Seguimos con estas memorias... Aquí salgo yo.
Lestat de Lioncourt
—Cállate, Viktor, ¿adónde ha ido
Rose? ¿Sabes lo peligrosas que pueden ser las calles por la noche?
Aún es demasiado joven y tú también. Sal de este antro, compórtate
y sigue las normas—dijo señalando la puerta—. Y usted, debería
fijarse bien con quien trata primero si no quiere terminar en la
calle muerto.
En aquel callejón, algo lejos de donde
yo me encontraba, aquel desecho humano se acercó a ella con una
navaja lista para que cualquiera, joven o no, le tuviese miedo al
instante. Claro que ella no era cualquiera. Rose no necesitaba nada
para sentirse superior a él. Así que nada más estar a su altura le
fracturó el brazo con un movimiento rápido logrando que la navaja
cayera al suelo.
—¡Maldita puta!—profirió
aquel asaltante mientras se retorcía entre gritos de dolor. Tenía
el brazo destrozado. Rose no quería escucharlo, y tampoco deseaba
que otro más pudiese oír sus lamentos, así que lo tomó de la
mandíbula apretándola lo suficientemente fuerte como para callarlo.
—Que grosero, ¿no te enseñaron
cómo debes hablar frente a una señorita?— dijo mientras que él
forzajeaba con la mano buena, intentando soltarse de su agarre sin
éxito—. Eres despreciable, ¿cuantas pobres mujeres atacaste como
lo ibas a hacer conmigo?.— mientras hablaba se dio cuenta de la
vena pulzante del cuello debido al forcejeo y sintió un hambre
voraz. Sin decir más fue directo a morderle comenzando a beber
mientras Armand se aproximaba con su habitual elegancia y curiosidad.
Siempre he pensado que si fuese el pelirrojo un animal sería un gato
deseando caer sobre los indefensos ratones.
Rose le soltó y le dejó caer en el
suelo aún con vida. Armand abrió y achicó sus ojos frunciendo
suavemente el ceño mientras giraba ligeramente el rostro hacia el
lado izquierdo. Supongo que él no podía comprender por qué
despreciaba aquella sangre.
—Su cuello tiene un sabor
horrendo...—murmuró—. Lo siento...
Para mi mala suerte Marius me acompañó
a la puerta alejándome de aquel ambiente cargado, de mi presa y de
toda la libertad ganada ese día. No me miraba y yo no me atrevía a
hacerlo. Sentía que me aplastaría. Era peor que Seth y Fareed, pues
al final yo siempre me salía con la mía. Con él no podía. Además
era mi creador y ejercía muchas veces de padre, que en su caso viene
a ser lo mismo que un dictador en pequeña escala.
—Eres un
inconsciente—dijo intentando aparentar estar sereno –Fareed y tu
padre sabrán de todo esto—masculló agarrándome por la nuca con
su mano derecha. Sentí aquello como si fuese un muñeco de esos de
jaula que se eleva y termina atorado antes de caer por el estrecho
agujero.
—Soy mayor de edad—respondí provocando que él
suspirara me soltara.
—Eres un imbécil, como tu
padre—gruñó—. Un mocoso malagradecido.
Armand acabó riéndose primero
suave y luego a carcajadas como un maldito genio enloquecido. Aquel
callejón se estaba convirtiendo en su show favorito, aunque supongo
que estaba maldiciendo a Lestat por haberlo arrancado de su cómodo
sofá el día que repetían uno de sus capítulos favoritos de Doctor
Who.
Vestía como un adolescente común.
Llevaba unas deportivas que contrastaban con el alquitrán y la
suciedad del lugar, las cuales se movieron con cuidado, paso a paso,
hasta el agonizante violador. Aquellos zapatos blancos de suela de
goma, con diseño clásico y uno de sus cordones demasiado largos fue
lo último que vio aquel idiota antes de desplomarse del todo. De
inmediato levantó la derecha como si fuese a chutar un balón y
golpeó con fuerza la cabeza. La puntera se manchó de sangre, pero
él se divirtió.
—¿Entonces puedo divertirme con
él?—preguntó como un niño que deseaba ir a jugar y le pedía a
su madre permiso.
—Adelante, es todo tuyo.
Rose se alejó mientras Armand tomaba
al sujeto entre sus brazos, con cierto amor aunque le repugnaba el
hedor a whisky y sudor que tenían sus prendas. Pasó su mano derecha
por sus cabellos negros y revueltos, algo húmedos por el sudor y la
sangre, para luego mirarle a los ojos. Había perdido la vista, pero
parecían que seguían pudiendo ver la belleza de aquel querubín que
le arrebataría el último aliento. Abrió su voluptuosa boca y clavó
sus afilados dientes en el cuello bebiendo sólo un trago, para luego
tapar ambas perforaciones con su sangre tras un lametazo.
Ella se quedó mirando hacia el lugar
de donde había venido, como si fuese una aparición, y se preguntó
si yo ya estaría esperándola en el teatro. Al terminar Armand dejó
el cuerpo recostado contra la pared, como si tras una tremenda paliza
se hubiese quedado allí recostado esperando que el dolor cesase.
Después se giró observando a Rose sin decir nada. No sabía si
reprenderla o no. Él comprendía todos los errores que podíamos
cometer, pero por otro lado Lestat, nuestro padre, se jactaba de
haber aprendido de sus errores. Arrugó la nariz, chasqueó la lengua
y se acercó a ella tomándola de la mano para que lo siguiera. Iba a
hablar con mi padre, al menos eso nos dijo más tarde, para que
dejase algo de libertad antes que nos alejáramos sin decir nada.
El hermoso querubín de Marius, el cual
me estaba asesinando con la mirada en ese mismo instante, era su
testigo. El testigo crucial para afirmar que ella había probado que
podía alimentarse de hombres sin tener que depender de otros. Rose
caminaba con una sonrisa amplia que se borró al no ver a Viktor por
ningún lado en la entrada del teatro, faltaban menos de cinco
minutos para que la ópera. Armand comprendió que algo iba mal así
que comenzaron a buscarme por el bulevar. Bendita puntualidad la mía
que los alertó que algo ocurría.
Mientras tanto Marius se topó con la
desagradable sorpresa que alguien, también en contra de la estúpida
sobreprotección de mi padre, apareciese para reprenderlo a él.
—Marius, deja de golpearlo con tus
absurdas reglas–esa voz femenina era mi salvación.
—Gabrielle,
no te involucres—respondió—Tengo la misión de cuidar de él.
Se echó a reír a carcajadas
mientras aparecía frente a nosotros con ese cabello salvaje y esos
ojos grises indomables. Llevaba la ropa que hubiese elegido cualquier
viajero, de esos que recorren el mundo con la mochila cargada de
sueños y un par de mudas, y un sombrero algo viejo sobre la cabeza.
Algunos mechones de su cabello salían de su recogido y parecía más
salvaje que nunca.
—Es hijo de Lestat, mi hijo. Creo que sí
puedo involucrarme—afirmó.
—También es hijo mío—repuso
mirándola desafiante.
Allí saltaban chispas. Era como una
vieja guerra secreta de dos seres intentando dominar a un rebelde aún
peor que su progenitor. Un revolucionario que guardaba sus garras con
perfectos modales, idílicas notas y sueños convencionales. Ante
todos parecía el chico formal que todo padre quiere, el perfecto
yerno, el amante modélico... pero era igual que mi padre. Cuando
digo que soy igual que mi padre es cierto. Dicen que la cabra tira al
monte, que de tal palo tal astilla, que no se puede negar la cruz de
la parroquia a la cual se pertenece... ¿no es así?
Mientras se enzarzaban en una discusión
meramente territorial y sentimental, porque se notaban los
sentimientos a flor de piel, logré deshacerme de ellos para correr a
toda velocidad sobre los perfectos adoquines de las calles aledañas.
Crucé sin mirar una de las avenidas más transitadas, como si fuera
una exhalación, pero alguien me atrapó empujándome hacia dentro de
uno de los prestigiosos edificios donde había más abogados por
metro cuadrado que supuestamente en el infierno.
—Papá...
—Viktor, ¿adónde ibas? ¿Dónde
está Rose? Contesta—dijo agarrándome las solapas del traje—.
¡Niñato desagradecido! ¡Dime dónde está Rose!—la cólera le
superaba.
—¿Hablas tú o el espíritu que te
controla con sus ingeniosas ideas de ir a buscar ciudades
perdidas?—aquello trajo peligrosas y dolorosas consecuencias. Su
puño derecho fue directo a mi cara—. ¡Padre!
—Al fin reaccionas, pues sólo
respondes a golpes como a mí me pasaba de joven—argumentó.
—Y de viejo—apostillé—. Todos
recordamos como te abofeteó la abuela en París—comenté—. Que
por cierto, ¿sabías que está en pelea dialéctica con Marius? Es
increíble. Me hubiese quedado a verlo de no ser que iba en busca de
mi prometida—noté entonces cierto sabor metálico en mi boca y
gruñí—. Me he cortado la lengua por culpa tuya.
—Oh, vamos, no te vas a morir—dijo
soltándome para acomodarme la ropa—. ¿Y Rose?
—No mides tu fuerza cuando estás
preocupado por ella—murmuré intentando que mi traje no estuviese
hecho un desastre—. Ella me dijo que debíamos cazar solos, sin
mutua compañía, porque quería cazar a un hombre. Yo no acepté,
pero ella es más terca que tu madre, Marius, Pandora y todo el
santoral de inmortales juntos. ¿Lo sabías?—pregunté frunciendo
ligeramente el ceño—. No me hace gracia que coqueteé con hombres
aunque sea para...
—Cállate—dijo—. Hijo, te quiero,
pero no hagas que me imagine esa escena—musitó antes de alarmarse
porque su móvil sonaba. Era un mensaje entrante. Sin embargo, cuando
lo tomó entre sus manos dudó en como contestar. No recordaba la
clave para desbloquearlo.
—La fecha del cumpleaños de
Louis—dije.
—Ah, sí—murmuró.
Si había puesto esa fecha era porque al ser tan importante jamás la olvidaba. No era el cumpleaños real de Louis, sino el día en el cual al fin lo hizo nacer en la oscuridad junto a él. Supongo que cada quien tiene su momento dulce en la vida y ese fue el más dulce para mi padre. La clave la introdujo bien, pero el mensaje fue otro cantar. Tras algunos intentos fallidos, cierto
nerviosismo, varias blasfemias y un largo suspiro supe que el mensaje
era de Armand, que había dado con Rose y estaba intentando retenerla
para que le diese alguna explicación.
—Está a dos calles—comentó.
—¿Está bien?—pregunté nervioso.
Si le pasaba algo a Rose, por mínimo que fuese, me moriría. No
querría seguir viviendo.
—Sí, está con Armand—respondió
como si nada.
—¿Y se supone que eso es bueno o
malo?—dije provocando que se echase a reír ante semejante
ocurrencia. Pues todos sabíamos que ese maldito muchachito inmortal
podía ser el peor de todos.
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