Me llegan estas memorias... ¿acaso lo hace para llamar mi atención?
Lestat de Lioncourt
Las
calles parecían haberse convertido en un pozo de alimañas. La
oscuridad incitaba que las cucarachas humanas se convirtieran en una
plaga insufrible y escandalosa. Los letreros de neón atraían a la
mayoría como un campo de flores a numerosas abejas, las cuales
polinizaban cada antro en busca de un néctar que las hiciese sentir
vivas.
Bajo
uno de estos luminosos estaba él, aunque decir “él” era una
falacia, se encontraba nervioso y sus ojos recorrían toda la
avenida. Reía bajo como si estuviese loco o colocado con alguna
sustancia. Sus largos cabellos negros parecían sucios debido a que
estaban mal atados y encrespados. Tenía un par de mechones sobre el
rostro y sus ojos castaños parecían fieros. De vez en vez, con cada
carcajada histriónica, se podían ver sus colmillos torcidos
similares a los de un chacal o una hiena. Sus prendas eran las de un
chico adicto a la excitante y reivindicativa música rock, pues
llevaba una camiseta negra con el símbolo de los Rolling Stones y un
collar con el símbolo que usaba Robert
Plant en su mística banda Led Zeppelin. Es
la pluma de Ma’at, la diosa egipcia de la justicia y la armonía
cósmica, algo que él desconocía por completo. Su nombre es Legión,
pues son muchos demonios en un único cuerpo. Normalmente poseen a
humanos sensibles y atraídos con el oscurantismo.
Dentro
de ese mismo local, en un ambiente lleno de deliciosas sensaciones
debido a los descarados cuerpos en movimiento, se hallaba otro de los
tantos demonios que existen en este mundo. Si bien es la mano derecha
de Satanás. Él era distinto. Vestía un traje distinguido,
completamente oscuro, que resaltaba el tono níveo de su piel y sus
fríos ojos azules. Llevaba el cabello corto, algo engominado y
ligeramente rapado por los lados. Sus manos estaban enfundadas en
unos guantes de cuero muy elegantes y bebía lentamente un vaso de
whisky. Su nombre es Mefistófeles.
No
muy lejos de aquel local llegaba el Dios de la Oscuridad en persona.
Demasiados demonios para una misma ciudad. Sus ojos verdes eran los
de un gato salvaje, poseía unos labios voluptuosos y un aspecto
demasiado tentador. Su cuerpo era pequeño, muy menudo, pero
demasiado sensual como para pasar desapercibido. Llevaba un tres
cuartos de imitación a piel de ciervo que le llegaba más allá de
los glúteos, como su largo y liso cabello negro, que se hallaba
abierto y mostraba que carecía de pudor pues bajo este no había
prenda alguna. Sus piernas, de muslos torneados pese a su delgadez,
estaban enfundados en cuero negro. Su nombre, como así se hacía
llamar, era Samael o también conocido como Satanás. Para muchos un
Dios terrible, para otros maestro,
supremo artesano, hacedor que engañó al hombre
haciéndose pasar por un creador bondadoso.
Legión
sacó un cigarrillo y comenzó a fumar para templar sus nervios.
Dentro de aquella pequeña cabeza humana susurraban tantos demonios
que era imposible contentarlos a todos. No sabía si entrar dentro o
empezar a patear la lata que tenía cerca de sus pies. Sentía la
garganta seca y sus ojos tornaban a negros en breves fracciones de
segundo. Satanás se acercó a él tomándolo de la mano derecha para
tirar de aquella legión de seres sobrenaturales hasta el interior,
donde la fiesta parecía desencadenar en una orgía de cuerpos
moviéndose de forma sensual a ritmo de una música machacona, casi
inteligible.
Yo
me encontraba en el piso superior observándolos a todos. Estaba
apoyado en una de las barandillas del pasillo que rodeaba todo el
local y que daba a las escaleras que daban acceso a las habitaciones
privadas, salas pequeñas que parecían jaulas y destinadas a
pequeñas fiestas llenas de alcohol, cocaína y sexo. Aspiraba el
hedor de la corrupción de aquellas almas que danzaban sin cesar como
si tuviesen los zapatos colorados del cuento de Hans Christian
Andersen. Sus brazos se alzaban como ramas de árboles que buscaban
oxígeno en un mundo tóxico. Las mujeres parecían ignorar que las
canciones las invitaban a ser prácticamente violadas y los hombres
se convertían en violentas bestias salvajes.
Estaba
cansándome de la peligrosa seducción que poseía aquella diminuta
figura, la cual podía tener cualquier rostro e incluso cambiar de
género a su conveniencia. Jugaba con todos y se dejaba guiar por su
instinto para cautivar a todas las almas posibles. Estaba allí su
mano derecha y varios de sus mejores guerreros contenidos en un
frágil cuerpo humano, el cual podía destruir para liberarse por
completo y desatar un apocalipsis en mitad de aquella minúscula
ciudad del sur de Estados Unidos.
Rápidamente
se giró al sentir mis ojos de azul metálico fijos en él. Sonrió
dichoso, como si todo aquello hubiese sido un mero teatro para llamar
mi atención, para luego girarse apoyándose en Legión mientras este
lo acogía con deseo entre sus manos. Apreté con fuerzas el hierro
de la barandilla deseando destruirlos a los tres, pero era imposible.
Mi poder no era tan ilimitado como Dios había hecho creer a sus
seguidores. Los judíos aún apreciaban el hecho que Satanás y
Lucifer no eran la misma criatura, que Lucifer sólo había sido un
revolucionario que deseó romper sus cadenas mientras que él, la
serpiente enroscada del paraíso, seguía siendo un maldito seductor
que contaminaba las almas y las destruía con el conocimiento de un
mundo lleno de putrefacción.
Decidí
dejar de ser un observador y convertirme en una pieza más del
tablero. Fui directo hacia donde se encontraban con pasos decididos y
bajando la escalera sin perder detalle a sus juegos de miradas y
caricias. Estaba condenadamente molesto porque estuviesen allí como
si yo fuese distinto, pues quien se aproximaba a mí terminaba en el
mismo cajón del destierro que los seguidores de esta impenetrable
oscuridad.
—No
sabía que había venido tu novio a verte—murmuró Mefistófeles
con el vaso de whisky cerca de sus labios. Ni siquiera se había
dignado a mirarme—. ¿Qué te trae por aquí Lucifer? ¿O prefieres
que siga usando el nombre que le diste a ese dichoso vampiro? ¿Cómo
era? ¡Ah! ¡Sí! ¡Memnoch!—dijo soltando el vaso para girarse y
mirarme con esa mirada dura y calculadora.
—Un
placer volver a verte—dije—. ¿Dónde dejaste la piel roja y los
dientes puntiagudos?—pregunté mirándolo directamente a los ojos
sin miedo alguno. Él sólo era una culebra, pues quien me preocupaba
era la hidra desquiciada y la gran serpiente que siseaba enroscándose
en su cuerpo.
—Junto
con la capa y el resto del disfraz—respondió con su habitual
acento germano. Amaba aparentar que era europeo, alemán y
sofisticado. Siempre se aparecía por Europa, pero había decidido
probar en otras partes del mundo desde hacía un par de siglos. La
última vez que nos enfrentamos estaba divirtiéndose con un par de
pobres desdichados en un tugurio cerca de El Paso.
—¿Y
dónde está tu vampiro?—dijo Legión agarrando por los glúteos a
Satanás con un descaro que me provocó cierta ira.
—Te
veo tenso, Memnoch, ¿acaso tienes celos? ¿Dudas de ti mismo?
¿Tienes miedo de no ser el protagonista de este pequeño circo
llamado Tierra?—susurró alejándose de su escolta personal para
acercarse a mí—. Tranquilo, pequeño, todo irá bien. Pronto te
darás cuenta que eres tan patético que tu a Padre no le importó
enviarte lejos.
—No
tengo celos de ti, Satanás. No tengo celos de ninguno de vosotros,
pero hacéis que mi tarea sea imposible. Incluso destruís almas que
ni siquiera pueden ser juzgadas—dije apretando las manos.
—Ah,
me encanta cuando tienes ese momento de ángel bondadoso... ¿sabías
que es excitante?—afiló la mirada y detuvo a Legión que intentó
acercarse a él—. Dejadnos a solas, muchachos. La reunión se
cancela para la próxima noche. Creo que el arcángel y yo tenemos
algo pendiente.
Pude
sentir sus manos sobre mis hombros apretando la chaqueta de cuero que
llevaba, rozando peligrosamente las tachuelas que se hallaban en los
hombros y esparcidas por el pecho, para luego notar como sus
habilidosas manos bajaban la cremallera encontrándose con una camisa
interior blanca, pegada por el sudor debido al ambiente cargado, y
provocando que sonriera con cierta malicia.
—Has
optado por un aspecto interesante... —susurró—. ¿Qué son todos
estos tatuajes? ¿Tu papá te dejó hacértelos? Creí que Dios veía
mal a los que marcaban su piel como si fueran ganado—dijo
colgándose de mi cuello logrando que me inclinara—. Aunque... ¿no
sois borregos de Dios?—preguntó levantando su ceja derecha
mientras hundía sus ojos en los míos, ahogándose en ellos por un
segundo, mientras los otros dos ya estaban a punto de cruzar toda la
sala.
—¿Alguna
orden antes de marcharnos?—preguntó Mefistófeles—. Será un
placer cumplirla, jefe.
—Sólo
no hagáis escándalo hoy, pues no podré seguir vuestros pasos—dijo.
Ambos
nos quedamos allí de pie como si fuéramos una pareja ejemplar
deseando devorarse uno al otro. Sentía como mi cuerpo se caldeaba
con el roce de sus caderas al comenzar a bailar, como si fuese parte
de esa tribu de desquiciadas almas atormentadas que teníamos al
fondo. Uno de los barman nos observaba con atención intentando no
delatarse como un curioso más. Apenas podía escuchar lo que
habíamos dicho, pero nuestra actitud le llamaba poderosamente la
atención.
—Dime,
arcángel de la luz, mi adorado Lucifer... —murmuró.
—Memnoch—repuse.
—Memnoch,
Memnoch... —dijo entre carcajadas antes de ofrecerme sus labios con
un beso que me hizo arder. Mis labios quemaban y mi lengua se
enroscaba en la suya por inercia. Era tan poderosamente seductor que
ni yo, que siempre me había impuesto ante cualquier juego sucio de
Dios, podía resistir.
Bajé
los párpados y acabé con los ojos cerrados sintiendo el dulce sabor
de su boca. Podía percibir como sus manos bajaron hasta el borde de
mi pantalón y se introdujeron bajo mi camiseta. Por mi parte acabé
rodeándolo para cubrir su espalda con mis brazos. Estaba dejándome
cautivar. Era una serpiente pecaminosa y sus labios eran la manzana
que Padre me había prohibido probar. Al abrirlos, para poder ver su
rostro aniñado y andrógino, me percaté que estábamos en una de
las salas privadas. Él y sus trucos, los trucos de un ser aún más
poderoso que yo mismo. Aún así cada quien tenía su pedazo de
territorio en este mundo.
El
mío era este, el purgatorio que todos creían el mundo consciente, y
el suyo era un verdadero infierno. A decir verdad había llevado a
Lestat a las imágenes más terribles de este mundo, en otro plano,
donde las almas de los muertos quedaban encerradas esperando un
juicio justo. Pero mis juicios se aplazaban buscando las almas más
limpias y perfectas, las pequeñas joyas, entre el desastre de
hombres, mujeres y niños que se amontonaban cada día gracias a la
obra y gracia de los demonios que con su tentación, su descaro y
poder habían logrado que mi trabajo fuese imposible.
Allí,
atado a Satanás, me sentí un niño perdido en mitad de un desierto.
Mi piel seguía ardiendo, gotas de sudor recorrían mi frente y el
ventilador del techo se encendió de repente mientras él jugaba a
quitarme la chaqueta. Por mi parte le miraba embelesado. No medía
más de un metro sesenta cuando yo alcanzaba casi los dos metros,
pero me encontraba sometido ante esa extraña belleza de sutiles
encantos.
—Mírame,
Lucifer, ¿a quién ayudarás?—preguntó tirándome en el sofá de
cuero que había detrás de nosotros.
—A
mí mismo—respondí casi de inmediato con la voz tomada por el
deseo. Sentía como la piel de cuero era pura imitación que se
pegaba a mí. Me sentía cómodo en ese lugar, pero sabía que estaba
a punto de volver a tropezar con la misma piedra.
—Hello,
I love you. Won't you tell me your name?—susurró subiéndose sobre
mí para mover sutilmente sus caderas. Su entrepierna rozaba contra
la mía y mis manos fueron directamente a sus glúteos.
—Hello,
I love you. Let me jump in your game—correspondí antes de
arrojarlo al suelo abriendo bien su abrigo para lamer y morder su
cuello, deslizándome luego hasta sus rosados pezones y viajar hasta
su ombligo. No dudé en incorporarme para quitarle las botas y
arrancarle el pantalón, del mismo modo que lo hice con el resto de
sus prendas.
—¿Realmente
quieres jugar?—soltó una perversa carcajada echando sus manos a mi
rostro.
The
Doors comenzó a sonar con “Touch me” por obra y gracia de aquel
Dios Oscuro, inaccesible para unos y completamente abierto a todas
las posibilidades para otros. Me miró con provocación y colocó sus
manos en el borde de la hebilla de mi pantalón. Sus dedos se
dirigieron a mi bragueta acariciando la dureza que se ocultaba tras
aquel ajustado pantalón vaquero, roto y desgastado.
—Debiste
presentarte así a ese dichoso colmilludo, ese Príncipe de los
Vampiros, porque lo habrías seducido mucho mejor que con esa pose de
ángel bondadoso—su voz cada vez sonaba más agitada y seductora.
Sus párpados estaban a medio bajar y su boca sutilmente abierta.
—Cállate,
Samael—gruñí furioso.
Detestaba
saber que en estos momentos, en algún lugar del mundo, ese maldito
imbécil se regodeaba llamándome “espíritu”. Ya no creía ni
una sola de mis palabras. Él creía que eran pura fantasía y
crueles mentiras para seducirlo, quedarme con su cuerpo y convertirme
en algo similar a Amel. Me desconcertaba ese cambio de actitud, pero
a la vez lo comprendía. Habían pasado demasiadas cosas y estas
habían moldeado su actitud, sus pensamientos y sentimientos. Aún
así sabía que algún día nos volveríamos a tropezar.
—Me
encanta cuando te molestas—dijo abriendo sin sutileza sus piernas.
Observé
sus rodillas perfectas, sus muslos carnosos pese a lo delgados que
podían parecer en un primer vistazo y esas ingles cálidas que
invitaban a arañarlas con mis dientes y uñas. Sus ojos brillaron
emocionados antes de incorporarse del todo para bajar mi cremallera y
hacer que mi pantalón quedara por las rodillas. No dudó en que el
oscuro calzoncillo bajase acompañando la otra prenda. Pasó de
inmediato su lengua por los labios y los pegó al glande antes de
ofrecerme una decena de besos por el miembro, acariciando así mis
testículos y rozando con su nariz el escaso vello que coronaba mi
sexo.
Mis
manos se colocaron sobre su cabeza y comencé a moverme desesperado.
Mis gemidos parecían lamentos. Disfrutaba demasiado de esa boca
cálida, pequeña y de labios gruesos que no dudaba en aceptarme
dentro como si fuese un delicioso caramelo. Tras dos violentas
estocadas acabé saliendo notando que un hilo pequeño de saliva,
casi insignificante, colgaba de su lengua a mi glande logrando que me
encendiera aún más.
Sus
ojos eran dos bolas verdes que acaparaban toda la pupila. Mis dedos
se enredaban en sus cabellos tirando de ellos hacia atrás. Aquel
cuello de piel blanca, fría y sedosa me tentaba tanto como su boca
encendida por la presión que había ofrecido a mi miembro. No tardé
demasiado en levantarlo y tirarlo contra el sofá sin miramientos. La
música cesó para cambiar a otra más violenta de la banda E Nomine
con un sugerente título “Lord's Prayer”. Esta vez había sido yo
quien había elegido aquella sugestiva melodía que hacía vibrar las
paredes.
El
aullido de los lobos se unieron a mis gruñidos antes de morder su
nuca. Mis manos, similares a garras, rasguñaron sus costados y se
encajaron en sus caderas. Aparté mi boca para arrodillarme ante su
trasero. No dejé de mirar su cabeza introducida entre sus brazos que
parecían flaquear. Su cabello negro, espeso y sedoso se confundía
con el tapizado del sofá. Mi lengua se arriesgó a lamer su entrada
y hundirse como si fuese un minúsculo miembro, entretanto mis labios
rodearon aquella zona tan sensible. Se lamentaba entre jadeos y
gemidos, sus piernas se abrieron un poco más mientras su miembro
palpitaba escupiendo el presemen sobre el asiento.
Finalmente
me incorporé como lo haría un ángel vengativo, un ser como yo, que
acabó sacando sus dispares alas, las siete, alzándolas hacia el
techo con la luz que siempre poseería en mi interior. Yo era la luz
en la oscuridad y él la oscuridad misma. Algunas plumas cayeron
sobre su espalda así como al rededor de nosotros, asemejándose a
pétalos de cerezo.
—En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—dije apartando
mi boca de él para penetrarlo con rabia.
El
ritmo que llevaba era violento y hacía que su rostro se estampara
contra el respaldo. Él gritaba como una fulana barata e intentaba
mirarme satisfecho por encima de sus delgados hombros. Sólo podía
ver parcialmente sus facciones pero no me importó. Mi mano derecha
soltó su cadera para golpear con violencia sus glúteos. La música
nos envolvía repitiendo la melodía como una premonición llegando
orgasmo justo cuando finalizaba “Padre Nuestro” en latín.
Satanás eyaculó manchando con su espesa simiente sobre el asiento y
yo, tras un par de arremetidas extras, logré implantarle mi semilla.
Una semilla cálida y espesa que lo marcó como mío.
—Delicioso—jadeó
cayendo de bruces sobre el sofá—. Lástima que esto sólo sea por
una venganza estúpida... Te estás ganando un trono a mi derecha,
Memnoch.
No
dije nada. Había logrado lo que quería, pero yo había conseguido
que al menos algunos allí abajo lograsen sobrevivir unas horas más,
unos escasos días. Empezaba a pensar que él sólo aparecía para
jugar conmigo.
—Saludos
a Gabriel de mi parte, encanto—dijo apartándose de mí, tras
ofrecerme un empujón terrible que me hizo caer de espaldas—. Ese
estúpido es el que más amor te tiene, más que Dios. Cuídamelo...
porque quizá logro hacer que caiga sólo para torturarte—aseguró.
Me
quedé allí sentado un par de minutos observando los restos de
nuestro álgido momento de pasión. Él se había desvanecido
llevándose consigo parte de mí. Guardé mis alas y noté que una
pluma cayó intoxicada. No tenía el brillo que las otras. Él estaba
logrando algo que no había conseguido en siglos: seducirme.
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Te lo dedico porque logras inspirarme terriblemente.
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