Algo que se ha encontrado de este idiota... ¡Ja! ¡Qué siga soñando en el infierno!
Lestat de Lioncourt
El reloj marcaba más de las once de la
noche cuando me disponía a dejar de buscar información en los
diversos archivos. Había estado escuchando las noticias. La terrible
catástrofe ocurrida en San Francisco, durante un multitudinario
concierto, me había llamado poderosamente la atención. Sin duda
alguna no era cosa de cualquier terrorista o loco con un poco de
suerte. Rápidamente estas noticias fueron descartadas como una broma
pesada, como si realmente no hubiesen sucedido.
En mis numerosos años en Talamasca
había aprendido bien a discernir de una broma pesada, horrible y sin
gracia, a un hecho real que se cree poder ocultar a la población. No
era la primera vez que ocurría. A veces se señalaba a pobres
descerebrados, gente que no sabía siquiera mantenerse en pie y no
orinarse encima, como culpables de grandes masacres o las propias
víctimas, destruidas por un ente paranormal o un vampiro, como
posibles causantes de todo el desastre. Incluso se habla de suicidios
en masa organizados por órdenes religiosas inexistentes hasta unas
semanas antes. Ya no me parecía increíble que la prensa fuese tan
fácil de sobornar para que la población, los pobres e inútiles
borregos, caminaran tranquilos por las calles obviando que existen
criaturas que pueden sesgar sus vidas con sólo chasquear los dedos.
El hecho quedó oculto. Se habló de
desastre pirotécnico cuando no se pudo ocultar nada debido a los
numerosos testigos. La comunidad científica comenzó a dividirse.
Había quienes decían que eran vampiros o una mezcla extraña
similar a los superhumanos que podían leerse en los numerosos cómic,
los cuales habían alimentado siempre la idea de poder mutar el ADN
humano con fines militares o simplemente médicos, otros que
simplemente eran jóvenes comunes y quienes afirmaban lo contrario
debían ser sometidos a diversos estudios mentales.
Por mi parte, esa misma noche, tomé
todos los archivos que había logrado duplicar antes de ser expulsado
de la mencionada orden. En ellos aparecía el nombre de Lestat con
cierta frecuencia. Tomé el disco de vinilo que había conseguido en
la tienda, así como la cinta VHS que adquirí con sus dos únicos
videoclips, y pude observar con cierta estupefacción que era él.
Cada rasgo y gesto que hacía eran similares a los descritos. La
historia que narraba en sus canciones, sobre todo a la referente a
una bella durmiente, me recordó a ciertos documentos sobre Egipto,
Marius Romanus y un suceso similar en Venecia.
Quedé sorprendido y la codicia comenzó
a corroerme. Creo que jamás he sentido tantos deseos de ser otra
persona. Deseaba saber qué era estar en los zapatos de Lestat.
Necesitaba ser amado, temido y odiado al mismo tiempo. Esa misma
noche soñé con él corriendo por mitad de París al galope de un
caballo negro como la propia noche. Era un suspiro terrible en mitad
de una tormenta que golpeaba con furia los muros de las frágiles
viviendas, elegantes construcciones y sagradas iglesias. Me vi a mí
mismo siendo él al cruzar el cementerio siendo perseguido por una
horda de vampiros desesperados y desquiciados con la mente llena de
mentiras religiosas.
Al despertar lo supe. Él sería mi
víctima. Cambiaría mi cuerpo achacoso por uno joven y lo buscaría.
Sería el hombre que logró robarle la identidad, poderes,
inmortalidad y dinero a un vampiro... Yo, Raglan James.
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