Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 25 de agosto de 2016

Lecciones de honestidad

Estas palabras me han llegado a través del propio Gregory... está escribiendo para desahogarse.


Lestat de Lioncourt


Parece que fue ayer mismo, pero ya han transcurrido algunos años. Hoy, tras una noche agitada de reuniones demasiado comprometedoras para el futuro de mis empresas, puedo al fin sentarme a retomar mis memorias. Quizá sean demasiado injustas llegado a este punto, pues me encuentro algo sosegado y alejado de los sentimientos terribles que vinieron a mí por aquellos días. Aún así, necesito hacerlo.

Fue terrible saber que ella estaba muerta, pero lo fue más aún al saber la forma en la cual había sido asesinada por aquel que me salvó la vida. Un fuerte sentimiento de culpa cayó sobre mis hombros, pues fui el primero en hundirla en el dolor más atroz. Ella me perdonó. Hizo acopio de toda su bondad y logró perdonarme, aunque jamás salieron palabras algunas de sus labios para hacerme entender que se sentía en paz conmigo y mis remordimientos. Aún así la sentí rondar el edificio donde convivo con un reducido grupo de fuertes y antiguos inmortales.

La muerte de Maharet, como la de Khayman, se convirtió para mí en un golpe terrible. Deseé en muchas ocasiones ponerme en contacto, pero me faltaron agallas. Ya no éramos los enemigos que Akasha se empeñó que fuésemos, sino monstruos que vivían en paz en una sociedad llena de tumultuosas discusiones sin sentido. Provocó que la nostalgia y la culpabilidad volvieron a mi corazón nada más saber que jamás podría rogar perdón públicamente ante el resto de vampiros.

Sólo tenía dieciocho años cuando me convertí en uno de los generales más importantes del ejército de Kemet. Algunos lograban tan alto rango pasada la veintena, cuando su etapa en la milicia llegaba a su plenitud. La mayoría quedaba en el camino moribundos por las guerras o enfermedades que a veces asolaban a la población. Recuerdo como mis hermanos no sobrevivieron a los quince años y algunos murieron en una refriega algo salvaje con un pueblo nómada en una de las fronteras. La reina Akasha decidió exigir a Enkil que me convirtiera en su escolta personal y el idilio comenzó.

El pecado de la carne, como los llaman hoy día creyentes de diversas religiones, apareció como si fuera una virtud y no un defecto. Ella deseaba florecer como un árbol y dejar que su semilla echara raíces en una tierra que no era suya. Provenía de una cultura distinta, pero adaptó la nuestra a sus intereses. Los muertos dejaron de consumirse ofreciéndoles un envase inmortal, gracias a la momificación, para que pudieran atravesar el mundo de los muertos. Muchas tribus se sublevaron pero yo no fui a defender los intereses de nuestro pueblo. Sí lo hizo Khayman junto a Enkil aplacando las protestas a base de cuchillo y esclavitud. Yo me quedé custodiando a la mujer que codiciaba introduciendo en ella una semilla que germinó rápidamente.

En una de esas refriegas, cuando Enkil logró capturar a unas hermanas hechiceras que ella codiciaba por su supuesto lazo con los espíritus, tuvimos un hijo. Yacía en su cuna cuando Maharet y Mekare, las Gemelas Pelirrojas, comparecieron. Ellas eran las mujeres que debían ser arrestadas, esclavizadas y torturadas por intentar consumir la carne de su madre Miriam, la hechicera más poderosa de todo el valle del Nilo. Ante ella los espíritus decidieron hablar por medio de las hermanas, pero sus respuestas fueron insuficientes para la reina de un territorio en expansión, que poco a poco se envenenó con la soberbia y el poder, provocando que cualquier palabra fuese vacía, insignificante o nula. Ellas fueron violadas por el mayordomo real, la mano derecha del rey, tal y como él lo dictaminó.

Cuando Amel atacó a Khayman tanto Enkil como Akasha aparecieron. Él amaba a Enkil, era su verdadero amor y el símbolo de las grandes victorias. Khayman era sensato, honesto y leal a su rey. Sin embargo, en el campo de batalla era cruel y desdeñoso. Recuerdo que lo llamaban “Benjamín del Diablo” y todos lo veían como un chacal o un perro salvaje que nunca soltaba su presa. La noche en la cual los tres cayeron bajo una horda de puntos rojizos, como si fueran avispas, yo estaba allí. Vi como se alzaban sus cuerpos y se convertían en monstruos. Ella me convirtió a mí y Khayman huyó para salvar la vida a las hechiceras, pues una de ellas había engendrado a una hija. La sangre de un hijo siempre es más densa que cualquier palabra dada a un rey o supuesto dios.

Yo debí huir tras él para apoyarle, pero me quedé y me convertí en un Sangre de la Reina. Empezamos a luchar contra los enemigos del reino de Kemet y sus dioses. Se consideró entonces a Enkil como Osiris, Akasha como Isis, Anubis fue Khayman y yo me convertí en Horus mientras que mi hijo con Akasha llevó desde su nacimiento el nombre de Seth. Así fue como la religión caló hondo en las creencias, intrigas palaciegas y sospechas de todos los presentes en la corte, en las calles, en el territorio de Kemet que pasó a llamarse Egipto.


Cometí el pecado de ir contra Akasha pasadas algunas décadas y fui encerrado vivo tras unos gruesos muros, Rhosh se enteró de mi pecado antes de huir para acabar regresando para liberarme. Y he ahí el pecado mayor. Rhosh me salvó, pero decapitó a la mujer más dulce y bondadosa que he podido conocer. La misma mujer a la cual yo le tuve que sacar los ojos y enviarla lejos de su hermana, Mekare, a la cual le saqué la lengua. Nunca pude pedir disculpas porque jamás me vi con fuerzas de hacerlo, aunque ella venía a verme sin juzgarme sólo para comprobar que ahora era un hombre decente. El hombre que debí ser aquella noche.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt