Y aquí finalizan sus memorias. Espero que les haya gustado conocer un poco más a Rose y a Viktor.
Lestat de Lioncourt
Después tomé la mano de Rose,
mientras me secaba con un pañuelo de seda que había dejado en el
bolsillo de mi chaqueta, para marcharnos al teatro. Los transeúntes
nos miraban como si fuéramos seres de otro mundo. A veces sentía
que sabían que conteníamos cierto poder, sobre todo desde que
conocí personalmente a hombres de Talamasca. Sabía que sentía
tanta culpa, pero no era su culpa, por mucho que ella pudiese creer
que lo era y martilleara en su alma como si fuese un cuervo siniestro
sobre el busto de Palas. No, no era su culpa. Podría decirse que la
culpa era de mi padre, que también su padre adoptivo y de sangre,
porque a veces olvidaba que nosotros podíamos acometer las mismas
locuras que él había hecho repetidas veces, que todavía hacía y
que posiblemente haría hasta que el mundo explotara.
Mi traje no lucía perfectamente
planchado por culpa del salvaje agarre que había sufrido, pero logré
adecentarlo y pasaba desapercibido. Mis ojos azules se movía por los
grises adoquines hasta sus zapatos de tacón, como si fuera una
Cenicienta, para luego subir por sus tobillos hasta el borde de aquel
elegante traje de noche. En un momento dado la tomé por la cintura y
la hice girar junto a mí metiéndola en un callejón. Ella había
bebido, pero yo aún no.
—Haremos algo—dije—. En el palco
hay dos asiento más, posiblemente ocupados, y por ende beberé de
los que estén allí. No sé si será hasta la última gota o sólo
algunos sorbos. Juro que intentaré que sólo sean sorbos—comenté
mirándola a los ojos mientras mis dedos se movían como arañas por
su vientre. Estaba nervioso como un adicto a la cocaína porque la
sed me descentraba, me ponía histérico, y podía incluso notar como
bombeaban las venas de mi cerebro gritando que bebiera, que me
saciara. Por eso, y no por otro motivo, dudaba que salieran ilesos
los dos estirados que estuvieran con nosotros—. ¿Aceptas el
trato?—pregunté antes de besarla hundiendo mi lengua entre sus
carnosos labios mientras la pegaba contra mí. Era maravillosa, como
maravilloso era el calor que me ofrecía aquel cuerpo aún tierno
pese a la poderosa sangre que le daba vida, y yo, por supuesto, un
iluso que amaba cada trozo de su piel como si fueran los pétalos de
las rosas de un idílico jardín. Ella, por supuesto, respondió al
beso con la misma intensidad. Acabó tomándome de la nuca
acariciando mis cabellos más cortos y la otra, la diestra, rozaba mi
mejilla y mentón con mimo.
—Acepto, pero al menos...—susurró
apartando algunos cabellos que tapaban la parte izquierda de su
cuello, ofreciéndole su piel desnuda —Bebe un poco de mí, así al
menos podrás controlarte más. Por favor, es mi culpa que no hayas
podido alimentarse aún.
—Si lo hago, Rose, dejaremos de tener
la capacidad de contactar el uno con el otro—dije jadeando algo
nervioso. Mis ojos brillaban y podía notar mis manos algo
temblorosas—. Entremos al teatro—comenté apartando mis manos de
ella para sacar de mi chaqueta las entradas.
Rápidamente la saqué del callejón y
comenzamos a caminar hacia el cruce, tras este estaba el teatro. No
había ya cola alguna para entrar, ni elegantes trajes y tampoco
limusinas esperando que sus dueños bajasen para desfilar hacia el
interior. La función llevaba más de quince minutos, pero no
importaba. Pasamos por el vigilante, pidió las entradas y nos
observó. Se detuvo varios segundos en mi rostro, memorizando mis
facciones y pensando que era un adicto. Sí, demonios, era adicto y
no me importaba. Mi única adicción era la sangre, si no contábamos
el sabor de los besos de Rose.
Finalizaba el primer acto de Cyrano
de Bergerac cuando logramos acceder. El público se
ponía de pie. La mayoría parecía entusiasmada con la actuación,
salvo el inútil con quien compartiríamos velada. En medio de la
penumbra, mientras el telón estaba alzado, él se reclinó para
cabecear. Había idiotas, muy idiotas y luego estaba él que
malgastaba un asiento tan magnífico de una obra sensacional que
estaba llenando la sala.
Al parecer su acompañante, una mujer,
había salido a empolvarse la nariz. Así que yo senté a mi
prometida cerca de la barandilla para que pudiese observar el
centenar de almas que abarrotaban ese pequeño teatro, para hacer lo
propio con el hombre que cayó seducido ante una pequeña
conversación. Yo no era su tipo, eso estaba claro, pero cualquiera
se rinde a los encantos de un jovencito y más si es un vampiro.
—Suelo venir con mi padre—le dije—.
Pero yo me aburro, ¿sabe? Traje a mi hermana para que ella se
distraiga.
—Es muy bonita—aseguró.
—Oh, sí, pero a mí me gustan los
hombres maduros y sensibles—reí bajo golpeando suavemente su muslo
provocando que me mirara con cierto deseo. Acto seguido se abalanzó
sobre mí, pero yo no le dejé que me tocara demasiado. En menos de
un minuto yacía sin pulso y yo al fin me relajaba.
Miré hacia el escenario con la silueta
de Rose ocultando parte del espectáculo. Deseé estrecharla entre
mis brazos mientras colocaba sutilmente al inútil en la silla de
modo que parecía dormido, como si estuviera en brazos de un dios
bondadoso, para luego tirar suavemente de ella y sentarla sobre mis
piernas.
—Adivina... mañana podríamos ir a
un lugar especial—dije escuchando los zapatos de tacón de la
acompañante del idiota que había sido sólo mi aperitivo.
Sabía que se ponía celosa y esos
celos me hacían sentirme más atractivo, cotizado y dichoso que
cualquier halago que pudiese venir de sus labios. Aunque comprendía
que se sintiese tonta, pues yo era absolutamente fiel y me había
convertido en su guardián. Ambos éramos fuertes, poderosos, jóvenes
y atractivos pero yo me volvía un perro agresivo si alguien se
acercaba a ella con las intenciones de hacerle daño, aunque sólo
fuese con una mirada despectiva. Era mucho peor que mi padre. Aún
así jamás evitaba que pudiese hablar con otros, pero me mantenía
atento por si las intenciones no era tan cándidas como las que ella
podía llegar a creer. Acepto que lo sigo haciendo y ella, por
supuesto, también.
Hace unos días me confesó que hubiese
deseado ver como se deshizo de aquel imbécil que intentó atraparla,
violarla y rajarla como a otras de sus víctimas. Aquel cretino
maloliente que posiblemente se habría pasado más de una semana
junto a las basuras sin que nadie se percatase que estaba muerto.
También me confesó que se quedó algo avergonzada por no haber
acabado con él por una tontería.
—¿Qué lugar? ¿Lo conozco?— dijo
apartando cualquier otro pensamiento de su cabeza y me abrazó
mimosa, prodigando besos a en mi frente y mejillas; en parte como
disculpa y por otro lado porque quería decirse a sí misma que sería
suyo toda la eternidad y no tenía porqué sentirse celosa de nadie.
—He pensado que podríamos tomar un
vuelo inesperado, dejar Nueva York atrás y todo el continente
americano, para desplazarnos a la vieja Europa. Deseo ir contigo a
Roma—dije mirándola a los ojos notando un brillo, sólo un pequeño
brillo, de celos que me encantó.
Me endulzaba la noche que fuese así,
que aún tuviese esos pequeños ataques de celos y rápidamente se
recompusiera. Mientras, tras nosotros, la mujer tomaba asiento y
comenzaba a blasfemar porque aquel pobre imbécil, ese inútil sin
modales, al fin se había dormido.
El segundo acto fue espléndido y lo
pasé aferrado a ella en silencio. Mi mentón estaba sobre su hombro
y mis labios rozaban su nuca. Podía ver perfectamente el escenario,
los actores, escuchaba sus voces vibrar alzándose hasta la cúpula
dorada y caer sobre los emocionados espectadores.
Aquella obra, mitad drama mitad
comedia, era sin duda alguna una de mis favoritas. Podías sacar
tanto en claro en cada frase, en cada gesto, y en cada oportunidad
que tenían sus principales personajes que acababas amándolo aún
más. Un hombre hermoso por dentro, pero feo por fuera, ayudando a
que otro lograse ser feliz mientras él se cubría de dolor.
Por como sonreía podía decir que
estaba encantada y, además, no se cortó en darme otro beso en los
labios dejándome con una estúpida sonrisa. Amaba que fuese así de
cariñosa y cómplice conmigo. Creo que por eso me enamoré de ella
ciegamente cuando conversamos aquella primera vez. No dudó en tomar
mis manos, reír a carcajadas con algunos de mis comentarios y
apoyarse en mi hombro mientras me contaba las historias que conocía
de mi padre. Sé más por ella de mi padre que por mi padre mismo y
sus libros. Comprendo cada mueca porque son las mismas que ella me ha
descrito.
Si le dije de llevarla a Europa fue
porque desde que había podido ir con sus tías, las mujeres que
hicieron la gran proeza de cuidarla y educarla mientras Lestat iba y
venía, no había podido pisar de nuevo aquellos encantadores parajes
y ciudades abarrotadas de personas algo distintas en mentalidad a las
americanas o neoyorquinas. Era cierto que habíamos ido a Francia con
mi padre, pero las reuniones eran tan agotadoras que ni siquiera
habíamos disfrutado de París. Él de inmediato nos mandó con
Armand para que nos vigilara como un perro de presa. Thorne estaba en
la ciudad porque Jesse Reeves y David Talbot estaban terminando de
arreglar la biblioteca y el templo de Maharet y Khayman, el cual
quedó algo destruido por culpa de Rhosh y Benedict. Esos dos
pelirrojos, uno de inteligencia aguda y otro torpe pero bondadoso,
estaban siempre tras nuestros pasos.
Por otro lado sería un viaje cómplice,
romántico, lleno de aventuras porque no iríamos con un guía ni con
nadie que nos dijera dónde, cuándo, cómo y porqué estar en un
edificio u otro. Quería ver las maravillosas esculturas de las
numerosas fuentes italianas, dejarme llevar por los bucólicos
paisajes de los viñedos de la Toscana, hundirme en el mar de las
diversas zonas costeras, ir a los monumentos más atractivos y los
museos más llamativos... ¡Y por supuesto! Quería llevar algunos
frascos experimentales de Fareed para poder lograr retenerla entre
mis brazos, hacerle el amor como meses atrás y seducirla durante
toda la noche. Quería demasiadas cosas, esperaba demasiadas
emociones en ese viaje.
Mientras pensaba en una cosa y otra,
recreándome en emociones que aún no habíamos vivido, ella se quedó
en mi regazo disfrutando del espectáculo, riendo y llorando al pasar
de las escenas, y acariciando mis manos.
Por otro lado me mantuve al margen de
aquella mujer, dejándola viva, para pedirle a Rose que nos
marcháramos antes de terminar el último acto. Sabía que le
emocionaba la obra, pero no podía permitir que encontraran el
cadáver con nosotros allí. Tendríamos que hacer declaraciones y
era mejor huir antes que cualquier cosa pudiese pasar.
A nuestra salida noté la brisa cálida
del verano, deseé que el mundo se parara en ese instante y que me
evitara estar perseguido como si fuese un delincuente. Mi padre se
marchaba a una nueva aventura y nos dejaba a lo dos sometidos a sus
espías. Toda la ciudad estaba llena de ojos para mí, aunque sólo
fueran un puñado de inmortales. Sabía de mi molestia de ser
perseguido por los mayores, ella también la sentía. Se abrazó a mí
y le dio un beso a su mejilla antes de susurrarme al oído.
—Llevame a casa, tenemos mucho qué
empacar, ¿no, mi amor?—dijo con sus ojos brillantes por la idea
que había tenido.
¡Ah! Casi la tomo en volandas y echo a
correr como un maldito demente. Podía hacer que el mundo quedase a
un lado, incluso el tráfico de las calles, para convertirme en una
máquina de guerra que arrollaría a cualquiera por entrar en el
edificio, tomar las maletas y meter algunos libros, unas cuantas
camisas, pantalones, suéteres finos, mudas limpias y algunos zapatos
cómodos para el viaje. Incluso era capaz de hacer la suya. Con un
par de maletas bastaba. Además, teníamos cuentas cargadas de ceros
porque todos nos habían ofrecido su apoyo y yo estaba emprendiendo
ciertos negocios.
¿No había terminado ella sus
estudios? ¿No había terminado yo los míos? Este año de carrera
había sido concluido por cursos en línea gracias a ciertos
programas de ordenador y porque mi padre logró personarse en las
diversas universidades, junto con Fareed y Seth, para abogar porque
nos diesen esos permisos especiales aunque el curso ya había
comenzado. Sí, estudiábamos. Pero no estudiamos como los idiotas de
los libros más insufribles que he podido leer. ¡Absolutamente no!
Yo quería terminar la carrera porque ya empiezo algo lo termino. Mis
notas eran excelentes y también las de Rose. No teníamos porqué
estar un verano encerrado en Nueva York por muy buenos espectáculos
que tuviesen los teatros, por grandes conciertos al aire libre que se
diese en los diversos parques o estadios. ¡No, demonios! Merecíamos
viajar libres como cualquier joven.
Al llegar al apartamento corrimos los
dos de un lado a otro. Estábamos frenéticos y reíamos a
carcajadas. Recuerdo que me tuve que sentar sobre su maleta para que
pudiese cerrarla y ella hizo lo mismo con la mía. Cuando nos dimos
cuenta había pasado una hora. Después bajé al parking y tomé mi
Mercedes, dejé las maletas dentro del maletero y conduje hasta el
aeropuerto. No teníamos billetes, pero podíamos comprar unos de
última hora en primera clase. En primera clase siempre sobraban
algunos asientos y conseguimos uno de un vuelo que iba a despegar
casi de inmediato.
—Cariño, di adiós a las cadenas de
papá—dije guiñándole un ojo.
—Adiós, tito Lestan. Adiós, normas.
Adiós a todos...—comentó aferrándose con fuerza a mi brazo
mientras reía.
La chica no podía comprender porqué
estábamos tan radiantes, pues sólo era un viaje. Pero comprendió
pronto todo cuando pudo ver mi anillo de compromiso en mi mano. Oh,
sí. Yo le había pedido matrimonio aunque no era algo habitual entre
los inmortales. Esa clase de cosas son para humanos, pero ¿no éramos
en parte una mutación? No dejábamos de ser por completo humanos.
En el avión estuve besando a Rose todo
el tiempo. Llevaba algunos tubos de hormonas para ambos que no había
usado. Había robado algunos a Fareed la última vez que entré en su
laboratorio. Aunque tampoco puedo decir que los robé porque me los
pasó mi madre de contrabando y Seth se echó a reír por mi
descarada reacción.
Todo fue magnífico las primeras horas.
Llegamos al hotel casi a punto de ver el amanecer y nos encerramos en
la habitación. Dormimos desnudos, pegados uno al otro, en una
inmensa cama de matrimonio en una de las suite de lujo de uno de los
hoteles con más encanto y belleza. Al despertar tuve la pesada
sensación que algo iba a ir mal, pero evité decirle nada a Rose.
Nos tomamos un baño juntos, nos acicalamos y bajamos al hall para
dejar las llaves. Queríamos pasear. Esa noche sería una aventura.
Y menuda aventura...
Nada más pasar dos avenidas, recorrer
un parque y pararnos frente a una coqueta cafetería muy elegante nos
encontramos a Landen paseando con Marius, ambos discutían. ¿Y cuál
era la discusión? Pues nosotros...
—Pueden quedarse en Roma todo el
tiempo que quieran. Si tienen algún contratiempo siempre pueden
buscarme—decía meneando suavemente la cabeza—. Ah, Marius, no
impongas aquí tus reglas de tirano porque no voy a permitírtelo.
—Me envía su padre—dijo.
—Como si te envía Dios mismo, que no
existe, por su orden y mandato divino—respondió situándose frente
a él sin temor alguno aunque era más enjuto, joven y, por ende, más
débil.
—¡Ahí están!—gritó echando a
correr hacia nosotros.
No nos movimos. Sabíamos que si
huíamos iba a ser peor. La bronca fue subiendo de tono hasta que
Landen intervino pidiendo la palabra. Persuadió a Marius, aunque nos
amonestó por marcharnos de Nueva York sin dejar claro nuestro
paradero. Sonreí satisfecho cuando nos aseguró que él vigilaría
porque tuviéramos una estancia cómoda, que podríamos incluso
visitarlo a su modesta vivienda, y que no pasaría nada. Además,
acabó llamando a mi padre y diciéndole que él sería nuestra
carabina. Marius tuvo que retroceder en su empeño en llevarnos con
él, entró en un callejón y se marchó gracias a su don para volar.
Por nuestra parte nos echamos a reír cuando Landen se despidió
exigiendo únicamente que nos reportáramos alguna noche para poder
visitarlo, “tomar” un café con él y hablar de nuestras pequeñas
aventuras.
¡Roma era nuestra!
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