Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 22 de agosto de 2016

Lord's Prayer

Me llegan estas memorias... ¿acaso lo hace para llamar mi atención?

Lestat de Lioncourt 


Las calles parecían haberse convertido en un pozo de alimañas. La oscuridad incitaba que las cucarachas humanas se convirtieran en una plaga insufrible y escandalosa. Los letreros de neón atraían a la mayoría como un campo de flores a numerosas abejas, las cuales polinizaban cada antro en busca de un néctar que las hiciese sentir vivas.

Bajo uno de estos luminosos estaba él, aunque decir “él” era una falacia, se encontraba nervioso y sus ojos recorrían toda la avenida. Reía bajo como si estuviese loco o colocado con alguna sustancia. Sus largos cabellos negros parecían sucios debido a que estaban mal atados y encrespados. Tenía un par de mechones sobre el rostro y sus ojos castaños parecían fieros. De vez en vez, con cada carcajada histriónica, se podían ver sus colmillos torcidos similares a los de un chacal o una hiena. Sus prendas eran las de un chico adicto a la excitante y reivindicativa música rock, pues llevaba una camiseta negra con el símbolo de los Rolling Stones y un collar con el símbolo que usaba Robert Plant en su mística banda Led Zeppelin. Es la pluma de Ma’at, la diosa egipcia de la justicia y la armonía cósmica, algo que él desconocía por completo. Su nombre es Legión, pues son muchos demonios en un único cuerpo. Normalmente poseen a humanos sensibles y atraídos con el oscurantismo.

Dentro de ese mismo local, en un ambiente lleno de deliciosas sensaciones debido a los descarados cuerpos en movimiento, se hallaba otro de los tantos demonios que existen en este mundo. Si bien es la mano derecha de Satanás. Él era distinto. Vestía un traje distinguido, completamente oscuro, que resaltaba el tono níveo de su piel y sus fríos ojos azules. Llevaba el cabello corto, algo engominado y ligeramente rapado por los lados. Sus manos estaban enfundadas en unos guantes de cuero muy elegantes y bebía lentamente un vaso de whisky. Su nombre es Mefistófeles.

No muy lejos de aquel local llegaba el Dios de la Oscuridad en persona. Demasiados demonios para una misma ciudad. Sus ojos verdes eran los de un gato salvaje, poseía unos labios voluptuosos y un aspecto demasiado tentador. Su cuerpo era pequeño, muy menudo, pero demasiado sensual como para pasar desapercibido. Llevaba un tres cuartos de imitación a piel de ciervo que le llegaba más allá de los glúteos, como su largo y liso cabello negro, que se hallaba abierto y mostraba que carecía de pudor pues bajo este no había prenda alguna. Sus piernas, de muslos torneados pese a su delgadez, estaban enfundados en cuero negro. Su nombre, como así se hacía llamar, era Samael o también conocido como Satanás. Para muchos un Dios terrible, para otros maestro, supremo artesano, hacedor que engañó al hombre haciéndose pasar por un creador bondadoso.

Legión sacó un cigarrillo y comenzó a fumar para templar sus nervios. Dentro de aquella pequeña cabeza humana susurraban tantos demonios que era imposible contentarlos a todos. No sabía si entrar dentro o empezar a patear la lata que tenía cerca de sus pies. Sentía la garganta seca y sus ojos tornaban a negros en breves fracciones de segundo. Satanás se acercó a él tomándolo de la mano derecha para tirar de aquella legión de seres sobrenaturales hasta el interior, donde la fiesta parecía desencadenar en una orgía de cuerpos moviéndose de forma sensual a ritmo de una música machacona, casi inteligible.

Yo me encontraba en el piso superior observándolos a todos. Estaba apoyado en una de las barandillas del pasillo que rodeaba todo el local y que daba a las escaleras que daban acceso a las habitaciones privadas, salas pequeñas que parecían jaulas y destinadas a pequeñas fiestas llenas de alcohol, cocaína y sexo. Aspiraba el hedor de la corrupción de aquellas almas que danzaban sin cesar como si tuviesen los zapatos colorados del cuento de Hans Christian Andersen. Sus brazos se alzaban como ramas de árboles que buscaban oxígeno en un mundo tóxico. Las mujeres parecían ignorar que las canciones las invitaban a ser prácticamente violadas y los hombres se convertían en violentas bestias salvajes.

Estaba cansándome de la peligrosa seducción que poseía aquella diminuta figura, la cual podía tener cualquier rostro e incluso cambiar de género a su conveniencia. Jugaba con todos y se dejaba guiar por su instinto para cautivar a todas las almas posibles. Estaba allí su mano derecha y varios de sus mejores guerreros contenidos en un frágil cuerpo humano, el cual podía destruir para liberarse por completo y desatar un apocalipsis en mitad de aquella minúscula ciudad del sur de Estados Unidos.

Rápidamente se giró al sentir mis ojos de azul metálico fijos en él. Sonrió dichoso, como si todo aquello hubiese sido un mero teatro para llamar mi atención, para luego girarse apoyándose en Legión mientras este lo acogía con deseo entre sus manos. Apreté con fuerzas el hierro de la barandilla deseando destruirlos a los tres, pero era imposible. Mi poder no era tan ilimitado como Dios había hecho creer a sus seguidores. Los judíos aún apreciaban el hecho que Satanás y Lucifer no eran la misma criatura, que Lucifer sólo había sido un revolucionario que deseó romper sus cadenas mientras que él, la serpiente enroscada del paraíso, seguía siendo un maldito seductor que contaminaba las almas y las destruía con el conocimiento de un mundo lleno de putrefacción.

Decidí dejar de ser un observador y convertirme en una pieza más del tablero. Fui directo hacia donde se encontraban con pasos decididos y bajando la escalera sin perder detalle a sus juegos de miradas y caricias. Estaba condenadamente molesto porque estuviesen allí como si yo fuese distinto, pues quien se aproximaba a mí terminaba en el mismo cajón del destierro que los seguidores de esta impenetrable oscuridad.

No sabía que había venido tu novio a verte—murmuró Mefistófeles con el vaso de whisky cerca de sus labios. Ni siquiera se había dignado a mirarme—. ¿Qué te trae por aquí Lucifer? ¿O prefieres que siga usando el nombre que le diste a ese dichoso vampiro? ¿Cómo era? ¡Ah! ¡Sí! ¡Memnoch!—dijo soltando el vaso para girarse y mirarme con esa mirada dura y calculadora.

Un placer volver a verte—dije—. ¿Dónde dejaste la piel roja y los dientes puntiagudos?—pregunté mirándolo directamente a los ojos sin miedo alguno. Él sólo era una culebra, pues quien me preocupaba era la hidra desquiciada y la gran serpiente que siseaba enroscándose en su cuerpo.

Junto con la capa y el resto del disfraz—respondió con su habitual acento germano. Amaba aparentar que era europeo, alemán y sofisticado. Siempre se aparecía por Europa, pero había decidido probar en otras partes del mundo desde hacía un par de siglos. La última vez que nos enfrentamos estaba divirtiéndose con un par de pobres desdichados en un tugurio cerca de El Paso.

¿Y dónde está tu vampiro?—dijo Legión agarrando por los glúteos a Satanás con un descaro que me provocó cierta ira.

Te veo tenso, Memnoch, ¿acaso tienes celos? ¿Dudas de ti mismo? ¿Tienes miedo de no ser el protagonista de este pequeño circo llamado Tierra?—susurró alejándose de su escolta personal para acercarse a mí—. Tranquilo, pequeño, todo irá bien. Pronto te darás cuenta que eres tan patético que tu a Padre no le importó enviarte lejos.

No tengo celos de ti, Satanás. No tengo celos de ninguno de vosotros, pero hacéis que mi tarea sea imposible. Incluso destruís almas que ni siquiera pueden ser juzgadas—dije apretando las manos.

Ah, me encanta cuando tienes ese momento de ángel bondadoso... ¿sabías que es excitante?—afiló la mirada y detuvo a Legión que intentó acercarse a él—. Dejadnos a solas, muchachos. La reunión se cancela para la próxima noche. Creo que el arcángel y yo tenemos algo pendiente.

Pude sentir sus manos sobre mis hombros apretando la chaqueta de cuero que llevaba, rozando peligrosamente las tachuelas que se hallaban en los hombros y esparcidas por el pecho, para luego notar como sus habilidosas manos bajaban la cremallera encontrándose con una camisa interior blanca, pegada por el sudor debido al ambiente cargado, y provocando que sonriera con cierta malicia.

Has optado por un aspecto interesante... —susurró—. ¿Qué son todos estos tatuajes? ¿Tu papá te dejó hacértelos? Creí que Dios veía mal a los que marcaban su piel como si fueran ganado—dijo colgándose de mi cuello logrando que me inclinara—. Aunque... ¿no sois borregos de Dios?—preguntó levantando su ceja derecha mientras hundía sus ojos en los míos, ahogándose en ellos por un segundo, mientras los otros dos ya estaban a punto de cruzar toda la sala.

¿Alguna orden antes de marcharnos?—preguntó Mefistófeles—. Será un placer cumplirla, jefe.

Sólo no hagáis escándalo hoy, pues no podré seguir vuestros pasos—dijo.

Ambos nos quedamos allí de pie como si fuéramos una pareja ejemplar deseando devorarse uno al otro. Sentía como mi cuerpo se caldeaba con el roce de sus caderas al comenzar a bailar, como si fuese parte de esa tribu de desquiciadas almas atormentadas que teníamos al fondo. Uno de los barman nos observaba con atención intentando no delatarse como un curioso más. Apenas podía escuchar lo que habíamos dicho, pero nuestra actitud le llamaba poderosamente la atención.

Dime, arcángel de la luz, mi adorado Lucifer... —murmuró.

Memnoch—repuse.

Memnoch, Memnoch... —dijo entre carcajadas antes de ofrecerme sus labios con un beso que me hizo arder. Mis labios quemaban y mi lengua se enroscaba en la suya por inercia. Era tan poderosamente seductor que ni yo, que siempre me había impuesto ante cualquier juego sucio de Dios, podía resistir.

Bajé los párpados y acabé con los ojos cerrados sintiendo el dulce sabor de su boca. Podía percibir como sus manos bajaron hasta el borde de mi pantalón y se introdujeron bajo mi camiseta. Por mi parte acabé rodeándolo para cubrir su espalda con mis brazos. Estaba dejándome cautivar. Era una serpiente pecaminosa y sus labios eran la manzana que Padre me había prohibido probar. Al abrirlos, para poder ver su rostro aniñado y andrógino, me percaté que estábamos en una de las salas privadas. Él y sus trucos, los trucos de un ser aún más poderoso que yo mismo. Aún así cada quien tenía su pedazo de territorio en este mundo.

El mío era este, el purgatorio que todos creían el mundo consciente, y el suyo era un verdadero infierno. A decir verdad había llevado a Lestat a las imágenes más terribles de este mundo, en otro plano, donde las almas de los muertos quedaban encerradas esperando un juicio justo. Pero mis juicios se aplazaban buscando las almas más limpias y perfectas, las pequeñas joyas, entre el desastre de hombres, mujeres y niños que se amontonaban cada día gracias a la obra y gracia de los demonios que con su tentación, su descaro y poder habían logrado que mi trabajo fuese imposible.

Allí, atado a Satanás, me sentí un niño perdido en mitad de un desierto. Mi piel seguía ardiendo, gotas de sudor recorrían mi frente y el ventilador del techo se encendió de repente mientras él jugaba a quitarme la chaqueta. Por mi parte le miraba embelesado. No medía más de un metro sesenta cuando yo alcanzaba casi los dos metros, pero me encontraba sometido ante esa extraña belleza de sutiles encantos.

Mírame, Lucifer, ¿a quién ayudarás?—preguntó tirándome en el sofá de cuero que había detrás de nosotros.

A mí mismo—respondí casi de inmediato con la voz tomada por el deseo. Sentía como la piel de cuero era pura imitación que se pegaba a mí. Me sentía cómodo en ese lugar, pero sabía que estaba a punto de volver a tropezar con la misma piedra.

Hello, I love you. Won't you tell me your name?—susurró subiéndose sobre mí para mover sutilmente sus caderas. Su entrepierna rozaba contra la mía y mis manos fueron directamente a sus glúteos.

Hello, I love you. Let me jump in your game—correspondí antes de arrojarlo al suelo abriendo bien su abrigo para lamer y morder su cuello, deslizándome luego hasta sus rosados pezones y viajar hasta su ombligo. No dudé en incorporarme para quitarle las botas y arrancarle el pantalón, del mismo modo que lo hice con el resto de sus prendas.

¿Realmente quieres jugar?—soltó una perversa carcajada echando sus manos a mi rostro.

The Doors comenzó a sonar con “Touch me” por obra y gracia de aquel Dios Oscuro, inaccesible para unos y completamente abierto a todas las posibilidades para otros. Me miró con provocación y colocó sus manos en el borde de la hebilla de mi pantalón. Sus dedos se dirigieron a mi bragueta acariciando la dureza que se ocultaba tras aquel ajustado pantalón vaquero, roto y desgastado.

Debiste presentarte así a ese dichoso colmilludo, ese Príncipe de los Vampiros, porque lo habrías seducido mucho mejor que con esa pose de ángel bondadoso—su voz cada vez sonaba más agitada y seductora. Sus párpados estaban a medio bajar y su boca sutilmente abierta.

Cállate, Samael—gruñí furioso.

Detestaba saber que en estos momentos, en algún lugar del mundo, ese maldito imbécil se regodeaba llamándome “espíritu”. Ya no creía ni una sola de mis palabras. Él creía que eran pura fantasía y crueles mentiras para seducirlo, quedarme con su cuerpo y convertirme en algo similar a Amel. Me desconcertaba ese cambio de actitud, pero a la vez lo comprendía. Habían pasado demasiadas cosas y estas habían moldeado su actitud, sus pensamientos y sentimientos. Aún así sabía que algún día nos volveríamos a tropezar.

Me encanta cuando te molestas—dijo abriendo sin sutileza sus piernas.

Observé sus rodillas perfectas, sus muslos carnosos pese a lo delgados que podían parecer en un primer vistazo y esas ingles cálidas que invitaban a arañarlas con mis dientes y uñas. Sus ojos brillaron emocionados antes de incorporarse del todo para bajar mi cremallera y hacer que mi pantalón quedara por las rodillas. No dudó en que el oscuro calzoncillo bajase acompañando la otra prenda. Pasó de inmediato su lengua por los labios y los pegó al glande antes de ofrecerme una decena de besos por el miembro, acariciando así mis testículos y rozando con su nariz el escaso vello que coronaba mi sexo.

Mis manos se colocaron sobre su cabeza y comencé a moverme desesperado. Mis gemidos parecían lamentos. Disfrutaba demasiado de esa boca cálida, pequeña y de labios gruesos que no dudaba en aceptarme dentro como si fuese un delicioso caramelo. Tras dos violentas estocadas acabé saliendo notando que un hilo pequeño de saliva, casi insignificante, colgaba de su lengua a mi glande logrando que me encendiera aún más.

Sus ojos eran dos bolas verdes que acaparaban toda la pupila. Mis dedos se enredaban en sus cabellos tirando de ellos hacia atrás. Aquel cuello de piel blanca, fría y sedosa me tentaba tanto como su boca encendida por la presión que había ofrecido a mi miembro. No tardé demasiado en levantarlo y tirarlo contra el sofá sin miramientos. La música cesó para cambiar a otra más violenta de la banda E Nomine con un sugerente título “Lord's Prayer”. Esta vez había sido yo quien había elegido aquella sugestiva melodía que hacía vibrar las paredes.

El aullido de los lobos se unieron a mis gruñidos antes de morder su nuca. Mis manos, similares a garras, rasguñaron sus costados y se encajaron en sus caderas. Aparté mi boca para arrodillarme ante su trasero. No dejé de mirar su cabeza introducida entre sus brazos que parecían flaquear. Su cabello negro, espeso y sedoso se confundía con el tapizado del sofá. Mi lengua se arriesgó a lamer su entrada y hundirse como si fuese un minúsculo miembro, entretanto mis labios rodearon aquella zona tan sensible. Se lamentaba entre jadeos y gemidos, sus piernas se abrieron un poco más mientras su miembro palpitaba escupiendo el presemen sobre el asiento.

Finalmente me incorporé como lo haría un ángel vengativo, un ser como yo, que acabó sacando sus dispares alas, las siete, alzándolas hacia el techo con la luz que siempre poseería en mi interior. Yo era la luz en la oscuridad y él la oscuridad misma. Algunas plumas cayeron sobre su espalda así como al rededor de nosotros, asemejándose a pétalos de cerezo.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—dije apartando mi boca de él para penetrarlo con rabia.

El ritmo que llevaba era violento y hacía que su rostro se estampara contra el respaldo. Él gritaba como una fulana barata e intentaba mirarme satisfecho por encima de sus delgados hombros. Sólo podía ver parcialmente sus facciones pero no me importó. Mi mano derecha soltó su cadera para golpear con violencia sus glúteos. La música nos envolvía repitiendo la melodía como una premonición llegando orgasmo justo cuando finalizaba “Padre Nuestro” en latín. Satanás eyaculó manchando con su espesa simiente sobre el asiento y yo, tras un par de arremetidas extras, logré implantarle mi semilla. Una semilla cálida y espesa que lo marcó como mío.

Delicioso—jadeó cayendo de bruces sobre el sofá—. Lástima que esto sólo sea por una venganza estúpida... Te estás ganando un trono a mi derecha, Memnoch.

No dije nada. Había logrado lo que quería, pero yo había conseguido que al menos algunos allí abajo lograsen sobrevivir unas horas más, unos escasos días. Empezaba a pensar que él sólo aparecía para jugar conmigo.

Saludos a Gabriel de mi parte, encanto—dijo apartándose de mí, tras ofrecerme un empujón terrible que me hizo caer de espaldas—. Ese estúpido es el que más amor te tiene, más que Dios. Cuídamelo... porque quizá logro hacer que caiga sólo para torturarte—aseguró.


Me quedé allí sentado un par de minutos observando los restos de nuestro álgido momento de pasión. Él se había desvanecido llevándose consigo parte de mí. Guardé mis alas y noté que una pluma cayó intoxicada. No tenía el brillo que las otras. Él estaba logrando algo que no había conseguido en siglos: seducirme. 

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Te lo dedico porque logras inspirarme terriblemente. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt