. Quizás estaba tan acostumbrado en seguir los pasos de mi padre que, por obvias razones, podía encontrarme con sólo chasquear los dedos.

—Disculpe, caballero, pero debo llevarme al jovencito—comentó.

—Yo lo vi primero. Búscate a otra puta—aquello me ofendió. Realmente sabía que me ofendería cuando mencionase esa palabra, pero no por el trabajo sino por el desprecio que tenían estas personas hacia los ilusos que cumplían esos favores por dinero.

—Papá...—dije percibiendo como no era el único que estaba furioso. Si llamé padre a Marius es porque él fue el elegido para que me transformara en lo que soy. De algún modo era mi padre y mi hermano, pues todos teníamos a Amel conectándonos como si fuéramos uno.


No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt