Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 20 de agosto de 2016

Madurez III

Seguimos con estas memorias... de verdad... "De tal palo tal astilla".

Lestat de Lioncourt 


Hizo que caminara a su lado, atándome en corto como quien dice, porque para él era el enemigo si se trataba de su querida, adorada y amada Rose. Podía ser su hijo, pero con quien se había desvivido todos esos años era con ella.

En cuanto Armand le confesó que ambos estábamos cerca sus nervios aumentaron de golpe. De inmediato comenzó a correr por las calles por donde podía sentirme, como si mi perfume la atrajera como una flor a las abejas. En el segundo que vio a ambos corrió con más fuerza aún hasta dar con mis brazos, los cuales se abrieron rápidamente para sentirla pegada a mí. Tiritaba como una hoja en mitad de una fuerte ventisca.

—¡Fue mi culpa, lo juro tito Lestan!—dijo girándose para ver a Lestat con los ojos llorosos por el remordimiento que sentía—¡Yo eché a correr, fue todo mi idea! Castígame a mi y no a Viktor, si no ¡Me haré yo misma todo lo que le hagan a él!

No quería que la castigaran por mi culpa. Aunque tampoco lo permitiría si así fuese. Me sentía culpable por no quitarle esa idea de la cabeza, pero ambos éramos demasiado rebeldes, testarudos... demasiado Lioncourt.

—Tus escoltas son unos inútiles—reprochó a Armand.

—Marius ha dado con él, ¿no?—dijo encogiéndose de hombros.

—Él no es parte de tu equipo de seguridad—respondió apretando los puños.

No lo era. Thorne era parte del equipo de seguridad de Armand, junto a Antoine que a veces vagaba de club nocturno en club nocturno para cazar nuevos talentos y aprender de ellos. Pero Marius simplemente me seguía la pista porque era su responsabilidad, o al menos así lo veía él en su retorcida mente milenaria, al haberme dado la sangre y esta oportunidad magnífica de conocer el mundo por mis propios medios. Aunque, ¿conocía mundo? Sólo Nueva York y las fortalezas donde Fareed y Seth me enclaustraban para ver la evolución de mi ADN tras adquirir aquella poderosa sangre milenaria.

—No, pero olfatea bien a su creado y eso es lo que cuenta—respondió—. Hubiese dado cualquier cosa por ver la cara de sorpresa de Viktor al ver a Marius, ¿cómo fue? ¿Puedes recrearla para mí?—murmuró con cierta sorna. Casi le faltaba dar pequeños brincos y aplaudir completamente entusiasmado con la sola idea de verme sufrir una derrota tan humillante—. Tu hija se defiende bien, él es mayorcito y tú le has enseñado casi todo. Marius, inclusive, ha hecho que sea más fuerte de lo que fuiste a sus años. ¿Qué esperabas, Lestat?—dijo alzando una de sus delgadas cejas mientras echaba hacia atrás sus brazos. Parecía un muchachito más y no un inmortal regodeándose ante la sola idea de ver a mi padre, el Príncipe de los Vampiros, sufrir por una niñería—. Son iguales a ti, los dos son tercos como mulas y disfrutan quebrando reglas. Cuanto más les impongas más se alejarán de ti.

—No me alejaría de mi padre y Rose tampoco—no pude contenerme porque esas últimas frases estaban de más.

—Estás quebrando sus normas, Viktor—aseguró mirándome con esos enormes ojos castaños—. No es la primera vez.

—Ni será la última—respondí sin titubeos—. Me gusta quebrar las reglas que se nos imponen porque es así como todos nosotros, incluyendo a Marius que es quien las ha elaborado, hemos aprendido. Se aprende de los errores y no de los consejos—aseguré mirando primero a Armand y luego a mi padre—. Aunque es cierto que...

—Rose, no quiero verte rondando hombres—intervino nuestro padre—. No quiero que te alejes de Viktor. No voy a permitir que te acerques a escoria, te guste o no, y vas a obedecerme o terminarás escoltada por Sevraine y sus mujeres—mientras hablaba Armand suspiraba como si se hubiese olido ese discurso—. Y tú, niño insolente, la próxima vez que intentes entrar en ese tipo de antros te juro que iré yo mismo a golpearte.

—A tugurios peores vas, papá—aseguré.

—No me lleves la contraria—dijo clavando sus ojos azules de tonalidades violáceas en los míos. Sabía como imponerse, pero conmigo no iban esos trucos.

—¿Qué has dicho? ¿Qué no quieres que haga lo mismo que haces tú con el resto?—sonreí antes de tragarme mis propias palabras sólo con la mirada que me echó—. Lo siento...

—Si te atreves a separarme de Viktor, me tiraré a la hoguera yo misma; peor aún, dejaré que el Sol me lleve tal como pasó con Claudia.

Sabía que no quería herirlo, amaba a Lestat porque fue el único padre que conoció siempre. Ella lo idolatraba. Pero también comenzaba a fastidiarse de su conducta. Siempre tan entrometido, encima de los dos como si fuéramos niños e intentando saber qué hacíamos. Pronto pediría que lleváramos cámaras continuamente.

—Ya no soy una niña, soy mayor incluso que Viktor y he sufrido más. Además, incluso tú rompes las reglas. No es justo que me trates como una mocosa—decía todo aquello sin separarse un milímetro de mí, su prometido, con miedo aún a que pudieran castigarme.


—Lestat, pasas demasiado tiempo con Marius y te estás cubriendo de gloria—comentó Armand.

—Haces lo mismo con Sybelle—le reprochó.

—Sólo cuando hay vampiros peligrosos sueltos por la ciudad, entonces sí puedo ser algo menos indulgente. Sin embargo, jamás la trataría como algo que no es. Cometiste un error terrible con Claudia, ¿vas a cometerlo ahora con este par de hijos que te ha dado la fortuna y la ciencia?—preguntó mirándolo a los ojos—. Te vas a convertir en Marius a este paso, Lestat. Harás que todos cumplan tus reglas como un maldito tirano, logrando así que la inmortalidad deje de ser atractiva y comience a serlo el sol, el fuego y la decapitación.

—Sólo quiero protegerla—le reprochó—. Ya viste que ocurrió cuando la dejé ser...

—Pero ya no es humana—dije interviniendo porque ya no podía aguantarme más—. Ya no es humana y yo tampoco lo soy. Podemos hacernos cargo de nosotros mismos—rodeé a Rose para calmarla mientras miraba a mi padre conteniéndose las ganas de llorar. Estaba dándose cuenta que no podía domesticarnos, que eso sólo traería fatales consecuencias para todos.

—Lestat, ya nadie puede dañarme. Te tengo a ti, a Viktor y a la Tribu... ¿acaso no es suficiente? No soy humana, viviré toda mi vida a tu lado y nadie podrá apartarme de ustedes. Pero no me hagas lo que le hiciste a Claudia, deja de tratarme como a una niña. No soy tu pequeña. Ya no tienes que venir a besar mi frente, arroparme y contarme un cuento para sentirme amada. Ni siquiera tienes que llamarme cada día para saber dónde estoy o si me he alimentado. Eres mi tío Lestan, mi adorado tío Lestan, el hombre que me salvó la vida cuando era una niña demasiado inocente y el que me ha convertido en una mujer con sus consejos. ¿Dónde está el hombre que me dijo que podía hacer todo lo que quisiera? ¿Está ahí? ¿Está en alguna parte?— alargó un brazo hacia su adorado tío y padre, acariciándole la muñeca y los dedos de su mano derecha con cariño. Sus ojos mostraban un amor ferviente que en parte me llenaba de celos. Yo no tenía ese vínculo con mi padre y tampoco con mi madre, ella era demasiado desentendida de sus labores como tal. Si bien admiraba a ambos y me sentía querido—Deja que por fin tenga libertad sin nadie que me obligue a hacer lo que no quiero—susurró—. No me recuerdes mis encierros...

—Marchaos—dijo sin soltarse de esas caricias. Al parecer su discurso lleno de afecto y verdad había hecho que entrara en razón—. Aún así deseo saber en todo momento dónde estáis.

Sabía que no hacía falta que le dijéramos personalmente dónde estábamos. Amel estaba en nuestras venas, cabalgando sobre nuestros glóbulos rojos, incitándonos y llamándonos a ser y no ser. Miré a los ojos a mi padre y me acerqué a él para besar su mejilla. Sentía admiración, amor, respeto y a la vez miedo. Un miedo terrible a ser rechazado, a no ser el hijo que él quería o soñó tener. Sin embargo, apartó un segundo a Rose para abrazarme.

La primera vez que me abrazó creí que me caía al suelo. Había soñado toda mi vida con conocer a mi padre, el vampiro de las grandes proezas y el joven que soñó con ser artista. Todo mi mundo se resumía en querer ser el hijo predilecto, el hijo que todo hombre ama, y me comporté como ellos decidían. Quería pasar la prueba para que me presentaran a mi padre y entonces rogarle libertad, ser como él y decirle que lo admiraba. Pero todo se fue al diablo. Lo único que pude hacer fue contestar a su necesidad de saber de mí. Mi admiración creció como mi miedo. En esos momentos, en los que sentí su colonia y su calor, no pude contenerme y acabé llorando hasta que él me apaciguó con un par de golpes en la espalda.


Después tomé la mano de Rose, mientras me secaba con un pañuelo de seda que había dejado en el bolsillo de mi chaqueta, para marcharnos al teatro. La función ya había comenzado, estaba seguro, pero no me importaba. El primer acto no era el importante, ni el más maravilloso de todos, y la representación ya la habíamos visto unas diez veces en lo que iba de mes.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt