Yo soy Benji y le doy un golpe por imbécil. ¡Texto de Marius!
Lestat de Lioncourt
—¿Qué haces?—preguntó
apareciendo como si fuese un fantasma.
Puede que hubiese recorrido
ruidosamente el pasillo que daba a la amplia habitación en la cual
me hallaba, pero yo estaba tan concentrado que no me había
percatado. Las plumas de aquel ángel eran tan tupidas como negras y
surgían con fuerza de su espalda como si fueran raíces de un fruto
prohibido. Él estaba a mis espaldas observando esa pintura mientras
se movía como un pequeño animal.
—Intento poner en orden mis
pensamientos—respondí.
—¿Y lo has logrado?—dijo
acomodando su sombrero de ala ancha.
Aquella cara juvenil y morena estaba
deliberadamente oculta tras la sombra de ese complemento. Ni sus
atuendos ni su forma de andar, tan firme, denotaban la edad a la cual
yo le había introducido en este infierno llamado eternidad. Benjamín
deseó ser un vampiro y yo quise ofrecerle el capricho sólo porque
no quería que Armand estuviera solo. Mi Amadeo ya no podía regresar
a mi lado, pues había cambiado, pero tampoco deseaba que estuviese
arrojado en los brazos de la soledad.
—A veces creo que lo consigo, pero
entonces me asalta otra duda y...—murmuré dando una pequeña
pincelada.
—Y todo vuelve al principio—dijo
quedándose quieto al fin.
—Sí, es como una maldición—contesté
suspirando pesadamente.
—¿Por eso pintas?—preguntó como
si fuese aún un niño de apetito insaciable hacia lo que es y no es,
la verdad y la mentira, la cordura y la locura...
—No y sí—respondí con paciencia
mientras alejaba el pincel de las plumas, para después dar dos pasos
hacia atrás e intentar averiguar si me faltaba algún detalle—.
Hoy pinto por otros motivos.
—¿Cuáles?—dijo.
—No poder olvidar. También sufro esa
condena...
Él se fijó entonces en esa estrecha
cintura que terminaba en unas provocativas nalgas, así como en los
menudos hombros y la cabeza leonina llena de ondulas cobrizas. Ante
él tenía la imagen idílica de un muchacho eterno que bien conocía.
De un ser que había sido tachado mil veces de monstruo a la par que
de ángel por su rostro. Él era mi Amadeo. En las pinturas podía
volver a ser mi Amadeo mil veces representado como un querubín
inocente de todo pecado.
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