Con esta carta creo que todos entendemos ahora porqué Armand le dice a Gregory que se está enamorando de Antoine.
Lestat de Lioncourt
Nuestras
vidas parecen haber sido creadas por un dios cruel. Usadas por el
destino para ser ejemplo de superación y dolor. Las lágrimas que
ambos hemos derramado han sido imposibles de cuantificar, pero quizá
podrían convertirse en un océano de olas salvajes que azotan las
inamovibles rocas de la costa y escupen, con asco, los marineros y
los barcos que han zozobrado en ellas. Es como si el dolor se hubiese
instalado en nuestras vidas para sonreírnos arropándonos sin miedo
a ser señalado. Amados por la tragedia y lo imposible, por los
sueños rotos desperdigados sobre la almohada como millares de
estrellas en un firmamento cada vez más oscuro, tétrico e
inalcanzable. Nosotros, los hijos de la tragedia, nos hemos
convertido en dos marionetas que rompieron los hilos y decidieron al
fin bailar un vals distinto.
Siempre
he sido torpe para explicar mis sentimientos. Quizá sólo soy bueno
componiendo sinfonías y pequeñas obras para piano o violín. Puede
que únicamente sea capaz de tocar jazz a deshoras y sonreír
melancólicamente cuando toco una pieza de Tchaikovsky, Mendelssohn
o Berlioz. Y tú, amor mío, eres capaz de moverte con gracia por
este salón de baile que suele permanecer vacío. Alzas tus brazos,
los extiendes o encoges mientras tus piernas ágiles de finos
tobillos y carnosos muslos se mueven con gracia. Esos ojos tuyos, que
son dos piedras almendradas del color de las castañas, me enloquecen
hasta tal punto que caigo rendido a tu frívolas sonrisas que ocultan
tu malestar. Y las sonrisas, como la locura, germina en mí
arrancándome carcajadas entretanto tú seduces a la misma noche con
tu fuerza y temperamento. Tú, chiquillo hermoso congelado en el
tiempo, tienes la belleza de los ángeles y el alma torturada por
todos tus demonios.
Quisiera
decirte mil veces te amo cerca del oído, con mis labios pegado a tu
pálido cuello de gardemia en flor, mientras tú te deshaces como
azucarillo en un mar oscuro y cálido con olor a café recién hecho.
Tú, amor mío, ángel nocturno... ¿qué podría decirte para llamar
tu atención? Sólo puedo sonreír estúpidamente dejando que mis
dedos bailen sobre las teclas del piano. Desearía convertirte en
violín para apoyarte en mi hombro y poder hacerte gemir de placer
absolutamente enfervorecido.
Me
has acogido en tu casa, abriéndome las puertas y balcones, dejando
que penetrara mi música por cada rincón y se alzara junto a la de
Sybelle, una mujer que es toda pureza y seducción. Has confesado tus
miedos mientras te arrodillabas ante mí, besando la punta de mis
dedos, sin apartar esa hermosa mirada de la mía. Yo he desnudado mi
alma dejándola tiritando ante ti, sin pudor ni rubor, esperando que
me aceptaras tal y como soy. Ambos nos hemos prometido tantas
cosas... ¡Y aún así no soy capaz de expresar todo mi
agradecimiento y amor!
No
temas, ángel mío, porque yo no soy pintor de promesas vacías. Soy
compositor de emociones y tú eres la emoción más extraordinaria
que he llegado a sentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario